Chico negro

La Vanguardia, , 13-11-2008

Laura Freixas
Si algo me sorprendió cuando empecé a visitar Estados Unidos, si algo me desilusionó, fue la división racial. En hoteles y museos, con pocas excepciones, los visitantes son blancos y los empleados, negros; en calles y cafés rara vez se ven parejas o grupos de amigos de las dos razas; en las universidades que conozco, tanto profesores como estudiantes son blancos, si acaso con algún hispano o asiático… Tuve entonces la curiosidad de ponerme a leer literatura afroamericana, y descubrí cosas impresionantes. Por ejemplo, las Memorias de una esclava sus dueños-, son capaces, saliendo de la iglesia, de azotar a sus esclavos; en cierta ocasión, el motivo por el que les castigan es que están aprendiendo a leer… Descubrí también espléndidas novelas, como Sus ojos miraban a Dios (1937), de Zora Neale Hurston, Ve y dilo en la montaña,de James Baldwin (1953), o El hombre invisible (1953), de Ralph Ellison, que relata los avatares de un afroamericano, invisible porque los blancos – incluidos los intelectuales de izquierdas- no lo ven como una persona, sino como la encarnación de sus propios miedos, fantasías, necesidades: el negro que necesitan para dar credibilidad al partido, o la fiera sexual con la que sueñan… Pero quizá el libro más inolvidable fue Chico negro cuando su autor no era nadie-, y publica estos días, Los sueños de mi padre,autobiografía de otro chico negro americano, un tal Barack Obama.

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