Sin techo, sin vida

Un centenar de personas en Bizkaia duermen en la calle según la plataforma besteBi que apoya su integración. De procedencias tan dispares como las historias que les han llevado ahí, tratan de concienciar sobre su situación coincidiendo con el Día Europeo del Homeless que se celebra hoy.

Deia, 23-11-2008

Son tres personas que tienen el cielo por techo. Deambulan por la calle buscándose la vida entre albergues y esquinas pedigüeñas. Son tres ejemplos de fracasos sociales, de una comunidad que no ha podido integrar a todos sus miembros a pesar de que trata de compensar esa carencia con servicios ad hoc. A veces, Francisco Javier, Víctor y X los utilizan, a veces no. La época de crisis que vivimos no les importa. Ello son tres personas en recesión constante. Son tres historias que sólo necesitan ser contadas.

francisco Javier

“Sientes desprotección, soledad y frío. Te acuerdas de tu familia”

44 años. Nacido en Galicia y criado en Berriatua, donde se trasladó a vivir su familia cuando era niño.

Soltero, sin hijos.

Esquizofrénico y ex toxicómano, lleva seis años sin consumir y está infectado de sida.

Francisco Javier padece sida, esquizofrenia y ha sido toxicómano. Nunca ha disfrutado de su propio hogar, tampoco ahora que pasa las noches a la intemperie en las calles de Bilbao. Pero antes que en el gélido asfalto o resguardado bajo el pórtico de una iglesia de la ciudad ha conocido otras camas. Estuvo a punto de morir ahogado en la playa de Karraspio en Lekeitio, “porque me había quedado dormido sin darme cuenta de que subiría la marea”, y en Ondarroa despertó al borde de un precipicio. “Si llego a dar un paso más, me caigo”, recuerda. Igual que en su propia vida hasta que arrancó su desintoxicación hace seis años.

En esas noches interminables de “desprotección, frío y soledad”, en las que no encontraba una pensión para alojarse, su cabeza viajaba hacia los años de su niñez. “Te acuerdas de la infancia, de la familia…”. De la llegada de la madre y los nueve hermanos a Berriatua procedentes de Galicia, de cómo empezó a trabajar a los siete años “cortando madera”. De su trabajo “pintando los barcos más grandes de Gipuzkoa” antes de embarcarse en la pesca “por Noruega, Escocia, Irlanda o Mauritania” en un intento por superar un problema familiar del que prefiere no hablar y que le hundió en el infierno de la droga.

Pronto la cantidad de sustancias concentradas en su organismo, “desde hachís hasta cocaína y heroína pasando por las anfetaminas”, empezaron a interferir en su vida laboral mientras aparecían los primeros signos de una esquizofrenia “heredada de mi padre, al que conocí a los 25 años” contra la que se medica desde hace dos décadas.

Entonces se vio abocado a la indigencia, agravada por su adicción. “Todo lo que cobraba lo gastaba en más drogas, era un círculo vicioso”, relata. Pidió ayuda a los servicios sociales de Ondarroa. No la hubo.

“Me recomendaron que me fuera a Bilbao porque allí no podían hacer nada, pero luego me encontraba con otras personas en mi situación que decían que les habían dado alojamiento una semana o algo de comida”. ¿Por qué a él no? “Creo que no querían que mi familia me viera por el pueblo drogado e infectado de sida. No era agradable para mis hermanas y mis sobrinos. El Ayuntamiento, el cura… Nadie hizo nada por mí”, lamenta.

Han transcurrido once años y del núcleo familiar sólo conserva algo de contacto con su madre y su hermana mayor. Una hermana vive en Inglaterra, “está bien situada y tiene sus hijos y no quiere saber nada de mí”, mientras que otro hermano “falleció de cáncer a los 38 años”.

Sigue durmiendo en las calles de una ciudad que a primera vista le pareció “tan grande como Madrid” mientras acude a los comedores sociales y visita a los profesionales que supervisan su medicación.

Desde que no consume “aprecio más que nunca lo mucho que vale una cabeza limpia” y a pesar de la adversidad que ha conocido mantiene que “la vida es bonita, lo que pasa es que antes de madurar tienes que ser joven y cometer errores”. Eso sí, le gustaría que la sociedad conociera su situación. “Sería positivo que se escuchara, que lo difundan en las iglesias para que lo oigan los jóvenes y los mayores para que se respete a la gente pobre, gente sin recursos, que es lo que somos”.

Víctor

“Intenté ahorcarme, pero se rompió la cuerda”

25 años. Nacido en Salamanca y criado por sus abuelos, vino a Bilbao a buscar a su madre, a quien no conocía.

Soltero, sin hijos.

Ha estado enganchado a las drogas y padece una depresión que le ha llevado a intentar suicidarse.

“No tengo trabajo, ni casa todo el mundo me ha dado de lado. Estoy en lo peor de mi vida. Si no fuera porque en los servicios sociales hay gente que me apoya y me para los pies no sé qué haría…”.

Las palabras de Víctor son duras. Sobre todo cuando confiesa que tiene sólo 25 años, y que “cuanto más me esfuerzo, peor salen las cosas”. Tal es su situación crítica que los sucesivos reveses que ha sufrido le han hundido en una profunda depresión. Tan negra que le llevó incluso a querer quitarse la vida. “Intenté ahorcarme, pero se rompió la cuerda”, dice con una frialdad que estremece.

Esta semana vuelve a dormir en la calle después de abandonar la casa de su novia al romper la relación que mantenía.

Nació en Salamanca, donde vivía con sus abuelos. La relación con ellos no era buena, “él era alcohólico”, y el mal ambiente hizo que desembocara en las drogas a los 14 años. Dos años después abandonó la casa y con 22 decidió dar un giro a su vida. Quiso conocer a su madre, la cual años atrás vino a vivir a Bilbao. Hizo las maletas y se plantó en la capital vizcaina “a la aventura”. La mala suerte se cruzó de nuevo en su senda. Ni la convivencia ni el trato resultaron como esperaba y también se marchó de la vivienda que compartió con ella durante un tiempo. Por aquella época “mi jefe me alquiló una habitación en Basauri hasta que se acabó el trabajo”.

No encontró otra alternativa que dormir en la calle. La primera noche, al lado de San Mamés, apenas pegó ojo “de los nervios”. “Mucha gente viene y te roba lo poco que tienes y la Policía Municipal te echa de los sitios”, cuenta. Dice comprender “que a los bancos o los vecinos les moleste que durmamos en los cajeros y los portales, pero no hace falta que se enfaden ni nos echen de malas maneras”.

Es cuando relata el incidente que le tiene marcado, por el que aguarda un juicio y el cual que podría conducirle a la cárcel. “Estaba durmiendo en un portal de San Francisco y una persona me despertó a patadas. Yo me defendí y ahora me piden cuatro años de prisión”, narra con tristeza.

Lo peor es que no vislumbra salida a su situación. La pérdida de su último empleo de repartidor ha coincidido con la ruptura con su pareja. De golpe ha perdido ingresos y techo. “Aún me tienen que pagar la liquidación, pero no hacen más que retrasarlo”. Por culpa de eso ha perdido la oportunidad de alquilar una habitación, lo que le obliga a “volver a la calle”. Es auxiliar técnico de electrónica y fontanero calefactor, pero no puede aprovechar su formación sin carné de conducir. “¿Cómo me lo voy a sacar, si no tengo dinero? No me llega ni para hacer fotocopias del curriculum. Tuve que vender mi teléfono para comprar comida”, describe.

Víctor considera que a los extranjeros se les conceden más facilidades. “No he tenido padrón hasta hace unos meses y ves que recién llegados lo consiguen. ¿Cómo lo hacen?”, cuestiona. Además, “los inmigrantes vienen aleccionados. No hablan una palabra de castellano, pero ya saben decir albergue de Mazarredo”. Tampoco se plantea volver a casa de su madre y mucho menos de sus abuelos. “No quiero saber nada de ellos, me han dejado de lado, como todo el mundo”. Se refiere también a sus hermanos, cuya dirección en Barcelona localizó a través de internet. “Fui a visitarlos y estuve un tiempo, pero después he dejado de tener noticias suyas”, resume. Al final “no queda más que romper a llorar y descargar la rabia y la tristeza acumuladas. Ya no sé cuál pesa más”, se resigna. “A veces me pregunto si todo esto será una película. Me gustaría…”

Llámame x

“La gente piensa en sí misma, nada más”

42 años. Nacido en Francia y llegado al País Vasco hace varios años para cambiar de aires.

Separado, con dos hijos de diferentes madres.

Estuvo en el ejército galo. Ha vivido en Donostia antes de llegar a Bilbao.

Prefiere no dar su nombre. No quiere aportar pistas de su paradero a miembro alguno de su familia, incluidos los dos hijos que ha tenido de dos relaciones diferentes.

Él mismo se ha convencido de que “están mejor sin su padre, sé que viven bien con sus madres y eso es lo que importa”. Para su futuro les ha dejado su única posesión material: un piso en Francia, su lugar de origen.

“Lo compré mientras estaba en el ejército, en esa epoca ganaba muchísimo dinero, pero lo dejé porque pensé que de haber seguido me hubiera vuelto loco”. Cruzó la frontera hasta Donostia “para cambiar de aires”, y enseguida consiguió trabajo.

Fue su última etapa antes de llegar a Bilbao. La suerte volvió a sonreir en lo laboral y en el amor. “Encontré empleo y me fui a vivir con una mujer, pero cuando entré en el paro, cinco meses después ella me dejó”, cuenta. Al principio se cobijó bajo la protección del albergue “sólo durante tres días”. Critica que es “una estancia demasiado corta como para que te dé tiempo por lo menos a empezar a reorganizar tu vida”. En Francia “te dan entre tres y seis meses, es más razonable. El Ayuntamiento debería pensarlo”, propone con espirítu constructivo y como objeto pasivo.

Hasta entonces “no hay otro remedio que vivir en la calle”. No siente miedo, sino “indiferencia total hasta que me pille un coche”. Es su particular manera de denunciar “el tremendo egoísmo de la gente. Piensan en ellos y nada más, sin prestar atención a los que vivimos en estas condiciones”. Él está seguro de que lo hará por poco tiempo: “Esto es sólo un palo que me ha dado la vida, pero pasajero”.

“Desde que no consumo aprecio mucho más lo que es una cabeza limpia”

“La vida es bonita, pero antes de madurar tienes que ser joven y cometer errores”

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