EL 'OTRO' LADO DE UN HEROE

La polémica criatura de un artista llamado Hergé

El Mundo, EDUARDO SUAREZ. Corresponsal, 08-01-2009

Se ha acusado a Tintín de racista, antiecologista o nazi, a pesar de los esfuerzos de su autor por adaptarlo a los tiempos Por extraño que pueda parecer en la cuna del sentido común y el liberalismo, no es la primera vez que le buscan las vueltas a Tintín en el Reino Unido. En 2007, la Comisión para la Igualdad Racial proclamó que Tintín en el Congo exhalaba «prejuicios racistas» y desaconsejó su venta en las librerías.


El responsable del dictamen fue el abogado de color David Enright, que denunció el asunto ante la comisión al darse cuenta de que los negros estaban representados «como mandriles o monos» y que el reportero belga les hablaba como si fueran retrasados mentales. Circunstancias que son ciertas en la primera edición de la obra – inspirada por la ideología ultracatólica del padre Valez, director del diario católico donde se publicaban las viñetas de Hergé – pero que están mitigadas en la edición que todavía hoy, pese al aliento censor de las autoridades, se puede adquirir en las librerías británicas.


La edición actual la retocó Hergé poco después de la II Guerra Mundial, rebajando la moralina colonialista y retirando las escenas más estridentes. Aun así, sobrevivieron escenas muy ofensivas, como aquélla en la que dos negros se pelean por un sombrero de paja como si de una obra de arte se tratara o aquélla otra en la que Tintín mata y le corta los colmillos a un elefante. De las ediciones escandinava e inglesa, sin embargo, se retiró el episodio en el que el reportero hace saltar en pedazos a un rinoceronte. Un episodio de casquería que uno sí puede disfrutar a todo color en la edición española.


Porque la del racismo no es más que la última controversia que ha sacudido a la obra de Hergé, que ha despertado el rechazo ocasional de países o grupos étnicos y ha atraído suspicacias a derecha e izquierda del arco político.


Tintín catapultó al éxito a Hergé antes de la II Guerra Mundial, pero se convirtió en su cruz tras la derrota alemana. El motivo, la decisión del dibujante de seguir dibujando para la publicación pronazi Le Soir durante la contienda, que lo convirtió en los primeros años de la posguerra en un apestado en los círculos del periodismo y la cultura belgas. Sabedor de su error, Hergé intentó hacerse perdonar con álbumes como El cetro de Ottokar, denuncia vagamente velada del expansionismo alemán. También retocó los apellidos judíos de los villanos de la versión original de La estrella misteriosa para evitar equívocos que vincularan el álbum con la dolorosa resaca del Holocausto.


Precauciones que Hergé acometía sabedor de sus pecados de juventud y de sus amistades peligrosas con miembros del Partido Rexista y con el nazi belga Leon Degrelle, que llegó a alardear de que el dibujante se había inspirado en él para crear a su héroe más celebrado.


De todas formas, sería injusto ponerle sambenitos políticos a Hergé, un tipo católico y conservador torturado por la separación de su primera esposa, pero cuya obra destaca precisamente por su cosmopolitismo y por su polisemia. Sus álbumes denunciaron los excesos de los Soviets, pero también las mafias internacionales, el imperialismo japonés, la trata de blancas y hasta el divismo de las cantantes de ópera. De hecho, su último álbum completo – Tintín y los pícaros – presenta a un Tintín informal y sin bombachos, que se mueve en moto, tiene connivencias con la guerrilla y lleva una chapa con el símbolo pacifista.

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