«Vitoria gasta tanto en los pobres que el ciudadano se lava las manos»

Convertido en el 'padre-patera' de la ciudad, el sacerdote procura comida y sosiego a inmigrantes, ancianos, prostitutas y gitanos sin recursos

El Correo, I. OCHOA DE OLANO, 28-09-2008

Aupado en lo alto de la colina, en un anexo del coloso en obras, el párroco de Santa María, José Ángel López de la Calle, y medio centenar de voluntarios han tejido una tupida y artesanal red de ayuda a inmigrantes, ancianos, prostitutas y gitanos. Brindan comida, sosiego, asesoramiento jurídica, calor, microcréditos, cercanía y apoyo en la búsqueda de empleo o vivienda. Son el eslabón perdido entre el abandono y los servicios sociales de la Administración, una labor sin eco pero que sofoca a diario la desesperación de los olvidados.

- Esta atalaya le proporciona unas inmejorables vistas de lo que se cuece en el barrio. ¿Cuál es la realidad del Casco Medieval?

- Más normal de lo que se dice ‘abajo’. Cuando trabajaba en la catedral nueva ni se me ocurría pasar por la Cuchi o la Zapa. Me daba respeto. Pero vienes aquí, te instalas y ves que, en general, hay bastante tranquilidad. No tengo reparos en pasar a las doce de la noche por cualquier sitio. Nunca he tenido ningún percance. Eso sí, la vida aquí es mucho más difícil.

- ¿A qué se refiere?

- A las condiciones en las que está mucha gente. Yo calculo que, como mínimo, el 30% pende de un hilo. Aunque ya van desapareciendo los pisos – alforja – ya sabe, las escaleras, a un lado la habitación y al otro la cocina – , quedan decenas de casas sin baño. Conozco a un matrimonio con dos hijos que vive en una buhardilla de 39 metros cuadrados.

- Trabajó durante año en misiones en Perú. Aun así, ha llegado a decir que ha visto más Tercer Mundo aquí que allí. Explíquese.

- Prefiero expresarlo de otro modo: la forma de pensar y de hacer de esta parroquia está más cerca de los cerros del Perú que de la catedral nueva. Dicho esto, es cierto que en este barrio hay situaciones tercermundistas, de indignidad e injusticia. Hoy mismo he tenido que buscar dos camas para una familia que estaba durmiendo en el suelo. Un ecuatoriano. Vivía en una habitación con derecho a cocina. Para reagrupar a su familia les exigen trabajo y piso. Él lo ha logrado y ha traído a su mujer y a su hijo. Pero su piso está vacío. No tienen nada.

- ¿A cuántos dramas reales se enfrenta cada día?

- A tres, cuatro… Vienen desesperados. Hay un mujer que dejó en su país a sus tres hijos y que está loca por volver. No tiene dinero, claro, y está totalmente deprimida. Quiere regresar como sea, pese a la frustración que supone marcharse con las manos vacías y la deuda que ha dejado allí para venir. A otra, colombiana, su hermana le pagó el viaje y, al llegar, se encontró con que era para trabajar de prostituta. Y ha dejado diez hijos en su tierra. A otra chilena, le acaban de detectar un tumor cerebral y le han dicho que tiene que estar tres meses de reposo para que se haga más pequeño y se lo puedan extirpar…

- ¿Cómo lo encara, con frustración, impotencia…?

- A veces me agobio un poco, pero lo vivo con paz. ¿Sabe por qué? Porque, a menudo, lo primero que necesita esta gente es un poco de cariño, que sientas que te preocupan. Por eso surgió el Café Calor, que no es más que un lugar de acogida, donde charlamos. Para muchos ‘sin papeles’, que viven encerrados por temor a que les localicen, es el único momento para socializar.

- Con el tiempo se ha acabado convirtiendo en el padre – patera.

- Pues, no lo sé. Empecé dando comida a apenas una veintena de personas y familias que me venían a pedir. Ahora son ya 350. El boca a boca. Una vez al mes vienen y les damos arroz, macarrones, lentejas, madalenas, una salsa muy rica que no recuerdo cómo se llama… Es que yo lo pruebo todo antes de dárselo, ¿sabe?

- ¿El laureado sistema de ayudas sociales de Vitoria no funciona o no da abasto?

- Sí funciona porque soluciona cosas, pero no totalmente. Las instituciones les protegen para que no abusen de ellos en el trabajo. Ya sabe, no puede trabajar si no tienen papeles, pero a la vez los mata de hambre. Vienen y hasta los tres meses no tienen una ayuda oficial de Cáritas. Y ahora creo que va a ser a los seis. ¿Qué hacen? ¿Cómo viven hasta entonces? Tienen que ser más flexibles en la acogida.

- ¿Con qué recursos cuentan para asistir a todas esas personas?

- Con la generosidad de la gente. Gracias a eso hemos podido dar 110.000 euros en microcréditos. Bueno, este año hicimos una colonia urbana con niños de inmigrantes y nos dieron una subvención. La comida nos la proporciona el Banco de Alimentos.

- ¿El Obispado no colabora?

- No. El Obispado colabora con Cáritas. Es lógico. Mire, las instituciones, cuanto más se institucionalizan, más se alejan de la realidad. ¿Por qué? Porque tienen que pedir un montón de cosas. Las elementales no están organizadas.

- ¿Se ha dejado sentir la llegada al poder de un partido de izquierdas y socialista?

- A este nivel de sociedad, que haya un partido u otro no se nota nada.

- La población vitoriana está formada por unos 20.000 extranjeros que residen, en su mayoría, en este barrio. ¿Cómo lo han transformado?

- Le han dado más vida y lo han rejuvenecido. Hay más gente y más comercio. Sobre todo, locutorios.

- Pero no serán todo flores y pájaros…

- Bueno, se ha generado cierto temor por la droga. Ha cambiado de manos. Digamos que unos han arrebatado ese mercado a otros y ahora el acceso es más fácil. Y eso sí crea tensiones.

- ¿Cómo es la convivencia entre colombianos, marroquíes, subsaharianos…?

- No se mezclan demasiado. De hecho, intentarlo nos cuesta. Incluso, entre los propios latinos. Cada colectivo intenta situarse y hacerse su hábitat. En ese sentido, la Casa de las Américas ha sido una buena iniciativa porque allí se mezclan todos.

«Negros y latinos, no»

- ¿Qué actitud detecta hacia los inmigrantes por parte del resto de los ciudadanos?

- Racista no es nadie, pero mucha gente no les puede ver. Les achacan todos los atracos y les fastidia que no se comporten como ellos, que no hablen como ellos y que no tengan los mismo valores. La sociedad vitoriana es poco abierta. Lo ves claro cuando les buscas pisos. De primeras te dicen, negros, no; latinos, no. Inmigrantes, no.

- En su búsqueda también acuden vitorianos de cuna sin recursos.

- Sí. Tendré unos veinte. Es gente que se ha ido marginando y quedando sola, o mayores sin medios. Tienen ayudas sociales pero, ya sabe, eso es un largo proceso. Llega uno, dice que no tiene dónde dormir, y le mandan que vuelva dentro de quince días.

- ¿La crisis económica ha inflado las colas de estos colectivos a su puerta?

- Se está notando bastante. Ves caras nuevas, personas que dejaron de venir y ahora vuelven porque no llegan, gente que trabajaba en la construcción… Estamos llegando a una situación crítica. Me refiero a la parroquia. Nunca pensé que íbamos a atender a tantas personas. Pero confío en la providencia, siempre abre caminos.

- Colina abajo, en la ciudad del bienestar, ¿la pobreza es un fastidio ante el que es mejor cerrar los ojos o un asunto aún invisible?

- No, no. Somos conscientes, pero cerramos los ojos porque es incómoda. Revuelve. Y, además, como Vitoria es una de las ciudades que más dinero destina a atender a gente, los ciudadanos se lavan las manos. Los encuentros personales sensibilizan más… pero los evitan. Cuando veo a alguien que da un euro a un inmigrante y luego dice que qué cara tiene porque ve que se lo gasta en un café, me pongo malo. ¿Y cuántos toma él? Esa es la verdadera discriminación. Tenemos el concepto de que el pobre sólo tiene derecho a malvivir.

- ¿Qué le parece el fenómeno en que se ha convertido la rehabilitación pública de la catedral vieja?

- Está siendo una cosa buena porque está trayendo muchos visitantes y eso da vida al barrio. Pero debe ser aún mejor. Me refiero a que tiene que tener una proyección social y me consta que la Fundación Santa María está en ello.

- Dada la cruda realidad que dibuja, ¿es escéptico ante el plan municipal de revitalización del barrio o confía en él?

- Seguro que se darán pasos y se notarán. Pero la integración no nace de las instituciones, sino de las personas. Mientras no cambie la mentalidad de ‘los de abajo’ y dejen de ver este barrio como un gueto, poco se puede hacer. Si usted no me admite, yo lo percibo, ¿verdad? Pues aquí pasa lo mismo.

- Aun así, ¿qué medidas cree imprescindible poner en marcha?

- Yo soy partidario de potenciar las iniciativas formativas y culturales, y fomentar los espacios de interrelación que ya existen, más que de crear grandes espacios. Y, por supuesto, hay que rehabilitar las viviendas. Ya vendrán luego los párkings y todo lo demás.

- ¿Cuáles son los principales obstáculos a lo que se enfrenta el plan: la mezcla de culturas o el colectivo radical, que torpedea iniciativas como las rampas mecánicas?

- Sobre todo, la kale borroka. Siempre han querido hacer suyo este barrio y, ahora, se aprovechan de la situación de marginación de algunos inmigrantes para atraerlos a su mundo y usarlos.

- ‘Abajo’, como usted dice, la ciudad asiste a la llegada del tranvía y la próxima construcción del Palacio de Congresos y Exposiciones y de las Artes Escénicas. ¿Dedica alguna atención a este tipo de asuntos?

- Pues, no. Lo veo como algo lejano, que no interviene en lo que ocurre aquí.

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