LA MIRADA INCORRECTA

´Los Soprano´ en el fútbol

La Vanguardia, Pilar Rahola , 18-01-2009

Pilar Rahola

Las preguntas se acumulan con tozudez, como tantas veces que tocamos el binomio violencia y fútbol
A veces el nombre lo dice todo. Como si fuera una puerta transparente que dejara al descubierto las íntimas vergüenzas. Como si fuera un lema, una carta de presentación. “Buenas, así nos llamamos porque eso somos”. O “eso admiramos”, en una enloquecida búsqueda de la identidad fallida. A veces el nombre es pura semiótica, pura fiesta de significados. En esos casos, para analizar la cosa, hay que empezar por el nombre. Por supuesto, el nombre tomado virgen, sin su carga de profundidad, es inocente. Pero cuando antecede a unas ideas y actos, entonces explota como si fuera una gramática entera.

Eso pensé cuando leí por primera vez el nombre Bada Bing, el famoso bar de Los Soprano, donde la familia mafiosa ventilaba sus vidas delictivas entre alcohol y chicas desnudas. Expresión reconocida por la Academia inglesa, es la onomatopeya del disparo de un arma, y era la expresión clásica de la mafia italoamericana, cuando perpetraba sus ajustes de cuentas. Incluso sale en El Padrino,en boca del mismísimo Al Pacino, en una de sus habituales amenazas. En la popular serie, la familia mafiosa de Los Soprano se mueve en el Bada Bing, un espacio simbólico que los define sin tapujos. No es, pues, un nombre al azar ni está desprovisto de significado. Y ellos lo escogieron. Sólo eran un equipo de fútbol, unos chicos con un balón, un sano deporte, y escogieron ese nombre…

Cuando el otro día apalearon salvajemente a unos jugadores del Rosario, descubrimos que su historial venía de lejos, y que su amor por el deporte sólo era la vía de escape de su amor por la violencia. Unos eran jugadores del Rosario, los orígenes, la identidad, la nostalgia, la emotividad; los otros se llamaban Bada Bing, y el simbolismo arraigaba en el lado oscuro… Ambos, víctimas y verdugos, con sus inequívocas y dispares cartas de presentación.

Las preguntas se acumulan con tozudez, como tantas veces que tocamos el binomio violencia y fútbol. ¿Cómo es posible que algunos de esos jugadores tuvieran antecedentes penales, y pudieran tener sus fichas reglamentarias? Si, como parece, algunos usaban fichas falsas, ¿ello resulta tan fácil? ¿Es cierto que este equipo era conocido por todos, y todos temían su habitual tendencia a la violencia? ¿Es cierto que, entre sus miembros, había conocidos skinheads de extrema derecha? ¿Es cierto que llegaron al campo con todo tipo de útiles para agredir, y que el partido se consideraba de riesgo? ¿Es cierto que no había policía porque alguien se olvidó de enviar o pasar el e-mail, o llamar o vaya usted a saber qué, a los Mossos? ¿Es cierto que ya expulsaron a otro equipo con esas mismas características, y que algunos de sus miembros se reencarnaron en este? Y la pregunta del millón, ¿cómo es posible que un condenado por asesinato en tercer grado, tras ocho años de internamiento, formara parte del equipo desde hacía cuatro meses?

Según el acta del árbitro, Valentín Moreno, el joven que destrozó los genitales y partió el cráneo a Carlos Javier Robledo, en el suceso conocido como crimen de la Vila Olímpica, fue quien sembró el pánico en el campo. ¿Podía jugar alguien con esos antecedentes? Y para extremar aún más el interrogante, ¿ningún experto que hubiera tratado en prisión al tal Moreno podía intuir que no estaba curado de su gusto por la violencia extrema, si las imputaciones que caen sobre él se confirman? Todo ello, por cierto, en el caso de un joven al que se juzgó como menor porque le faltaban cuatro horas para tener 18 años…

Como siempre en estos casos, ahora toca curar las heridas, encausar a los culpables, interrogarse y sobre todo lamentar, nuevamente, que el ejercicio sano de un deporte derive en xenofobia, racismo y violencia. Sin embargo, sería ya hora – antecedentes no faltan-de que fuéramos capaces de prevenir antes de lamentar. No podremos evitar fácilmente que existan jóvenes con los cerebros embrutecidos por el odio, pero podemos evitar que llenen de odio nuestros campos de fútbol. El lamento es patrimonio de las víctimas, pero los dirigentes, además de llorar, tienen que ser responsables.

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