CARRERA A LA CASA BLANCA / Los temas calientes: la inmigración

Los 'braceros' de Yuma llegan del otro lado del muro

El Mundo, CARLOS FRESNEDA. Enviado especial, 25-10-2008

Miles de mexicanos cruzan cada día la frontera para trabajar en el campo en situación precaria en ‘El Ejido de EEUU’ «Faltan manos para levantar la cosecha». Faltan brazos curtidos y rápidos como los de Maclovio Correa Cortés, de 57 años, toda la vida recogiendo melones y sandías, tomates y lechugas. Lo que toca ahora es piscar (recoger) limones: cuatro horas, 40 dólares, 400 kilos…


«Si te apuras acabas antes, pero no te puedes descuidar. Hay que esperar a que el sol caliente para la recogida, y hay que esmerarse cortando con las tijeras para que no se dañen luego los limones. Cuando acabas se quedan los brazos como muertos, y te duele la espalda, toda la mañana cargando con este peso».


Los limones, aún verdes (ya les cambiaran luego el color en el proceso), van de la rama a la bolsa – delantal, y de ahí a los contenedores y a la planta empaquetadora en Yuma (Arizona), algo así como El Ejido de Estados Unidos, abasteciendo el 90% de la fruta que se consume en el país en invierno.


Faltan manos desde hace un par de años. «La política migratoria se puso dura y ya casi no se puede trabajar con papeles chuecos [falsos]», certifica Maclovio. «Yo agarré la amnistía cuando Reagan y podría vivir acá, pero me compensa más quedarme allá con lo que gano».


Unos 50.000 braceros se precisan para levantar la cosecha todos los inviernos en los campos de Yuma, regados por el río Colorado. En los dos últimos años, la entrada de trabajadores temporeros ha menguado un 30%. De San Luis Colorado, al otro lado de la frontera, viene precisamente más de la mitad de la mano de obra. Entre ellos Maclovio Correa, que nunca se dejó seducir por el sueño americano…


«A mis dos hijos les arreglaron sus esposas y viven ya a este otro lado. Mi padre, que luchó con Venustiano Carranza contra Pancho Villa, desertó y se vino para Estados Unidos. Era un aventurero y se recorrió todo el país en los trenes. Fue minero, trampero, troquero [camionero] y todos los oficios posibles. Pero se cansó del país y se casó en Coahuila. Y así nací yo».


Maclovio cruza todos los días el puesto fronterizo en ese San Luis partido ahora por un muro que penetra como una serpiente de metal en el desierto… «Venir para acá está cada vez más difícil, todos los días echamos de dos a tres horas en la cola. Hay días que los camiones llegan medio vacíos a los campos. La gente joven ya no quiere venir para acá».


Jesús Beltrán, 17 años, es el más joven de los piscadores de limones. Es el día de su estreno y lleva la fatiga dibujada en el rostro: «Se acaban las cuatro horas y aún voy por la mitad». Prefiere no revelarnos su condición laboral, aunque admite que podría estar ya viviendo a este otro lado del muro, o tal vez patrullando en Bagdad… «Tengo un tío sargento acá que intentó convencerme para que me metiera en los Marines. Le dije que no, que yo nunca iría a la guerra en Irak».


Dejamos atrás el ajetreo de los limones y cruzamos al otro lado de la carretera 95, donde Margarita Valenzuela, 53 años, supervisa las plantaciones de zanahoria de la empresa de semillas Sakata. «A la una de la madrugada me levanto todos los días para poder estar en el campo a las cinco», se lamenta. «Nuestro trabajo es el que levanta la cosecha, y así nos lo agradecen: teniéndonos todos los días tres horas de pie para cruzar la frontera. Nos rompemos las espaldas sin tener ningún tipo de seguro médico, nos dejamos la piel en esto y sólo esperamos que nuestros hijos hereden una vida mejor», añade esta mujer.


Le preguntamos a Margarita, y también a Maclovio, sobre cómo se viven las elecciones más allá del muro, en ese lado invisible para los medios norteamericanos (tampoco parece que exista el trabajo en el campo). Los dos admiten sus simpatías por Obama, pero no creen que la situación cambie mucho: «Cerrarán el muro gane uno o gane otro».


Obama y McCain votaron a favor de la construcción de la valla metálica de 1.300 kilómetros que ha blindado ya la línea divisoria de Arizona y California. Los dos senadores hablan de la «seguridad fronteriza» como prioridad absoluta, aunque lo cierto es que no han tenido apenas ocasión de debatirlo: la inmigración ha sido el tema tabú de la campaña presidencial y no se mencionó en ningún debate.


John McCain fue uno de los impulsores de la reforma migratoria que llegó a defender el propio presidente Bush y que se estrelló contra la facción ultraconservadora de su propio partido, capitaneada por Tom Tancredo. McCain propugna ahora la construcción de «barreras físicas y virtuales», amenaza con mano dura contra los empleados que den trabajo a los inmigrantes indocumentados y prefiere dejar en el alero el futuro de los 12 millones de sin papeles que viven en Estados Unidos.


Obama, que se opuso al muro antes de votar a favor, defiende «la integridad de las fronteras», promete también perseguir a los empresarios que den empleo a los extranjeros ilegales y asegura, eso sí, que acabará con las redadas y hará lo posibles para «sacar a la gente de las sombras». ¿Cómo? Obligándoles a pagar una multa, aprender inglés y ponerse en la cola «para tener la oportunidad de llegar a ser ciudadanos».


Por primera vez en una década, el flujo de inmigrantes legales en el país (650.000 al año) ha superado al de ilegales (500.000), según un reciente estudio publicado por el Pew Hispanic Center. La recesión económica pesa tanto ya como «el refuerzo de la ley», la construcción del muro y las redadas sistemáticas.


elmundo.es


Especial:


La carrera hacia la Casa Blanca.


Gráfico:


Las encuestas, estado a estado.


Vivir escondido por miedo a las redadas


YUMA (EEUU). – La geografía del miedo arranca en Potsville (Iowa), donde 400 inmigrantes sin papeles fueron detenidos con helicópteros y fuerzas de asalto en la fábrica de carne de Agriprocessors. Tres meses después, la Policía de inmigración (ICE) detuvo a 600 indocumentados o con papeles falsos en otra factoría en Laurel (Misisipí). Los ‘raids’ (redadas) se han convertido en triste rutina en el interior de EEUU, donde los inmigrantes se sienten amenazados. Se calcula que quedan en el país unos 12 millones de indocumentados, aunque el hostigamiento y la crisis puede haber reducido la cifra. El Departamento de Interior ha «criminalizado» a la inmigración ilegal y ha extendido su ofensiva de costa a costa. Las deportaciones han aumentado un 90% desde 2005. El año pasado llegaron a las 280.500. Los hospitales contribuyen deportando a enfermos (como en el caso del guatemalteco Luis Alberto Jiménez). Los detenidos quedan en «paradero desconocido», trasladados de un centro de detención a otro, sin comunicación.


El temor es tal que muchos no se atreven a salir y viven escondidos en reductos, como en Hazleton, la ciudad de Pensilvania en la que el alcalde, Lou Barletta, trazó una línea divisoria: «Recomiendo a todos los ilegales que se vayan». En su intento de «recuperar la ciudad para América», impulsó una ordenanza para multar a empresarios y caseros que alquilaran pisos a los inmigrantes sin papeles. Un juez federal tumbó la ley ya que la inmigración es competencia del Gobierno, pero el miedo persiste, como la actitud vigilante de muchos vecinos, ofendidos con el editorial del ‘New York Times’: «La Humanidad contra Hazleton».

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