inmigración

«En mi país, España es el sueño»

La Voz de Galicia, Rocío Pita / Xosé V. Gago, 19-11-2008

Una docena de menores inmigrantes acogidos en Ferrol asisten desde octubre a clases de alfabetización promovidas por el Concello para que aprendan español

Una docena de menores inmigrantes acogidos en Ferrol asisten desde octubre a clases de alfabetización promovidas por el Concello para que aprendan español

Han elegido España para encontrar un futuro mejor. Con su llegada clandestina al país han logrado su primer objetivo. Ahora están integrados en el sistema: residen en el centro de menores Soutomaior de Ferrol, muchos tras ser derivados desde el País Vasco, y el Concello se esfuerza por adaptarlos a la nueva cultura y a un idioma que solo chapurrean. Se han convertido en alumnos, y acuden varios días por semana al instituto Concepción Arenal, donde se imparte un curso piloto de alfabetización para inmigrantes por el que ya han pasado una docena de alumnos desde su inicio, en octubre.

Jabrame, marroquí, es el más aventajado, el que mejor habla y escribe. Está a punto de cumplir 18 años, un tercio de ellos ya en España. Entró en el país con poco más de diez, escondido bajo un tráiler. Su viaje lo llevó primero hasta Barcelona, junto a un tío también inmigrante, después al País Vasco y por último a Ferrol. Su objetivo, como el de todos, es «conseguir un contrato de trabajo, de lo que sea, da lo mismo. Más adelante ya lo pensaré, pero ahora da igual». Pero España no es como la esperaba. «¿Creías que habría más dinero?». «Sí, sí, quizá», reconoce. Pero de Marruecos tampoco quiere oír hablar: «Allí volvería de vacaciones, nada más».

Jabrame es de Er Rachidia, una ciudad del sur de Marruecos próxima a la frontera con Argelia. Su compañero de pupitre, Brahim, también. Tiene 16 años y apenas lleva medio en España, donde entró metido en un contenedor de un barco. Luego se trasladó a la ciudad condal, y llegó a Ferrol en autobús, previo paso por el centro de menores de Amorebieta, en Vizcaya. Su español es de mínimos, y, como a Jabrame, también le cuesta hablar de su experiencia. Baja la mirada y murmura: «Lo que queremos es trabajar».

«En Senegal no tengo nada»

En la fila de al lado, Ousseynar, senegalés, de 17 años, sostiene un libro de matemáticas. Lo ojea mientras asegura, en el deficiente español que le permiten sus pocos meses en España, que «me gusta mucho la clase», aunque reconoce que no le resulta fácil. Lleva en Ferrol dos semanas y dice que vino porque «en Senegal no tengo nada». Su padre le enseñó a escribir, pero ahora quiere aprender una nueva lengua para trabajar. «Y papeles». Trabajo y la legalización de su situación es lo fundamental. También para Yassine, Rrachid y Abderahim, los tres marroquíes que se sientan a su lado. Comparten país de procedencia, edades – tienen entre 16 y 17 años – y una estancia en su nuevo país inferior a un mes. Yassine domina lo imprescindible el castellano para hacer de intérprete. Los tres se escaparon de sus casas en camiones y coches y no piensan regresar. «En Marruecos hay trabajo, pero no hay dinero», explican.

Más fácil lo tiene Daouda, que repasa las conjugaciones de los verbos minutos antes de empezar la clase. Domina hasta el subjuntivo. Asimila mejor el castellano por su parecido con el francés, lengua oficial de la República de Guinea, su país de origen. Vivía en Conakry, la capital, y es el menor de nueve hermanos; ninguno emigró. Daouda lo hizo en contra del criterio familiar, pero en avión, vía París. Su padre es un comerciante guineano que vende arroz, un negocio que le permite mantener a su extensa descendencia. ¿Por qué marcharse, entonces? «Para buscarme la vida. En mi país, España es el sueño», asegura este joven de 16 años que era estudiante en Guinea. De pequeño soñaba con ser médico; ahora aspira a trabajar como soldador.

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