La muerte de tres hermanos inmigrantes de nacionalidad boliviana, intoxicados en una caseta agrícola cerca de Logroño, suscita una inevitable condolencia ante el infortunio de las víctimas. Y también provoca frustración lo absurdo de una desgracia evitable. El monóxido de carbono causado por aparatos de combustión o generadores defectuosos se convierte cada invierno en un veneno silencioso que ha costado la vida a 52 personas en los últimos ocho años. Las administraciones tienen aquí una tarea de prevención pendiente, en especial en situaciones de precariedad como la que padecían los fallecidos.