EL RELATO CULTURAL DE LA LUCHA ANTIRRACISTA EN ESTADOS UNIDOS Músicos, actores y escritores negros han reflejado durante un siglo la evolución de los EE. UU. que ahora gobernará Obama

De la esclavitud a la rebeldía

La Vanguardia, , 18-01-2009

JOSEP MASSOT – Barcelona

EL INICIO Cuando Lincoln abolió la esclavitud había cinco millones de negros en EE. UU.

EL DESENCANTO Los estados del sur establecieron la segregación: ’Iguales, pero separados"
Soy un hombre invisible. No, no soy uno de aquellos espectros que atormentaban a Edgar Allan Poe, ni tampoco uno de esos ectoplasmas de las películas de Hollywood. Soy un hombre real, de carne y hueso, con músculos y fluidos, e incluso cabe afirmar que poseo una mente. Sabed que si soy invisible, ello se debe tan sólo a que la gente se niega a verme". El electrizante inicio de la novela clásica de Ralph Ellison no hablaba del hombre blanco sin atributos de Kafka o Musil, sino del negro en los EE. UU. de 1947. Un insignificante que escuchaba llorar la trompeta de Louis Armstrong en What did I do to be so black and blue:“Soy blanco por dentro/ pero eso no me ayuda / porque no puedo ocultar / lo que está en mi rostro / Mi único pecado / Es mi piel negra / ¿Qué he hecho yo / Para ser tan negro y tan triste?”.

La novela fue publicada en 1952, nueve años antes de que naciera Barack Obama y tres antes de que Rosa Parks se negara a ceder su asiento a un blanco en un autobús de Montgomery porque estaba cansada tras una dura jornada de trabajo, y su dolor de pies, el inmenso, racial hartazgo de su dolor de pies, encendiera la mecha del activismo que acabó con la segregación racial. El personaje de la novela de Ellison se debatía en el dilema de todos los negros: o ser como los blancos querían que fueras, el buen y leal Tío Tom, o ser invisible. Él se recluye en un sótano iluminado día y noche por 1.369 bombillas, cuya energía roba a la red con un cable ilegal, para soñar “un mundo de posibilidades ilimitadas”. Era un final con más ironía que fe en América y le mereció a Ellison ser el primer negro en ganar el premio Nacional del Libro.

Sólo cincuenta años después ese mundo no es imaginario y la novela – demasiado anclada en su época-pasa de ser metáfora, literatura, a documento de época: el hombre más visible de Estados Unidos será el martes el hijo de un economista nacido en una aldea luo de Kogelo. Nieto del keniano Onyango e hijo de una blanca de Kansas, la comunidad negra americana le ha aceptado como uno de los suyos.

El largo camino que lleva de la esclavitud a la llegada a la presidencia de Estados Unidos tiene su correlato cultural. En 1619, hace cuatro siglos, llegaba el primer esclavo negro a Virginia. Los historiadores estiman que unos once millones de africanos fueron sacados de sus aldeas para viajar apiñados como reses en las bodegas de los barcos negreros y ser vendidos en las subastas en los puertos americanos. Un 25% murió en el mar.

Cuando Lincoln abolió la esclavitud, en enero de 1865, había censados casi cinco millones de negros, esclavos en su gran mayoría. Tres meses después, John Wilkes Booth, un popular actor, le descerrajaba un tiro al grito de Sic sempre tyrannis (Así siempre los tiranos), lema de la esclavista Virginia. En la posguerra, la reconstrucción de los estados del sur dio pie a lo que el pueblo llamó las Jim Crow Laws, leyes locales que establecían la segregación racial de iure. “Iguales, pero separados”, en los establecimientos públicos.

Los escritores, con una visión que hoy sería considerada cuando menos ingenua,quisieron echar una mano: La cabaña del Tío Tom (1852), de Harriet Beecher Stowe, o Huckleberry Finn (1886), del sureño Mark Twain. Pero los prejuicios racistas eran mayoritarios.

Raoul Walsh encarnó al asesino de Lincoln en El nacimiento de una nación,el filme de Griffith que incluye una polémica escena en la que una mujer secuestrada por negros es salvada heroicamente por el Ku Klux Klan. Los actores eran blancos pintados de negro.

Músicos negros pintados de blanco, como payasos para divertir a una clientela anglosajona o de negros enriquecidos. Blancos pintados de negro, el blackface minstrel,para encarnar la caricatura bufonesca del afroamericano. El más célebre, Al Jolson, en El cantor de jazz,primera película sonora de la historia, en la que el actor de origen lituano y padre judío recita su frase histórica: “Un momento, un momento, ¡aún no has escuchado nada!”.

Los afroamericanos, hijos de esclavos, no se quedaron mano sobre mano. El cineasta y escritor Oscar Micheaux filmó en 1919 la primera película con todo el reparto negro. “Estoy cansado de leer que el Negro es de una condición inferior. Quiero verles en papeles dignos … Y también quiero ver a los hombres y mujeres blancas en el papel de villano… Quiero ver al Negro reflejado en el libro tal como realmente vive”. Le siguieron otros muchos, como Paul Robeson, quien, en una época en la que los negros eran linchados impunemente, cambió la letra de la canción Old River del musical Showboat y el “estoy cansado de vivir y temo morir” se transformó en una declaración de resistencia: “Tengo que seguir luchando hasta morir”. O Gordon Parks: “Elegí mi cámara como arma contra todas las cosas que no me gustan de América”. Fue el primero en conseguir un contrato con una major de Hollywood. Stepin Fetchit se hizo popular al encarnar el estereotipo de coon,el negro pícaro y haragán que engaña a los blancos haciendo ver que es más estúpido de lo que es. Fue el primer actor negro millonario, aunque en 1960 muriera en un asilo.

El new deal de Roosevelt ayudó a que muchos pasaran de dormir en un banco del parque a poder tener una formación universitaria. Los blancos se pusieron a bailar la música negra, pero seguía la discriminación. “No se admiten negros ni monos”, se advertían a la entrada de un hotel.

Billie Holiday intentaba cantar, donde le dejaban, jugando con la censura, la explosiva Strange fruit:“Idílica escena del galante Sur / los ojos abultados, la boca torcida / el aroma de las magnolias, dulce y fresco / y de pronto el olor de la carne quemada”. La extraña fruta que colgaba de los árboles sureños eran los cadáveres de los negros linchados: 4.000 de 1900 a 1940.

Miles Davis llevó grabado toda su vida el relato de las matanzas de negros en la revuelta de Saint Louis de 1917 (“entraban en sus casas y los mataban como cerdos o perros callejeros, disparaban contra mujeres y niños, quemaban sus casas con familias dentro y a algunos los colgaron de las farolas”). Aún se discute si es cierto que la gran Bessie Smith murió en 1937 porque ningún hospital de blancos quiso acogerla para hacerle una transfusión.

A Charlie Parker, cuando tocaba en el sur con su quinteto, en el que había incorporado a un trompeta blanco, Red Rodney, no se le ocurrió otra argucia que hacerle pasar por un hermano…albino.

Frederick Douglass, el renacimiento cultural de Harlem, las novelas de Wright, Baldwin y Ellison, los poemas de Hughes… cuando se desencadenó el movimiento pro derechos civiles, los afroamericanos ya estaban preparados para dar la batalla. Se ganó en 1964, asesinados Luther King y Kennedy. Desde entonces se ha ido normalizando.

Truman Capote recordaba a Ellison cuántos hombres o mujeres comunes y corrientes, anónimos, eran también invisibles.

Como ahora los dominicanos de Junot Díaz. El sueño americano continúa.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)