Editorial

MENOS PUYAS Y MAS POLITICA EXTERIOR

El Mundo, 04-10-2008

La polémica por las declaraciones del ministro del Interior italiano, Roberto Maroni, quien aseguraba anteayer que muchos gitanos de su país «se han ido a la más permisiva España de Zapatero», se ha zanjado de forma muy similar a la que generó la vicepresidenta De la Vega hace unos meses al sugerir que Berlusconi era un racista. Ambos países han dicho pelillos a la mar, coincidimos en lo fundamental… pero nadie se ha retractado públicamente.


De hecho, ha sido el ministro italiano de Exteriores, y no quien hizo las declaraciones, el que ha salido al paso achacando lo ocurrido a una mera «diferencia de tonos y aproximaciones», sin refutar a su colega de gobierno. Quizá porque, aunque las afirmaciones de Maroni son extemporáneas e impropias de su cargo, concuerdan en el fondo con lo observado por los policías españoles y con lo relatado en nuestro suplemento Crónica el pasado mes de diciembre, cuando se recogía el testimonio de muchos rumanos cuya intención original era la de emigrar a Italia y cambiaron de rumbo por las noticias alarmistas que les llegaban del país transalpino. Al final, el decreto de expulsión de los rumanos fue retirado, pero su breve existencia bastó para provocar un efecto barrera, la antítesis del efecto llamada que generó el anuncio anticipado de regularizaciones masivas en España. El propio presidente rumano lo dijo con asombrosa nitidez durante su visita a nuestro país: «Gracias a Dios que ustedes no se han convertido en Italia». Si el Gobierno español se permite llamar al italiano racista y xenófobo sin retractarse, la consecuencia lógica es que aquél le acabe replicando con la acusación de permisivo, algo que, por cierto, ya le echó en cara en 2006 el entonces ministro francés del Interior Sarkozy. No es la diplomacia, sino una política de inmigración común, la que debe poner freno a estos intercambios.


Mientras tanto, quizá el Gobierno español conseguiría ser más respetado por sus supuestos amigos y aliados si el presidente Zapatero no se mostrase tan proclive a meterles el dedo en el ojo. No hablamos sólo de sus numerosos desplantes a los Estados Unidos, desde aquel desprecio a su bandera hace cinco años hasta la última descalificación gratuita al candidato McCain como un radical que podría llevarnos a una nueva Guerra Fría. Ahora son también los líderes europeos el objeto de las puyas de Zapatero. Así, como si no fuera suficiente con alardear ante los altos directivos de las principales empresas y entidades financieras norteamericanas de poseer el sistema financiero «más sólido del mundo», el presidente español se jactó de haber «deprimido» a Berlusconi y asustado a Sarkozy con sus éxitos económicos.


Seguro que si el presidente francés tenía alguna duda sobre si convocar o no a Zapatero para forjar el plan europeo de salida a la crisis, las bravuconerías del español terminaron por disiparlas.

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