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"¿Por qué la 'sudaca' trabaja y yo no?"

Otrora susurrados al oído, los comentarios contra los inmigrantes se dejan oír hoy en día, alentados por la crisis, en oficinas o supermercados. Cinco extranjeros combaten en DEIA las críticas con la única arma que saben esgrimir: la palabra.

Deia, 27-10-2008

UN día se lo oyes a una prostituta. Otro, a un oficinista, una licenciada en paro o una viuda a la que apenas le llega la pensión. Los comentarios contra los inmigrantes, en otro tiempo susurrados a la oreja por resultar políticamente incorrectos, se dejan oír hoy en día, alentados por la crisis, en la cola del supermercado, al pie de una obra o tras un mostrador. Convencidos de que, por haber nacido en Euskadi, tienen más derechos que ellos, algunos ni siquiera guardan las formas. “A mí me han dicho en la cara: ¿Por qué la ‘sudaca’ esta tiene trabajo y yo no?”, cuenta Cecilia Villa, una chilena afincada en Bilbao. Temerosos de que la mala situación económica reavive aún más las críticas, Cecilia y otros cuatro extranjeros las combaten con la única arma que saben esgrimir: la palabra.

cecilia villa – chile

“La gente no se acuerda de cuando los suyos emigraron”

Trabaja como auxiliar de enfermería en una clínica privada, pero no tiene ninguna venda en los ojos. Cecilia Villa sabe que, a pesar de tener un contrato fijo, la crisis la puede poner en la cuerda floja. “Según está la situación ahora, le puede pasar a cualquiera”, dice. La diferencia es que ella, por ser chilena, podría ser una de las primeras candidatas a engrosar la lista del paro. “En muchas ocasiones, a la hora de recortar personal, se valora más la procedencia que las condiciones personales”, asegura. Tal es así que Cecilia admite tener “más miedo” a ser despedida que sus compañeras autóctonas. No en vano le han recordado en más de una ocasión su condición de foránea. “Me han dicho: Tú siempre vas a ser una extranjera aquí o ¿por qué la ‘sudaca’ tiene trabajo y otros que son de aquí no lo tienen?”, detalla esta profesional, que ya lleva veinte años viviendo en Bilbao.

Lejos de responder a estos ataques con la misma moneda, los desmonta con educación y elegancia. “La gente tiene muy mala memoria y no se acuerda de que, cuando los suyos emigraron a Suramérica, fueron bien tratados, se les ayudó y cobijó”, rememora, al tiempo que atribuye las críticas a “la falta de información y de cultura de la gente”. Consciente de que los reproches pueden agudizarse si la mala situación económica se agrava, Cecilia insiste en su argumento. “Si vas al supermercado o donde hay mucha gente se oyen comentarios de por qué le das trabajo a esta gente. Vas viendo que cada vez van presionando más sobre los inmigrantes, sin acordarse de que ellos también lo fueron un día”, subraya.

Azotados especialmente por la crisis, casi todos los inmigrantes saben de algún compatriota que ha perdido en los últimos meses su empleo y Cecilia no es una excepción. “Conozco a un chileno que trabajaba en el metal y que se ha ido al paro porque la empresa no tiene la cantidad de trabajo que tenía anteriormente”, comenta. El Gobierno español, dice, también les está poniendo cada vez “más trabas”. “Si no quieres que aquí haya mogollón de gente de fuera, exige unas condiciones desde el país, pero no les hagas venir para echarles de la misma”, denuncia, sin elevar la voz.

Molesta porque se mete a todos los inmigrantes en un mismo saco – “te ponen un sello y piensan que no tienes estudios ni capacitación para trabajar” – , Cecilia aclara que “sí puede haber gente con menos cultura, pero eso no quiere decir que sean malos o no valgan”. De hecho, recuerda que quienes “están trabajando aquí con ancianos o desempeñando tareas que la gente de aquí no quiere son los inmigrantes. El inmigrante está ayudando al país”, sentencia, por si todavía hubiera alguien que lo pusiera en duda.

regina covarrubias – méxico

“Me parece humillante tener que vivir de la ayuda social”

Maestra en su México natal, hace ya treinta años que Regina Covarrubias aterrizó en Bilbao de la mano de su difunto marido, un palentino que tenía familia en la capital vizcaina. “Cuando se me terminó la excedencia, me mandaron una carta diciendo que o volvía o renunciaba. Tenía un embarazo de riesgo y preferí perder el trabajo a perder a mi hijo”, explica. Ahora también será él quien decida si cuando vayan a México, el próximo mes de noviembre, será de visita o para instalarse. “Si le gusta, nos quedaremos, porque como aquí no tiene trabajo ni nada…”, señala. Además, en su país ella también podría ganarse un dinerito. “Si no logro sobrevivir con los 500 euros que recibo de pensión de viudedad, siempre me puedo poner a vender comida, con unas mesitas, en un jardincillo que tiene mi hermana. Por lo menos sacaría para comer”, planea, sin perder la esperanza.

Aunque al principio Regina lo pasó “muy mal” – “yo no quería trabajar de cualquier cosa”, confiesa – , terminó aceptando todo tipo de empleos, desde limpiar hasta cuidar ancianos, para “tener una independencia” y no sentirse “atada al marido”. “No es mi caso, pero el que viene por necesidad es capaz de hacer cualquier cosa – honrada, entiéndase – incluso de limpiar botas”, afirma, sabedora de que los autóctonos “no quieren hacer trabajos duros y mal pagados”. “En Mercabilbao trabaja la gente de fuera, pero recogiendo basuras, como se paga muy bien, hay hasta titulados”, pone como ejemplo.

Si todavía se contaran aquellos chistes de antaño, el colmode una inmigrante lo encarnaría Regina, obligada a escuchar que su hijo, nacido en Bilbao, está en paro por culpa de los extranjeros. “Me dicen que no tiene trabajo porque vienen los de fuera y se quedan con él. Yo les contesto: Si mi hijo se deja comer el queso es su culpa. Igual es que no pone el empeño suficiente o no tiene suerte”, replica, antes de hacer una confesión. “Incluso a mí, que llevo aquí treinta años, se me ha pasado alguna vez por la cabeza: Fíjate tú éste que acaba de llegar y yo no tengo trabajo. De pronto te llega ese resquemor, pero enseguida lo desechas. Esa gente tiene el mismo derecho a sobrevivir que yo”, defiende.

Además de a su hijo, la mala situación económica también ha afectado a muchos de sus conocidos, entre ellos “un matrimonio que vino de México porque el marido traía trabajo y se ha tenido que volver, o una amiga que tuvo que cerrar su tienda de comercio justo y se está viendo ahogada con la hipoteca, aunque su marido es de aquí y trabaja”. También sabe de “colombianas que quieren regresar porque tienen que batallar mucho más para conseguir un trabajo y los alquileres son muy altos”. “Se suelen juntar con otras personas para pagar un piso, pero si alguna se queda sin trabajo, ¿cómo responden?”, relata.

Cansada de oír que “los inmigrantes se llevan todas las ayudas”, Regina aclara que a ella no le gustaría nada tener que depender de una subvención. “Cierto tiempo está bien, mientras reflotas, pero a mí me parece humillante tener que vivir de la ayuda social. No me gusta que me la den, me gusta ganarla. Mi mamá me decía: El hambre te tumba y el orgullo te levanta, y es así porque cuando te dan algo, sin tú retribuir, no es nada gratificante”.

nfally Massaly – senegal

“Pensé que cuando llegara aquí iba a tener trabajo y dinero”

“La vida es la vida, pero cuando mueres también es la vida”. Con esta filosofía, Nfally Massaly se embarcó hace ya más de dos años en una patera que partía rumbo a Europa. “Pensaba que cuando llegara aquí iba a tener trabajo y dinero, pero mis colegas me dijeron que tenía que esperar tres años, que sin papeles no podía trabajar. Al primer mes ya estaba aburrido”, recuerda este joven senegalés, que, a la espera de poder tener un empleo, ha hecho un curso de soldadura.

Agradecido por la ayuda que se le ha prestado – “en el País Vasco he estado comiendo sin trabajar. No he visto eso en otro lugar” – , Nfally dice estar “muy contento”, a pesar de que también ha tenido una mala experiencia. “Iba a jugar un partido de fútbol y le pregunté a una chica en la boca del metro: ¿No has visto a unos paisanos míos aquí? Me dijo: Vete a la puta mierda. Tú eres un puto negro. Pero era muy joven. Algunos cuando nunca han viajado a otro país, ni han estudiado otra lengua… No es cosa de racismo, sino de que no saben”, trata de justificarles este africano, que “con la mayoría de la gente” nunca ha tenido problemas.

A la hora de hablar del monotema, Nfally confirma que “la crisis sí está afectando” a sus compatriotas. “Conozco a muchos paisanos míos que tienen papeles, pero no tienen trabajo. Hay algunos que llevan ya seis meses en paro”, precisa este joven, que quiere ayudar a sus hermanos “a venir, pero con visado, porque venir en patera es muy peligroso”. De hecho, cuenta, “unos amigos míos vieron un día en la tele que una patera había tenido un accidente y dijeron: Como estos nosotros no vamos a viajar. Algunos de mis paisanos, si les devolviesen el dinero, se volverían a mi país”, rubrica.

mustapha errami – marruecos

“No quiero que, por cobrar yo, otro se quede sin ayuda”

Tras pasar tres años en Francia junto a su padre, Mustapha Errami se trasladó a Bilbao sin haber cumplido la mayoría de edad. “Estuve cuatro meses en un centro de menores y ahora estoy haciendo un curso de soldadura”, resume este joven marroquí de diecinueve años, que compra la comida y paga el alquiler de su habitación con las ayudas que recibe. “Es normal que nos den ayudas porque no somos de aquí. Las necesitamos para vivir por un tiempo hasta que nos dan los papeles del trabajo”, explica, deseoso como está de tener un empleo. “¡Claro que me gustaría trabajar! El trabajo lo es todo. Por eso hemos venido aquí”, acalla las voces de quienes acusan a los inmigrantes de vivir del cuento.

Mustapha, que conoce a “chicos que se han quedado en el paro” a raíz de la crisis, no cree que ésta vaya a hacer resurgir los comentarios racistas. “Nunca los he escuchado, ni quiero escucharlos. Si los de aquí necesitan ayuda, que la pidan. Si no tienen qué comer, seguramente les van a dar algo. Yo no quiero que, por cobrar yo, otro se quede sin ayuda. Todos somos iguales, para mí no hay diferencias”, proclama envuelto en un halo de inocencia.

said yerba – marruecos

“Merece la pena venir aunque sea en los bajos de un camión”

Cuando se ocultó debajo de un camión, Said Yerba tenía claro su destino. “Vine al País Vasco porque dicen que aquí hay gente buena”, confiesa este marroquí de dieciocho años que, tras su paso por el centro de menores de Artxanda, ahora vive en un piso de la Diputación, en Bilbao. “Estoy haciendo un curso de albañil en el CIP de Muskiz. Me quedan tres meses”, apunta, en la confianza de poder ganar muy pronto su propio dinero. “Yo vengo a trabajar”, recalca para despejar suspicacias, aunque es consciente de que la situación económica no es la ideal. “Mi hermano trabajaba de encofrador, lleva un año en el paro y no encuentra nada”, relata.

Convencido de que tiene “derecho a estudiar”, Said responde a quienes les critican por recibir ayudas dándoles “las gracias” por haberles brindado la oportunidad que no tuvieron en su país. “En Marruecos estaba mal. No hay trabajo”, dice. Quizá porque no tenía nada que perder, salvo su vida, decidió jugársela viajando debajo de un camión. “No tuve miedo. Conocía a amigos que ya lo habían hecho. Siempre pensé que iba a llegar”, cuenta con una tranquilidad pasmosa, quizá fruto de la juvenil inconsciencia. Puesto a dar consejo a otros chavales marroquíes que deseen salir de su país, este joven les anima a emprender la aventura. “Les diría que vinieran, que merece la pena”.

“El que viene por necesidad es capaz de hacer cualquier cosa, incluso limpiar botas”

“Me dicen que mi hijo, nacido en Bilbao, no tiene trabajo porque se lo quedan los de fuera”

los inmigrantes, en el punto de mira

“¡Claro que me gustaría trabajar! El trabajo lo es todo, por eso hemos venido”

“En el País Vasco he estado comiendo sin trabajar. No he visto eso en otro lugar”

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