Polémica
«Quiero donar, vivo y por dinero»
El Mundo, , 22-12-2008El boliviano William Carrillo no quiere que «ningún Estado» decida sobre su cuerpo. Tiene muchas deudas y apenas dos meses de contrato, después de cinco años vagando por España. Sueña con poder vender legalmente sus órganos ‘sobrantes’, para lo que ha pedido el amparo del Defensor del Pueblo. «No quiero recurrir al mercado negro y sí respetar la legalidad. Estoy en riesgo de exclusión social», dice La historia se cuenta sola: William Carrillo quiere vender su cuerpo. Las partes que no necesite para vivir. Las que le sobran. No donarlas gratuitamente, como obliga la ley. No. El quiere dinero por su cuerpo. Por un riñón. Por un trozo de hígado. Por su médula. Y por eso se ha ido al Defensor del Pueblo – aunque sabe que es un brindis al sol – a que le «ampare» en una «situación límite». Tiene deudas, apenas dos meses de empleo y «riesgo de caer en exclusión social». Dice que su cuerpo es suyo, y que por qué no puede venderlo si lo desea para salir del apuro. Dice: «Mi cuerpo es mío, no de la ley. Mío».
William, nacido en Bolivia, tiene 43 años, es periodista de profesión, llegó a España hace cinco años y mira con cierta tristeza por la ventana de su monacal casa: una habitación con poco más que una cama y un armario en el centro de Alcobendas. La tiene que dejar: «Me han pedido ya que la abandone, no puedo pagar». Llegó a España hace cinco años, después de que su familia – mujer y dos hijos – se desintegrara. Desde entonces, ha trabajado de todo y de nada: peón avícola, camarero, reponedor, actor de doblaje… Su empleo más largo duró siete meses. Muestra a este diario su vida laboral, un listado interminable.
Hasta aquí, su historia podría parecer la de un loco, un vivales que busca protagonismo ante la inminente ola de crisis. Pero el caso va más allá: Carrillo se ha asesorado jurídicamente con dos abogados, ha pedido consejo a una psicóloga del Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes, ha escudriñado en la legislación española, ha estudiado la situación en otros países, se ha hecho análisis clínicos y, lo más importante, se sabe de pe a pa qué sobra de sí mismo. Qué podría vender: «Un riñón, parte del hígado, que se regenera, médula… Y todos los fluidos». Exhibe recortes de hace años en torno al tema. Dice: «Esto no es nuevo para mí, llevo tres años pensando en hacerlo». Otra mirada por la ventana.
William salió de Bolivia con 5.400 euros en deudas, y después fue adquiriendo púas aquí y allá: 1.200 con Banesto, 4.300 a amigos y allegados, 500 euros a su hermana… ¿En cuánto pondría, por ejemplo, un riñón? No cabe espacio para la broma, y además a William le preocupa hacer apología de la venta ilegal de órganos, un negocio que arde en la Red. Pero desliza una cifra: «La vida no tiene precio, pero por algo que puede mejorar tanto la vida de alguien, creo que es justo recibir algo a cambio. ¿Precio? Pues quizás 150.000 ó 100.000 euros, aunque sería negociable».
William está solo. Le quedan sus hijos, que están con su ex mujer en Suiza (boliviana emigrada), y un sobrino sordomudo al que sueña con ayudar. Le restan dos meses de empleo en una gran superficie como reponedor: le han contratado por Navidad. Tiene un edredón blanquísimo, unos cuantos libros y una pequeña cámara de fotos con que retrata a la gente que va conociendo. Pasó dos años como ilegal en España. Ha vivido en Andalucía, Alicante, Bilbao, Galicia… Le preocupa que su petición, poder venderse a trozos legalmente, se convierta en el típico drama del inmigrante inadaptado: «Porque no es así: yo me siento español, ésta es mi madre patria. Por eso he recurrido a las autoridades españolas: porque respeto las instituciones y no quiero incurrir en delito, ni menoscabar la legalidad», explica con verbo casi siempre barroco.
No habla de moral. Ni se menciona la religión. Tiene claro que raramente el Defensor va a darle la razón. Pero sueña, «humildemente», con abrir un debate: «Si yo le doy algo a alguien absolutamente vital, y ese algo me pertenece, ¿por qué no voy a obtener algo a cambio? Yo no me quiero subastar, sólo decidir sobre mi propio cuerpo. No quiero ir al mercado negro, quiero seguridad en el trasplante. Pido sensibilidad humana, nada más». Y mira por la ventana.
ASI DECIDIO VENDER SUS ORGANOS
Ha vivido en Andalucía, Alicante, Bilbao, Galicia… Y ha trabajado como camarero, reponedor, peón… No cobra paro al no haber cotizado suficiente.
Sus dos hijos, de 14 y 18 años, viven con su ex mujer en Suiza. El está aquí solo.
Ha estudiado sin qué partes viviría: «Un riñón, parte del hígado, la médula ósea, todos los fluidos…».
Conoce lo que prescribe la ley 30/1979, que prohíbe la donación «a cambio de dinero», «¡pero no dice por qué!», se queja amargamente.
Le ha escrito al Defensor: «Quiero mejorar la calidad de vida de un ciudadano a cambio de una cantidad justa de dinero. La ayuda que ambos nos daríamos no tendría precio».
(Puede haber caducado)