Muy negro

El Correo, JOSÉ LUIS PEÑALVA, 14-10-2008

B radley perdió unas elecciones en 1982 cuando llevaba 16 puntos de ventaja. Se supone que por ser negro. Se supone que porque a los estadounidenses les da vergüenza confesar en las encuestas su verdadero sentimiento racista. De otra manera, una gran parte del electorado habría revelado su intención de votar por Obama cuando en la intimidad de las urnas piensa hacerlo por McCain. Lo que arrojaría un voto racista y echaría por tierra el progreso mental de una sociedad dispuesta a aceptar un candidato corrupto o analfabeto antes que a un negro. Poco habría cambiado desde que ardiese el Mississippi. Y digo todo esto porque, al menos en apariencia, el efecto Bradley no sería el único para mover la voluntad del votante hacia el senador por Illinois. Palin sería un efecto en sí misma, y hasta el propio candidato republicano o su más que provecta edad a la hora de aspirar al cargo. Votar McCain sería reconocer en Palin no sólo a una admirable madre de familia, como el republicanismo nos hizo ver, sino a una gobernadora condenada por abuso de poder en Alaska por el despido de un policía divorciado de su hermana, sin olvidar su imagen de ignorantes de los asuntos de Estado en tiempos de crisis. De modo que, hasta los republicanos, tan amigos de conservar, tendrían que taparse las narices al votarla y sobreponerse a la náusea de pensar que forma parte del tícket presidencial si la salud o la edad de McCain así lo determinan.

Pero el efecto no sería único. Porque el voto en favor del candidato que pierde en todas las encuestas reabriría las heridas que desde la fundación de los estados ha abierto la discriminación racial y el odio al negro al poner énfasis en esa fractura. Con lo que se cuestionaría gravemente la legitimidad del voto y devolvería al gran país, ahora maltrecho pero con ilusiones, a la era de las cavernas. Mataría el efecto dinamizador de una alternativa al bluf que ha sido la era Bush y emprendería un nuevo tiempo y los resabios del anterior. Definitivamente daría al traste con la confianza.

La única posibilidad parece pues el efecto contrario: que la vehemente necesidad de cambio pueda con lo demás y que el voto de los negros, los inmigrantes, los jóvenes y los desencantados acabe con una tradición nefasta y rompan la tendencia de una decepción llamada Bradley.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)