El mulato que fue más allá de su sueño

Abandonado por su padre a los dos años, Obama tuvo que superar un atormentado viaje interior en busca de su identidad

La Voz de Galicia, Enrique Clemente , 21-01-2009

Barack Obama ya es la personificación del sueño americano. Si una película hubiera contado hace muy poco que un afroamericano cuyo segundo nombre es Huseín acabaría en la Casa Blanca, debería haberse adscrito al género de la comedia o la ciencia ficción. Pero el mensajero del cambio y la esperanza (Yes, we can), el brillante orador, el hombre tranquilo revestido de aplomo y seguridad en sí mismo, el vendedor de ilusiones, ese gran desconocido pese a todo lo que se escrito sobre él, se ha convertido en el presidente del país más poderoso de la tierra y ha ido más lejos que sus propios sueños.

Su padre keniano era «tan negro como un tizón» y su madre, de Kansas, «tan blanca como la leche», como los define en su brillante libro de memorias Los sueños de mi padre, que escribió cuando contaba 33 años y aún no había iniciado su carrera política. Fue un gran éxito editorial que puso las bases de la leyenda de Obama. La de un mulato nacido el 4 de agosto de 1961 en Honolulú (Hawái) con el nombre de Barack (bendito en árabe), abandonado por su padre cuando solo tiene dos años, que pasa parte de su niñez en Indonesia, donde acude a la mezquita acompañado por su padrastro, al que su madre levanta a las cuatro de la mañana para darle clases de inglés, el escolar del que se ríen sus compañeros cuando la profesora lee su nombre completo y al que educan sus abuelos maternos, a los que llama Gramps «una persona cálida, pero irascible y Too «una roca de estabilidad durante toda mi vida».

El niño marcado por la ausencia del padre al que vuelve a ver por última vez a los diez años, tras ocho de separación. El adolescente que «había aprendido a pasar de todo» en la época de los dos últimos años de instituto, en los que «los porros ayudaban, y el alcohol; también una rayita de coca cuando podías permitírtela, pero nada de heroína». Un tiempo de confusión en el que se colocaba para evitar preguntarse quién era y veía así su horizonte. «Yonqui, porrero. Esa era la meta a la que me dirigía: a desempeñar el papel definitivo y fatal de joven aspirante a negro».

El universitario que se hace amigo de los estudiantes negros más activos, los profesores marxistas y las feministas, viste chaquetas de cuero y comienza a darse cuenta de que sus opiniones cuentan al dar su primer mitin contra el apartheid.

Cambio de dirección

El joven que sienta la cabeza, acude a la Universidad de Columbia, comienza a asumir quién es realmente y a los 21 años recibe una llamada informándole de que su padre ha muerto en un accidente de tráfico. El que renuncia a un empleo bien remunerado para trabajar como organizador comunitario en el deprimido South Side de Chicago para tratar de mejorar la situación de los más desfavorecidos. El hombre que se entera por su hermana Auma de que su padre no era el triunfador que creía, sino que a su vuelta a Kenia había caído en desgracia, convirtiéndose en un borracho sin empleo al que abandonaron su esposa y sus hijos. «Me sentí como si me hubieran vuelto el mundo del revés», confesó en sus memorias. Toda su vida se había construido una imagen de su padre ausente, que quiso imitar, la del «negro, el hijo de África», en el que concentró «todas las cualidades de Martin [Luther King] y Malcolm [X], de DuBois y de Mandela».

El que llora tras escuchar el sermón titulado La audacia de la esperanza el título de su segundo libro del reverendo Jeremiah Wright, que le lleva a ingresar en la Iglesia de Cristo de la Trinidad de Chicago. El mismo al que abandonó cuando en la campaña electoral se hizo público que decía que el 11-S había sido la consecuencia de las políticas de Estados Unidos.

El que viaja a Kenia en busca de sus raíces para cerrar el círculo del atormentado viaje interior de alguien que no es negro ni blanco y que se siente entre dos mundos que no le aceptan. Allí descubre que «mi vida en Norteamérica la vida de los blancos, la de los blancos, la sensación de abandono que había tenido de joven, la frustración y la esperanza de la que había sido testigo en Chicago, todo estaba conectado a ese pequeño pedazo de tierra».

Sus memorias acaban aquí. Luego vendrán su matrimonio con Michelle su «ancla», la muerte de su madre Ann de cáncer a los 52 años, su elección como senador por Illinois, su fracaso en las primarias demócratas para el Congreso, el nacimiento de sus dos hijas. Y la que fue su rampa de lanzamiento al estrellato: su emotivo discurso en la Convención Demócrata, al que siguió su elección como senador. De sus inicios políticos en Chicago hasta su elección como senador por Illinois se sabe poco. Obama no ha querido incluir esa etapa en el relato autobiográfico que se ha construido, porque en esos tiempos mostró una ambición desmedida y recurrió a los métodos turbios de los políticos profesionales.

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