Vitrocerámicas contra el frío

Las 100 familias de inmigrantes que viven en el poblado chabolista de El Gallinero combaten con ingenio las bajas temperaturas que castigan Madrid

El País, AMAYA IZQUIERDO, 09-01-2009

“A las dos de la mañana empieza el frío de verdad. Te despiertas. Das vueltas, te encoges, te arrimas al de al lado. Somos tres, cuatro en cada cama, pero no importa. Sigue haciendo frío”. Constantin, uno de los cientos de gitanos rumanos del poblado chabolista de El Gallinero (al lado de la Cañada Real), fuma igual que habla: despacio, bocanada a bocanada, con pausas. Sus 20 años parecen por lo menos 35. Los 18 de su mujer, Simona, aparentan ser 30. El único en la choza con los años bien encajados es Armando, que el dos de enero cumplió un año.

Hace meses alguien tiró varias vitrocerámicas al vertedero. Los gitanos rumanos del poblado las despiezaron una a una, extrayendo las resistencias de metal redondas que dan calor bajo la placa de vidrio. De cada vitrocerámica sacaron cuatro radiadores. Cuatro chabolas calientes. Al menos, no tan frías. Fuera, a las once de la noche, hay dos grados bajo cero. Enchufan las resistencias a la corriente, aunque a menudo hay cortes de luz. “Aquí llegamos a los menos siete”, cuentan.

“Tenemos frío y tenemos miedo”, relata Floristán, uno de los siete hijos de Petra, en la choza de su madre. “¿El miedo? Por los incendios”, resume. En cada choza, decenas de enjambres de cables a medio pelar desafían a las cortinas y telas que cubren las paredes. “Las telas nos aíslan del frío más que la chapa sola”, cuenta, en rumano, Petra, de 50 años, una de las mujeres de más edad del poblado. Aparenta 70. Entre los adultos, todos recuerdan al menos 20 incendios. “¿Te imaginas lo que es despertar, en mitad de la noche, y ver el fuego en la pared delante de ti? No coges nada, pierdes lo que tengas. Agarras a tu hijo y sales corriendo de allí”, cuenta uno de ellos. Niños y adultos, entre suciedad y frío, enferman muy a menudo.

“Aun así estamos mejor que en Rumania”, cuenta uno de los hijos de Petra. “Mejor en una chabola aquí que en un piso allí. Aquí, al menos, podemos comer”.

Fuera sólo las ratas se atreven a cruzar los caminos. Las placas de hielo, resbaladizas, rellenan los baches más bajos. Los pocos vecinos que salen conocen los atajos y esquivan el hielo, expertos, hasta sus chamizos de lata.

Cuando muere el sol las familias se reúnen en torno a su trozo de vitrocerámica. Algunas calientan la cena. Otras no tienen qué calentar. Un par de jóvenes permanecen al raso, combatiendo la helada con una hoguera. Charlan. Se distraen. Pasan el rato. Hasta que el frío, el de verdad, les encierra de nuevo en sus chozas.

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