El choque de corazones

Diario de noticias de Gipuzkoa, por Abdul Haqq Salaberria, 28-09-2008

Desde que Samuel Huntington esbozara la manida teoría del “choque de civilizaciones”, han llovido océanos de tinta. Tanto es así que ahora nos encontramos hablando también de la “alianza de civilizaciones”, antítesis tan ambigua como la tesis inicial. La indefinición de estas teorías parte del retórico y superficial uso que se le da al concepto polivalente y exotérico de civilización. Tampoco las palabras “choque” y “alianza” ayudan a concretar, ya que admiten infinidad de matices.

Sin duda, podríamos calificar como “choque de civilizaciones” la conquista de México por Hernán Cortés, donde la civilización azteca, que no había tenido contacto alguno con la civilización cristiana europea, sucumbió no sólo ante la tecnología militar de sus agresores, sino también ante las enfermedades desconocidas con los que éstos les infectaron, causa probable de su desvanecimiento fulminante.

Además, el sistema religioso, científico, político, comercial, o la propia sensibilidad artística de ambos grupos humanos, eran muy diferentes.

Hoy, en realidad, lo que parece más sensato es hablar de culturas diversas en medio de una civilización global ya que, salvo las cada vez más acosadas tribus del Amazonas – que no han tenido contacto con nosotros hasta que hemos talado todos los árboles de la selva – , dudo mucho que existan en el planeta otras civilizaciones distintas a la que usted y yo participamos.

Recientemente, Televisión Española ha emitido el documental Los perdedores , de Driss Deiback, sobre la participación de los rifeños en la Guerra Civil. Franco movilizó a la fuerza entre 90.000 y 100.000 “moros” que fueron claves para decantar la guerra a favor del bando nacionalista, lo cual planteó una paradoja histórica, ya que la reconquista cristiana del territorio ocupado por “rojos, ateos y masones” fue posible gracias a unos inesperados aliados, “los moros”.

Para justificar tan maquiavélica alianza se dijo entonces que “al menos éstos creían en Dios y odiaban al comunismo ateo”. Pero hasta entonces al moro se le había llamado “infiel” y se le había negado todo rasgo de humanidad, siendo el enemigo ancestral al que se había expulsado de las tierras cristianas y del que siempre se podría esperar que intentara conquistarlas de nuevo.

José María Ridao, escritor y diplomático, que participaba como comentarista en este documental, refiriéndose al “choque de civilizaciones”, y en concreto al choque entre “Occidente y el islam”, hablaba de una asimetría terminológica, ya que al referirnos a Occidente estamos utilizando un discriminador geográfico oponiéndolo al Islam, un discriminador religioso. “Es como si quisiéramos dar a entender que o se es musulmán o se es occidental”. Sin embargo, eso es totalmente falso, no sólo porque el que escribe este artículo y otros miles como él son europeos que han abrazado el Islam como práctica de adoración, sino porque Bosnia, Kosovo o Albania son naciones occidentales – no sólo geográficamente hablando – cuya población es mayoritariamente musulmana.

Pero aun hay más. ¿Son occidentales los dos millones de musulmanes moscovitas? ¿En qué lugar situaremos a India, con un 80% de población hindú y un 20% musulmana, pero con un gobierno secular y un potencial demográfico, económico y tecnológico tremendos? ¿Y en qué saco metemos a China, con unos 70 millones de musulmanes dificultando las políticas de natalidad del coloso capitalista del futuro? ¿No es Sudáfrica occidental? A los que hayan tenido el placer de visitar Ciudad del Cabo les habrá resultado difícil imaginar que se encontraban en medio de una tierra que perteneció a los zulúes y donde aún pueden verse leones, búfalos, elefantes y tiburones blancos. ¿Y qué me dicen de Japón o de Dubai, no son estos dos paladines de lo occidental?

Lo que está claro es que este discriminante no dice nada. ¿Cómo podríamos denominar a esta civilización única y global de modo que aclarara conceptualmente su esencia? ¿Es esta una civilización tecnológico – científica – materialista? Pudo haber otras civilizaciones así, aunque sus tecnologías y ciencias fueran de otro tipo y estuvieran en otro nivel de desarrollo. Además, no creo que el materialismo sea algo esencial de esta civilización, ya que en su seno conviven sin problemas todo tipo de sensibilidades religiosas.

Lo que realmente define a nuestra civilización y lo que la hace especialmente universal es su sistema económico, que ha sido la columna vertebral de su perseverancia y triunfo sobre las demás civilizaciones y sistemas con los que ha ido topándose. Es el motor de su desarrollo tecnológico y lo que le permite afrontar con éxito todas sus conquistas, tanto en el plano material como en el ideológico. Así pues, yo definiría a esta civilización como “la civilización capitalista”, que además es una discriminación religiosa que bien podría oponerse a cualquier otro tipo de cosmovisión. El núcleo de esta civilización es el corazón burgués, cuya obsesión no es otra que la provisión y el bienestar material como sustento del hedonismo individualista.

En esa civilización se cobijan todo tipo de culturas y creencias manteniendo unos rituales propios que, sin embargo, han sido desprovistos de cualquier contenido útil para el individuo, como no sea el de funcionar como opiáceos.

Si bien he dicho anteriormente que no hay nada que impida a un occidental ser musulmán, sin embargo sí podríamos decir que el Islam está concebido, al igual que en sus orígenes las otras religiones, para desarrollar el corazón aristocrático o heroico, contrapuesto al burgués. Si esto es así, podríamos decir sin temor a equivocarnos que si bien el Islam como civilización desapareció hace ochenta años con la caída del Imperio Otomano, los musulmanes, absorbidos por la civilización capitalista global, se enfrentan a un dilema crucial: si son realmente musulmanes, no pueden ser capitalistas. Es lo que denomino “choque de corazones”.

No es sólo que el Islam prohíba los intereses usureros, como también lo hacía el cristianismo. Lo que prohíbe, persigue, denuncia y condena, como uno de los delitos más graves que un ser humano pueda cometer, es la usura, entendida ésta como corrupción, engaño, especulación, enriquecimiento injustificado, abuso de posición, etc. Y eso no afecta sólo a los intereses en el préstamo, que son la punta del iceberg, sino a todo el proceso económico, las transacciones, los contratos, la adulteración de mercancías y medidas, la naturaleza del dinero, las instituciones económicas y financieras, las condiciones del mercado, los impuestos, etc.

Para ejemplo basta un botón. Cuando se firmaba un contrato comercial entre dos musulmanes se establecía el principio de igualdad de riesgo. La base de la economía era la confianza y la reputación personal. Otro ejemplo es la imposibilidad de realizar pagos a terceros con notas promisorias, válidas sólo entre los particulares afectados. El papel moneda no es otra cosa que una promesa de pago – imposible de cumplir, añadiría yo – .

Prueba de hasta qué punto la usura lleva la corrupción a la Tierra es el hecho de que si juntáramos tan sólo los dólares que circulan por el mundo, éstos representarían más de ocho veces el valor de todo el comercio mundial. Es decir, que con ellos podríamos comprar ocho planetas y nos sobraría dinero. Hay una evidente desconexión entre economía y mundo real. Ese desequilibrio especulativo y corruptor provoca miseria, enfermedades y guerras dentro de una civilización globalizadora pero, a la vez, tristemente desintegradora. Por eso, propongo esta reflexión a propios y extraños, ya que es algo que nos afecta a todos los que vivimos bajo el paraguas de esta globalidad desbocada: no son las civilizaciones, ni las culturas, ni las religiones, las que están destinadas a chocar y, necesariamente, a aniquilarse. Son los dos corazones que todos llevamos dentro y que pugnan por dominarnos. Uno de ellos apela a la justicia y el otro apela al bienestar más egoísta e inmediato.

* Delegado en Euskadi de la Fundación European Muslim Union

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