JOSÉ LUIS ÁLVAREZ

Descoordinación de las políticas migratorias

Diario de Navarra, JOSÉ LUIS ÁLVAREZ ARCE ES PROFESOR DE ECONOMÍA DE LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA Y MIEMBRO DE LA ASOCIACIÓN SEI, 18-12-2008

E L 18 de diciembre, Día Internacional del Migrante, es el día dedicado a ese 3% de la población mundial que vive en un país distinto del propio. Una jornada perfecta para detenernos a reflexionar sobre un fenómeno que cada vez nos es más cercano, pero no por ello más conocido.

Algo que llama la atención acerca de las migraciones es la idea, tan extendida como errónea, de que nos encontramos ante acontecimientos específicos de nuestro tiempo, novedosos, desconocidos, para cuya gestión carecemos de la necesaria experiencia y que, por tanto, nos sobrepasan. Nada más lejos de la realidad. La historia de la humanidad – y del progreso – es también la historia de las migraciones. Echemos la vista poco más de un siglo atrás, por ejemplo, y descubriremos a millones de personas, de migrantes, desplazándose desde Europa a América para construir el “Nuevo Mundo”.

Pero aquello era distinto, me dirán. Por supuesto; muchas cosas han cambiado desde entonces. Países que eran receptores de inmigrantes hoy son emisores (y viceversa). La inmigración se ha convertido, además, en un fenómeno global, con desplazamientos que tienen como origen y destino tanto a países desarrollados como a naciones en vías de desarrollo. Asimismo, el mundo ha asistido a una feminización y a una creciente heterogeneidad étnica y cultural de las corrientes migratorias. Sin embargo, si bien estas pautas actuales dotan al fenómeno de dimensiones novedosas, no lo convierten en sustancialmente distinto de las migraciones del pasado. Nos enfrentamos a cuestiones que la humanidad siempre ha debido tratar. A muchos les sorprenderá saber que, de hecho, las corrientes migratorias actuales son menos intensas que en el siglo XIX.

Más que sorprendente, ese último dato debería resultarnos paradójico. ¿Por qué las migraciones no han crecido al ritmo del comercio o de los flujos financieros internacionales, situados hoy en máximos históricos? ¿Cómo ha sido eso posible, si la vigente etapa de globalización se inició prácticamente a la vez que se promulgaba en 1948 la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuyo artículo 13 recoge el derecho a emigrar?

La respuesta es muy sencilla. A diferencia de lo ocurrido en los ámbitos comercial y financiero, donde la liberalización ha sido enorme, los países han erigido y conservado muchas barreras que limitan la movilidad de las personas – sin ir más lejos, antes de la Primera Guerra Mundial no había un sistema internacional de pasaportes como el que hoy conocemos – . Así las cosas, el mayor desafío radica en cómo conjugar el derecho a la emigración, basado en la libertad de cualquier persona a buscar un mejor futuro, con la legítima aspiración de cualquier sociedad democrática a ordenarse conforme a unas reglas que, en mayor o menor medida, restringen el derecho de entrada. En mi opinión, hay una clave para solventar ese desafío: el adecuado aprovechamiento del potencial que los movimientos migratorios tienen como factor de desarrollo y bienestar para las sociedades de origen y acogida.

Para conseguirlo, es imprescindible huir de planteamientos maniqueos. Demonizar o beatificar a los migrantes son salidas fáciles, pero equivocadas y contraproducentes. Al igual que otros factores de cambio – me vienen a la mente el progreso tecnológico, el comercio internacional o la globalización financiera, por ejemplo – los movimientos migratorios crean oportunidades, pero también incertidumbres y fricciones. Se trata de aprovechar las primeras a la vez que se gestionan y minimizan las segundas.

En ese sentido, es muy llamativo que no existan organismos multilaterales, ni otros intentos serios de coordinación entre países, orientados a impulsar y gestionar la movilidad internacional de las personas para que ésta revierta en beneficio de todos. Iniciativas que, en cambio, sí se han dado en pro de la liberalización del comercio mundial y de los flujos de capital – léase Organización Mundial del Comercio, Fondo Monetario Internacional, Acuerdos Comerciales Regionales, etc. –

Un mayor compromiso y esfuerzos más decididos en la coordinación internacional en materia de migraciones podrían rendir notables ganancias para todo el mundo. Según cálculos del Banco Mundial, los beneficios en términos de renta per cápita podrían superar a los que se esperan de un hipotético éxito en las actuales negociaciones para la mayor liberalización del comercio. A la espera de esos esfuerzos multilaterales, los países de origen y destino deberían buscar alternativas, bilaterales tal vez, para hacer de sus políticas migratorias elementos de desarrollo mutuo. Mientras tanto, a nosotros nos corresponde, en un día como éste, agradecer a nuestros emigrantes e inmigrantes la prosperidad que, en distintos momentos de la historia reciente, nos han traído con su iniciativa y sacrificio.

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