El fantasma de la brutalidad policial resucita en Nueva York con la presunta sodomización de un joven en el metro

El Periodico, IDOYA NOAIN, 13-12-2008

El pasado martes, en un juzgado de Brooklyn, Michael Mineo escuchó gritos de “maricón”. El joven, de 24 años, empleado en una tienda de tatuajes y piercings, respondió lanzando besos al aire y aplaudiendo. Era, posiblemente, una reacción más nerviosa que sarcástica. Porque quienes le insultaban eran policías de paisano. Y estos días Mineo es persona no grata para los agentes en Nueva York. Aunque la víctima, según todos los indicios, sea él.
Mineo está en el centro de un caso que ha reavivado las acusaciones de brutalidad policial en una ciudad recientemente sacudida por casos graves, como la descarga de decenas de balazos sobre Sean Bell, un joven negro y desarmado, en la víspera de su boda. Pero, además, su caso ha despertado fantasmas que se instalaron en la ciudad hace 11 años, cuando un inmigrante haitiano, Abner Louima, fue sodomizado con una escoba por cinco agentes cuando estaba detenido en una comisaría.

Antecedentes
Esta vez los agentes acusados son tres, la supuesta agresión sexual se produjo con una porra y en una transitada estación de metro y, a diferencia de Louima, Mineo sí había tenido con anterioridad problemas con la ley. Su historial incluye varios arrestos por posesiones de pequeñas cantidades de droga y uno más grave por atacar a un joven en la tienda de tatuajes.
Ese pasado ha contribuido a que se intentara poner en cuestión su acusación, pero no ha impedido que, casi dos meses después de que se produjeran los hechos, el fiscal de distrito de Brooklyn haya logrado presentar un abultado pliego de cargos contra los agentes.
Todo comenzó, según la acusación basada en la investigación de un gran jurado, el 15 de octubre, cuando Mineo estaba – – según ha reconocido – – fumando marihuana cerca de Prospect Park. Los agentes Richard Kern, Alex Cruz y Andrew Morales, solo dos años mayores que él, se acercaron y Mineo salió corriendo, colándose en la concurrida estación de metro. Allí los agentes le redujeron y le tumbaron en el suelo. Y allí fue donde Kern le sodomizó con la porra.
Varios testigos oyeron gritar a Mineo, que enseñó sus manos manchadas de sangre a los policías. Estos le ignoraron y se negaron a solicitar ayuda médica. Kern, además, le entregó una citación judicial no por posesión de marihuana sino por desorden de conducta. El agente puso en el papel una fecha errónea y dijo a la víctima que si denunciaba lo ocurrido le acusaría de un delito.
Mineo ingresó en un hospital, donde pasó los cuatro siguientes días. Y aunque el centro médico llamó a la policía y se puso en marcha una investigación de asuntos internos, los responsables del departamento optaron – – en una decisión luego muy analizada y aún más cuestionada – – por mantener a los agentes en sus puestos. Incluso cuando el fiscal decidió investigar lo ocurrido con un gran jurado y empezó a recabar lo que parecen irrefutables pruebas testimoniales y forenses, incluyendo el testimonio de un agente de tráfico que estaba en el metro. Kern, Morales y Cruz siguieron patrullando en las calles hasta el 3 de noviembre.

El beneficio de la duda
El martes se entregaron, comparecieron ante un tribunal y se declararon inocentes de los cargos. En el caso de Kern, son más de una veintena y el delito más grave que se le imputa puede conllevarle una pena de hasta 25 años de cárcel. Y, aunque la marea que al principio extendió sombras de duda sobre Mineo ha dejado paso a un nubarrón sobre los agentes, son muchos quienes aún defienden su inocencia. “La policía realiza un duro y peligroso trabajo cada día y hemos ganado el beneficio de la duda con nuestra sangre y sacrificio”, decía el martes tras la lectura de los cargos Patrick Lynch, presidente de una asociación policial.
Para otros, como el reverendo Al Sharpton, Mineo, que ahora siempre aparece con un bastón, no tiene ningún motivo para inventarse el ataque. “Nunca ha intentado edulcorar su historia”, alabó el político demócrata negro.
Mineo ha dicho que quiere ver a los agentes lejos de la calle. “Si tienes una placa y estás ahí para protegernos y haces lo que me hicieron a mí, no mereces estar en la calle”, aseguraba. El martes, tras su primer reencuentro con sus supuestos atacantes en el tribunal, se sentía ya ganador. “Yo les miré directamente a la cara – – dijo orgulloso. Ellos no pudieron”.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)