el ojo público

El exótico ex presidente Aznar Superstar

La Voz de Galicia, Roberto Blanco Valdés, 09-01-2009

Son exóticas bastantes de las casas de famosos que salen en el Hola. Lo son algunos de los viajes que realizan los nuevos ricos sin cultura. O los cócteles que beben con frecuencia los horteras.

Pero calificar de exótica la elección de Obama, como acaba de hacer José María Aznar, constituye mucho más que una de las majaderías a las que el ex presidente nos tiene acostumbrados. Supone, de hecho, una inmensa falta de respeto a los norteamericanos y, de forma muy especial, a las docenas de millones que al elegir a Obama han contribuido simbólicamente a hacer justicia a los agraviados durante decenios por la ignominiosa política de la segregación racial.

El ex presidente Aznar cayó hace mucho en el peor error en que puede incurrir un político de su importante trayectoria: se perdió el respeto a sí mismo y, ya tirado al río, decidió pasear por el mundo el saco de sus agravios, como si ese saco lleno de rencor fuera la cruz que Jesús hubo de soportar camino del Calvario. Aunque Aznar no recuerda, por supuesto, al sufriente Jesús bíblico, sino más bien a aquel sonriente Jesucristo Superstar de pacotilla que, a la menor, se arrancaba con el canto, del mismo modo que inopinadamente se arranca Aznar con ese peculiar discurso suyo, donde la incorrección política es casi siempre el fruto de un sólido pensamiento reaccionario.

La verdad es que no tenemos suerte con nuestros ex jefes del Gobierno. Mientras estuvieron en el ejercicio de sus cargos, ninguno consiguió aparecer como el presidente de todos los españoles, limitándose a ser, en consecuencia, el del partido que lo había llevado a la Moncloa. Cabía esperar, pese a ello, que la pérdida del poder acabaría situándolos en un terreno común, donde sería posible percibirlos, con sus luces y sus sombras, como símbolos de una historia compartida. Pero solo Suárez y Calvo Sotelo lo han logrado: el primero, pobriño, tras haberse perdido para el mundo; y el segundo, tras haber pasado, por desgracia, a mejor vida.

Nadie podrá decir, de todas formas, que los casos de Aznar y de González son iguales, pese al indisimulable rencor con que ambos dejaron el Gobierno. Pues mientras González ha roto su silencio solo de modo excepcional, y la mayor parte de las veces para decir cosas sensatas, Aznar padece por el contrario una incontenible verborrea, que permite suponer que cada necedad que sale de su boca será superada por la próxima.

Por eso hace ya tiempo que sus propios compañeros de partido deberían aplicar la práctica adquirida durante los últimos años de Gobierno socialista para gritarle, claro y rotundo, a quien durante años fue su líder, «cállese ya, señor Aznar». De tener éxito, el país les quedaría eternamente agradecido.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)