La playa de Huelin se convierte en el hogar de inmigrantes que acaban de perder el trabajo

Una veintena de personas malvive en tiendas de campaña o pequeñas chabolas instaladas junto a las barcas en la arena. Los vecinos critican la inseguridad y la presencia de basura

Diario Sur, I. LILLO / A. SALAZAR, 13-11-2008

La primera acepción del diccionario de la palabra ‘varado’ describe a las barcas de Huelin, en seco, sobre la playa. Curiosamente, la segunda alude a la persona que carece de recursos económicos o empleo fijo. Mustafa, marroquí de 28 años, se afana por evitar que la arena entre en el improvisado hogar que desde hace una semana comparte con su novia, de 27. Una tienda de campaña con un porchecito delantero donde guardan los escasos enseres; una fogata de leña para cocinar y calentarse. Ni hablar de luz y agua corriente.

La pareja forma parte de la veintena de inmigrantes que viven – algunos desde hace meses – al raso en la playa de Huelin, junto a las barcas varadas. Según explican, la mayoría se ha quedado sin empleo por el descenso de actividad en la construcción y se han ido desprendiendo de todos sus bienes para vivir, hasta llegar al extremo de tener que instalarse en tiendas de campaña o pequeñas chabolas.

Mientras, los vecinos están divididos. Unos se quejan de las peleas y la inseguridad en el paseo marítimo, sobre todo por las noches. Otros se solidarizan con la situación que atraviesan estas personas.

Caída en picado

«No encuentro trabajo. Ya llevamos una semana aquí», relata Mustafa, mientras fuma, nervioso. Llegó a Málaga hace siete años, y sonríe cuando recuerda los buenos tiempos: «Antes vivía en Puerto de la Torre. Tenía casa, trabajo, un coche», dice, en un perfecto español. Era soldador en la construcción, pero ya hace diez meses que no encuentra nada. Tratan de ahorrar lo poco que sacan con la chatarra para alquilar una habitación en un piso compartido.

Cuando los ahorros empezaron a escasear tuvo que dejar su casa y vender el coche. Durante algún tiempo vivieron con familiares, pero el espacio no sobraba. Ha viajado a Murcia y a Granada en busca de una forma de vida. Incluso volvió a Marruecos, pero todas las puertas están cerradas. Y ello, a pesar de tener permiso de trabajo, carné de conducir camiones y conocidos en Alhaurín de la Torre y en el polígono Guadalhorce.

En los últimos meses ha conseguido sólo empleos temporales en la recogida de la aceituna y de la naranja, y ahora recoge trastos viejos y los vende para comer y no tener que pedir. «Para el inmigrante no hay forma de ganarse la vida aquí. Mis antiguos compañeros españoles también están buscando, mi antiguo jefe tuvo que vender la furgoneta y cerrar el negocio. Hay gente trabajando por 15 ó 20 euros al día. Antes tenía una vida buena aquí», suspira, con un hilo de voz. Su última esperanza es emigrar a Holanda, donde al parecer aún hay alguna oportunidad.

Su vecino más cercano se llama Dimitri, tiene 40 años y viene de Bulgaria. Vive con una de sus hijas en una estructura de maderas y colchones viejos. Antes trabajaba en la construcción, y ella, como camarera, pero eso se acabó. Ahora saca unos cien euros vendiendo chatarra y objetos que encuentra en la basura en los mercadillos. Para alquilar una habitación de una casa le piden unos 250 euros. «No hace mucho frío y se puede estar en la playa. En Bulgaria están a 20 bajo cero», chapurrea. Lleva más de dos meses durmiendo al raso. Otro hijo se busca la vida en Fuengirola, pero allí la cosa tampoco está bien.

En este tiempo la policía le ha ordenado varias veces que se marche, pero por la noche regresa al mismo sitio, y enseña los sistemas de aislamiento de su chabola, a base de maderas y colchones, que, según sus palabras, «les aislan del agua». «Me he comprado un motor de gasolina y tengo hasta tele. Para diez horas gasta dos litros». Como veterano, explica que en el vecindario ha llegado a haber hasta treinta personas. «En Málaga hay mucho dinero, la basura sirve».

Opiniones encontradas

«Ahí están las criaturas, que hoy llega uno, mañana otro, y van rotando. Hay de todo: magrebíes, rusos, subsaharianos, y cada día más». Un grupo de vecinos de Huelin descansa junto a las barcas, y pronto se entabla el debate. «Antes había uno o dos y mire ahora. Hay quien viene un día y se tira años. Cuente las casillas y calcule un par en cada una», señala hacia la playa. A primera vista se ven una decena.

Lo peor es la acumulación de basura y la inseguridad: «Esto es un criadero de ratas, de noche ya no se puede pasar por aquí». «Y el servicio no está muy cerca», apunta otro, irónico. «Hacen sus necesidades donde les pilla». Critican que desde verano la policía no hace acto de presencia. «Hay altercados con frecuencia, por robos y peleas entre los propios indigentes», apunta un vecino que contempla la escena desde el paseo marítimo.

Pero también hay voces que los defienden: «No tienen trabajo y tienen derecho a comer», esgrime Alberto, un joven que pasea a su perro por el parque cercano. «Aquí hay de todo, buena y mala gente.

Mientras, la concejala del Área de Playas, Teresa Porras, asegura que el Ayuntamiento es consciente de la situación desde hace algún tiempo, pero reconoce que no puede hacer nada para evitar que estas personas acampen en la playa. «No se pueden instalar tiendas de campaña, pero nosotros no tenemos competencia para actuar; son los vecinos quienes deben avisar a la Policía Local para que desaloje la zona y al servicio de Limasa para que limpie, pero eso no impedirá que vuelvan a acampar», concluye Porras.

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