LOS DÍAS VENCIDOS

Los inframundos

El Periodico, , 15-01-2009

JOAN BARRIL

Apelo a la memoria de los lectores de esta columna para irnos al terreno de los toros y sus protagonistas. Hace años, más de 10 al menos, un torero apellidado De Paula fue condenado por un tribunal. La acusación no era pequeña. El tribunal consideraba probado que el diestro De Paula había contratado a un sicario para atacar al presunto amante de la que había sido la esposa del torero, o algo así. Digo algo así porque, cuando estamos hablando de pagar por la muerte de otro, no hay causa que pueda ennoblecer el pago. Es por ello que De Paula fue condenado a una pena de cárcel. Fue una pena menor, pero cárcel, al fin y al cabo.
Por desgracia, este tipo de crímenes forjados en el orgullo y encargados a persona interpuesta no son extraños. Lo extraño es lo que sucedió a continuación. El diestro salió de la cárcel. Profesional del toreo como era, De Paula volvió a vestirse de luces y se anunció su reaparición en los ruedos. En el momento en el que De Paula hizo el paseíllo sobre el albero de la plaza de la Real Maestranza de Sevilla, el público se puso en pie y le dedicó una sonora y prolongada ovación. Siempre me he preguntado a quién estaban aplaudiendo. ¿Al torero que durante tantos meses no había podido torear? ¿O al esposo pasional dispuesto a vengar su honor encargándole el trabajo a otro tipo de matador?
En cualquiera de los dos casos subyace la idea de que la justicia no es igual para todos, porque en determinados mundos la justicia tiene códigos internos que son mucho más potentes que el Código Penal. Así sucede, por ejemplo, con la justicia militar, que adolece de sentencias difícilmente comprensibles por los civiles. O la justicia aplicada a las grandes fortunas, que permite la libertad -por más condicional que sea- de auténticos estafadores capaces de huir en cualquier momento. Pero hoy he vuelto a pensar en De Paula a raíz de lo sucedido en el mundo del fútbol: ya saben, un equipo -el Rosario Central- formado por jugadores de procedencia inmigrante, en su mayoría latinoamericanos, que fue agredido por otro equipo de Tercera Territorial llamado Bada Bing. Por lo visto, no se trató de una agresión debida al fragor del combate deportivo. Un equipo es una organización, y la del Bada Bing, por lo visto, saltó al campo dispuesta a marcar más caras que goles.
Y ahora viene de nuevo el síndrome De Paula. Ante un ataque racista y violento, la única sanción que va a recaer por lo visto sobre el Bada Bing es su expulsión del campeonato y la prohibición a sus jugadores de volver a participar en competiciones oficiales de por vida. A eso, los comentaristas deportivos le llaman “castigo ejemplar”. Nunca había pensado que el mundo del fútbol tuviera unas leyes tan duras: lo que en la vía pública sería un delito del Código Penal, en un campo de fútbol se castiga -ejemplarmente- con la infantil prohibición de jugar al fútbol. Vaya, ahora sí que estamos tranquilos: los Bada Bing no volve- rán a jugar, pero andarán organizados por las calles para ir cortando orejas suramericanas o magrebís.
Curiosa indulgencia la que despierta el fútbol, ese deporte que debería servir para hermanar convivencias y que se convierte en el nido más idóneo para que crezca el huevo de la serpiente. No nos equivoquemos de objetivo. El fútbol es una actividad honorable, pero será el hazmerreír de la sociedad si no se procede a la detención de los agresores. No hay indulgencia posible ante el racismo violento. Nos jugamos mucho más que un partido.

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