Racismo

El País, , 19-11-2008

Las razas existen y existe el racismo. El Southern Poverty Law Center, una prestigiosa institución basada en Montgomery (Alabama) que trabaja a favor de la tolerancia, ha contabilizado miles de incidentes raciales desde la elección de Barack Obama. En la lista no aparecen asesinatos ni tragedias irreparables. Se trata simplemente de un inventario del odio y la vileza, en su categoría más mezquina: agresiones e insultos a niños negros, destrozos en los jardines de familias negras, broncas escolares con víctimas negras, amenazas anónimas dirigidas a negros… Lo de siempre, pero más. La lista elaborada en Montgomery, una ciudad simbólica en la campaña por los derechos civiles, basta para dar una idea de la importancia de la elección de Obama como presidente.

Pero cualquier acontecimiento puede ser observado desde múltiples puntos de vista. Slate, un excelente periódico digital con claras inclinaciones demócratas, revela un cierto hastío ante la ola de chovinismo que recorre Estados Unidos. Si a nosotros, distintos y distantes, nos parece de gran mérito lo que han hecho los electores estadounidenses, imagínense a ellos mismos: están (exceptuando a los racistas profundos) encantados de conocerse. The New York Times afirmaba el otro día que sólo en Estados Unidos podía alcanzar la presidencia alguien como Obama.

Slate optó por desenfundar sus propios ejemplos. Y recordó que la reina Victoria tuvo, dos veces, un primer ministro judío de origen italiano, Benjamin Disraeli. Los peruanos eligieron a un primer ministro de origen japonés, Alberto Fujimori; no quedaron muy contentos, pero eso no viene al caso. El electorado indio dio la mayoría parlamentaria a la italiana Edvige Antonia Albina Maino de Gandhi. Puestos a forzar, Slate evocaba incluso la evidente italianidad de Napoleón Bonaparte, emperador de Francia.

Ninguno de los citados por Slate era negro. Da igual. Prefiero pensar que un Obama blanco habría sacado los mismos votos. Prefiero pensar que a la hora de votar no se mira la piel ajena, sino los intereses propios. Prefiero pensar que algún día, evidentemente muy lejano (el apartheid es de ayer mismo), los electores surafricanos decidirán que les conviene tal presidente o presidenta, sin tener en cuenta su piel blanca.

egonzalez@elpais.es

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