Masacre de corderos en la Pascua del islam

El Periodico, BEATRIZ Mesa, 10-12-2008

Son los últimos corderos del barrio de Bachku de Casablanca. Apenas resta una hora para el sacrificio, y Hadiya ha apurado mucho, pero ha llegado a tiempo. “Hasta hoy no encontré el dinero suficiente para comprarlo”, dice con una enorme sonrisa. Su sueldo mensual en una empresa textil es lo que le ha costado el animal, 1.500 dirhams (unos 135 euros). Por eso no dudó en mendigar. “Los hay que prefieren esperar la generosidad de los ricos, aunque no siempre hay suerte”, comenta. Cuanto más se acerca el gran día, más sube el precio, que puede alcanzar los 4.000 dirhams (360 euros). Hadiya, abrazada al cordero, corre para casa, antes de que el reloj marque las ocho de la mañana y el imán ponga fin a la oración. Poco después se procede a degollar al animal.
Esto sucede en Casablanca. En Rabat, la capital, el ritual cambia. No se espera al imán, pero sí al rey y comendador de los creyentes, Mohamed VI. Tiene que caer al suelo la cabeza de su cordero para que el resto de los ciudadanos rabatís inicien la fiesta grande, la del sacrificio, Aíd el Kabir en el dialecto marroquí.
Regida por el calendario lunar, en Marruecos la festividad cayó ayer. Los hogares se inundan de la algarabía de familiares, amigos y vecinos que se funden en abrazos y gritos de felicidad antes de sacrificar al cordero en nombre de Alá: “¡Mabruk l’aíd, Mabruk l’aíd!”, feliz fiesta en árabe, repiten. Las calles, en cambio, están vacías y casi silenciosas. Se escucha de lejos el jadeo de los pobres animales que viene de las terrazas de los edificios, los garajes, los baños de las casas y sus portales, y hay en el ambiente una pestilencia difícilmente soportable. El sacrificio conmemora el realizado por Abraham ante Dios. “Un día para la solidaridad y para la sumisión a Dios”, explica el predicador Ahmed Abdi.
Abdi aclara que la enseñanza de la suna, la palabra del profeta Mahoma, dice que durante el Aíd el Kabir solo las familias con suficientes recursos económicos están obligadas a sacrificar un cordero. La realidad es otra bien distinta. Mohamed es pobre. Con siete hijos vive en el hueco del ascensor de un inmueble de Casablanca del que es el guarda. Gana menos de 150 euros al mes, pero ha comprado un cordero. “Pedí un crédito al banco. Si no, sería una humillación para mis hijos”, explica. No lo siente como una obligación religiosa, pero sí social y moral.
En esta Navidad musulmana apenas hay signos visibles de crisis. Prueba de ello, la demanda de casi cinco millones de cabezas, además de las ingentes cantidades de pasteles y dulces tradicionales que acompañan a la fiesta. El mundo rural querría sacrificios de corderos como el de hoy varias veces al año. Se beneficia enormemente de la venta del ganado y del forraje, que supone transferir de la ciudad al campo unos siete millones de euros.
Saidia está separada. Le resultaría caro contratar a alguien para que le mate el cordero – – lo suele hacer el padre de familia – – , así que decidió hacerlo con sus propias manos. Le puso la cabeza en dirección a La Meca y lo degolló. Mandó a limpiar la cabeza, que guarda para el almuerzo de mañana. Una tarea a la que se prestan los niños de los barrios.

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