Cuando la desesperación y el hambre sobrepasan al orgullo y la vergüenza

Los inmigrantes son mayoría en la cola de Jesús Abandonado, donde tres personas cuentan su historia

La Verdad, MIGUEL MARGINEDA, 02-11-2008

Habría que cambiar la vieja historia del burro que se hizo viejo y el pozo que se secó. En la versión actualizada, el equino no conseguiría salir del pozo. Si acaso sacaría la cabeza lo justo para que un buen samaritano le diese de comer. Así ocurre hoy en día para miles de personas en la Región – y millones en España – . Muchas se sacuden la tierra que les tiran encima, la pisotean y siguen subiendo, pero cuando llegan arriba encuentran vedada la superficie. Lo único que se les permite es que asomen el hocico al estado del bienestar y, si su desesperación supera su orgullo y vergüenza, pidan para comer.

Comedor de Jesús Abandonado de Murcia. Once y media de la mañana. Comienza a formarse una larga cola de personas con hambre. Muchos de ellos no han comido nada en toda la jornada. La mayoría son jóvenes o de mediana edad y de tez oscura, inmigrantes sin trabajo, alejados de su familia y amigos. También los hay pálidos, con los ojos claros y acentos eslavos. Todos muy delgados, con ropa ajada y pidiendo a gritos un poco de agua caliente y jabón. No faltan tampoco los nacionales. De hecho, en los últimos meses casi todos los «nuevos» – a los clásicos ya les conocen – son españoles.

Es el caso de Antonio, un vecino de Alguazas de 49 años de edad. Sus problemas con el alcohol le hicieron perder su puesto de trabajo hace cerca de un año. Ahora está en rehabilitación, tratando su problema, pero teme que, cuando esté preparado para volver a trabajar, no haya nada para él. Su mayor reparo a la hora de contar su historia son sus hijos. Recién divorciado, no quiere que sepan en la situación en la que se encuentra, por eso se oculta tras un nombre inventado.

«No hay trabajo»

Antonio es pintor y oficial de albañilería. Ha trabajado de jardinero y en una fábrica de plásticos, su último trabajo. «Si no lo hubiera dejado por lo que lo dejé, me habrían despedido. Ahora están echando a un montón de gente que llevaba allí mucho más tiempo que yo», cuenta. Su principal preocupación, en este momento, viene del «poco trabajo que hay ahora en la construcción».

Muy parecida, a la vez que diferente, es la vida de Hocine, un argelino de 42 años, con un hijo y otro en camino. Dejó a toda su familia en Orán hace quince años para buscarse las habichuelas en España. En ese tiempo le ha costado mucho encontrar trabajo de lo suyo, ya que tiene formación como tornero y soldador. Duda antes de dar su explicación: «Los españoles no quieren que los extranjeros trabajemos en esos oficios». Por eso tiene que trabajar en el campo: recorre todo el país, de Jaén a Lérida, siguiendo las campañas de recogida de las cosechas. «No creo que este año sea más difícil – dice – la agricultura está igual que siempre. Lo que cada vez está peor es encontrar sitio para dormir o para comer. Está todo muy caro y yo tengo que enviar dinero a los míos».

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