La tensión hierve en los invernaderos

El Ejido, Roquetas y La Mojonera, tres pueblos almerienses en un radio de 20 kilómetros, han sufrido violentos conflictos sociales ligados a la inmigración

Público, ÁNGEL MUNÁRRIZ, 16-12-2008

La geografía de la comarca del Poniente, en Almería, parece estrangulada pueblo a pueblo por sus más de 20.000 hectáreas de invernaderos. Este mar de plástico, que ha reportado progreso y prosperidad a la zona, también ha alterado el panorama sociodemográfico de toda la provincia, generando fricciones.

Los recientes conflictos en La Mojonera (10.000 habitantes) y Roquetas de Mar (73.000), que se suman a los del año 2000 en El Ejido (79.000), todos ellos ligados al fenómeno de la inmigración y producidos en pueblos ubicados en un radio de 20 kilómetros, rebren el debate sobre los modos de integración y los retos del multiculturalismo.

Un breve repaso de la cronología de revueltas en un espacio tan concreto invita a preguntarse qué ocurre allí. Enero de 2000, en El Ejido: los agricultores Tomás Bonilla y Luis Ruiz son asesinados por un joven marroquí de 23 años, Cherki Hadij. Poco después, otro marroquí, esquizofrénico, asesina a la joven Encarnación López. La paz social salta por los aires. Un millar de personas armadas con palos llegan a perseguir a grupos de inmigrantes. Septiembre de 2008, en Roquetas: Juan José Orihuela, español de etnia gitana, mata al senegalés Ousmane Kote, de 28 años. Los disturbios de las noches siguientes dejan más de una decena de heridos y similar número de detenidos. Diciembre de 2008, en La Mojonera: un inmigrante marroquí asesina presuntamente a Sega S., malí de 24 años. Estalla el conflicto. Grupos de subsaharianos atacan las tiendas regentadas por magrebíes en la calle Solera.

Más de 100 nacionalidades conviven en estos tres pueblos, aportando el 30% de sus 160.000 habitantes y el 96% de los 30.000 trabajadores de los invernaderos, acogidos a un convenio de 8,39 euros cada hora. A grandes rasgos, la mayoría corresponde a los magrebíes en El Ejido y a los subsaharianos y europeos del este en Roquetas, donde hay incluso un barrio, Las 200 Viviendas, donde la raza negra es abrumadora mayoría.

 Un policía vigila la plaza Príncipe Felipe en La Mojonera. LAURA LEÓN

En el actual contexto de crisis, los inmigrantes, señaladamente marroquíes y subsaharianos, “compiten por la supervivencia”, explica Tomás Cuesta, director del Centro de Estudios sobre Migraciones y Racismo. “Muchos empresarios se aprovechan. Siempre hay la mano de obra justa para la temporada alta, más una cantidad extra para bajar los salarios”, dice Juan Miralles, presidente de Almería Acoge. Varias ONG alertan del riesgo de sumar esta competencia a las viejas rencillas y prejuicios.

Sin papeles ni dinero

La crisis lo ha caldeado todo. “Los abonos han subido hasta un 2.000%, así que los empresarios recortan personal”, resume Francisco Vargas, líder de Asaja Almería. La lucha contra la contratación de indocumentados multiplica además el número de ilegales que vagan sin expectativas. “No me gusta verlos ahí, todo el día sin hacer nada”, protesta Ana, una anciana de El Ejido convencida de que “en los ochenta venían a trabajar, pero ahora no se sabe bien a qué”.

Aunque no hay cifras oficiales, los ilegales son legión. Muchas madrugadas pueden verse por cientos suplicando un empleo en la estación de autobuses o en el cementerio de Roquetas, junto al edificio Ancor a las afueras de El Ejido… Casi siempre es en vano. “No trabajo desde el 7 de febrero”, lamenta un chico de 19 años de Guinea – Conakri, sentado en un banco en la calle Manolo Escobar de El Ejido. Parece haber pandillas de magrebíes y subsaharianos a cada paso. Sin mezclarse. Pasan el rato, esperan una oportunidad. “Esta gente vive en condiciones muy, muy precarias, sobre todo de vivienda”, subraya Juan Miralles. Ése es el caldo de cultivo del conflicto, aderezado por los nuevos parados de la construcción.

Miseria en Las Norias

Un pequeño poblado ofrece la imagen paradigmática de esta marginación. Si uno se adentra en la serpenteante carretera que recorre los invernaderos en Las Norias, un poblado de El Ejido, termina por llegar hasta La Fábrica de la Mujer, una casa donde viven más de 20 subsaharianos sin papeles. Cada mañana, la misma rutina: a las 7:00 horas en planta para esperar al patrón, por si necesita mano de obra. Pero nada. “Llevo meses sin trabajar”, cuenta George Mendy, de Gambia. Los voluntarios les llevan comida. Matan las horas jugando a las damas.

Alguno ya está borracho a media mañana. “Es muy difícil la convivencia. Somos muchos, de muchos países distintos”, afirma Sang Mendy, también de Gambia. El miedo y la desesperación provocan tensiones y roces. Pero todos se ponen de acuerdo al torcer el gesto si se les pregunta su opinión sobre los inmigrantes magrebíes. “No hay relación”, tercia Mario, de Guinea – Bissau, desviando la mirada.

Augurios de venganza

La escasa asistencia a la manifestación contra la violencia del jueves en La Mojonera evidencia que hay muchas heridas abiertas que el triunfalista discurso oficial pasa por alto. “Almería puede dar lecciones de integración en toda Europa”, decía Rafael Amat, alcalde de Roquetas (PP), la pasada semana, mientras en las calles de La Mojonera grupos de marroquíes y de subsaharianos se desafiaban con la mirada. La distancia entre el discurso político y la realidad de la calle es palpable. El diputado del PP Rafael Hernando, por ejemplo, solicitó al Gobierno la expulsión de todos los inmigrantes implicados en los conflictos de La Mojonera “como medida ejemplarizante”, una propuesta que hace torcer el gesto a todos los que la oyen en el pueblo. “La Mojonera, lo creas o no y quitando estos problemas concretos, es un pueblo acogedor y tranquilo”, afirma el empresario Francisco Gonzálvez. La gente del pueblo, de hecho, presume de tolerancia. Inmigrantes sin papeles son atendidos sin preguntas en el centro de salud. Los extranjeros reciben multitud de ayudas. Y, como máximo orgullo, en su prestigiosa escuela de fútbol se mezclan niños de orígenes diversos para compartir partidos. Hay otro dato: los negros nacidos en España siguen respondiendo con el país de sus padres cuando se les pregunta de dónde son, explica Miguel, el coordinador de la escuela.

En algunas zonas del pueblo la tensión es evidente. Abdeslam Galaf ayuda a volver a poner en pie el bar Mediterráneo, en la calle Solera. Este negocio (y otros muchos de pequeños empresarios marroquíes: la cafetería HM, los bazares Alkazaba y Mohamed Ali…) fue atacado por grupos incontrolados de subsaharianos en venganza por el asesinato del malí Sega S. “Cuando se vaya la Policía, aquí va a pasar algo”, augura Galaf. Mustafa Chivu y Monsef Carih, de unos 30 años, asienten. Todos trabajan en los invernaderos. Ninguno ha ido a la manifestación contra la violencia convocada en el Ayuntamiento. “No vale de nada”, afirma Rachid, dueño de la cafetería HM, mientras señala con las cejas a un negro lampiño con rastas cortas. “Ése fue uno de los que vinieron con palos. ¡En el Día del Cordero!”, exclama.

La Guardia Civil prevé mantener hasta el 23 de diciembre una fuerte presencia en la zona caliente. “Hay efectivos para evacuar todo el pueblo”, bromea un agente con el uniforme negro del GSR en la plaza Príncipe Felipe.

“La prensa exagera. Todo esto se va a olvidar muy pronto”, protesta, con su puro colgado de los labios, Eduardo, empresario de La Mojonera. Pero no es tan fácil borrar la huella de un conflicto social. La atención social todavía no ha conseguido normalizar del todo la convivencia en Las 200 Viviendas, en Roquetas, tras los disturbios de agosto.

Simplificación racial

Cunde cierto descontento y desconfianza. La realidad da la razón a un estudio de la Universidad de Almería, dirigido por el profesor Pablo Pumares, que alerta de que “nada volverá a ser como antes” de los choques en El Ejido. “Los moros y los morenos [magrebíes y subsaharianos, coloquialmente] se odian desde hace siglos. Sus peleas aquí van para largo”, pronostica el empresario Francisco Gonzálvez. “¿De qué sirve que creen riqueza si no podemos salir tranquilos a la calle?”, se pregunta Alejandro Abad, un jubilado de El Ejido. Abunda la sensación de inseguridad y la estigmatización del magrebí. “¿Por qué parecemos siempre los malos de la película? Sólo queremos trabajar”, protesta Mustafah Betiss, trabajador agrícola marroquí de La Mojonera.

Es común entre los españoles la costumbre de encuadrar a los inmigrantes en rígidas categorías de carácter en función de sus orígenes. El caso particular a menudo es convertido en norma general. María Dolores Martín, por ejemplo, no oculta su “decepción con los inmigrantes”. Durante lustros, esta trabajadora de atención social colaboró con Cáritas. Hasta que, en cierta ocasión en que no pudo atender la petición que le hacía “un moreno”, éste la llamó racista. “Lo dejé. Me quedé muy decepcionada con ellos. Fue injusto”, afirma María Dolores.

Estas simplificaciones contrastan con la complejidad con la que los inmigrantes observan a sus propios compatriotas. Un ejemplo: Iordan, camarero de 29 años en Roquetas, cuenta que hace su vida en El Ejido, donde abundan los rumanos de Constanza, como él, con los que tiene en común mucho más que con los de Transilvania, más numerosos en Roquetas.

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