La Camorra mata a seis africanos y desata una rebelión de inmigrantes

El País, MIGUEL MORA, 20-09-2008

Jueves por la noche, Nápoles y toda la región de la Campania están pendientes del retorno a la UEFA del Napoli después de 10 años de sequía. A los pocos minutos de comenzar el partido, en Baia Verde, un pueblo cercano a Caserta, Antonio Celentio, de 53 años, propietario de una sala de juegos, muere a consecuencia de 60 disparos, muchos de ellos en la cara.

Veinte minutos más tarde, “en el segundo gol del Nápoles”, según algunos testigos, seis o siete sicarios armados con dos metralletas y varias pistolas disparan más de 130 proyectiles contra inmigrantes africanos, que, en ese momento, estaban dentro de una pequeña sastrería. Dos de ellos, Samuel Kwaku, de 26 años, y Adam Cristhofer, de 28, son alcanzados mientras intentan huir hacia un coche. Otro más, aún no identificado, muere al volante del vehículo. Un cuarto, Julius Francis Antwi, de 31 años, cae mientras trata de abrir la puerta del Alfa 145. Erik Asserem Ieboa, de 25 años, que estaba fuera del local, y Alex Jenes, de 28 años mueren también, el primero en el acto, el segundo ayer por la mañana en el hospital. También resulta herido de gravedad Joseph Ain Bora, de 24 años. Los inmigrantes, originarios de Ghana, Liberia y Togo eran vendedores de droga. La refriega de tiros atrae inmediatamente al lugar, un barrio de extracomunitarios, a un grupo de africanos que comienza a increpar a la policía según aparece. Patadas, puñetazos, empujones, vuelco de contenedores de basura, insultos y gritos de “italianos bastardos”.

Ayer, desde primera hora de la mañana, la comunidad africana de la localidad de Castelvolturno se lanzó de nuevo a la calle para protestar y pedir justicia. La manifestación derivó en una auténtica guerrilla urbana, con barricadas, numerosos coches volcados y lanzamiento de piedras. Unos 300 inmigrantes armados con palos rompieron los cristales de algunas tiendas, tiraron piedras contra las ventanas de varios inmuebles y la emprendieron contra semáforos, señales y todo lo que encontraban a su paso.

Las tiendas estuvieron cerradas todo el día, y los vecinos metidos en sus casas, mientras la lluvia caía sin cesar. La tensión se palpaba incluso en el cercano pueblo de Lago Patria. Un gran despliegue de policía intentaba evitar que lleguen más africanos al lugar y estalle la guerra de los pobres entre africanos y casertanos.

El escenario de la masacre es el territorio del clan de los Casalesi, el más poderoso y sanguinario de la Camorra, la mafia globalizada que domina Nápoles y su región. La primera hipótesis de la policía es que se trata de “un feroz” castigo porque los africanos querían vender droga sin pagar la “tangente”, sin respetar las reglas impuestas por la Camorra.

Esta vez, a diferencia de otros crímenes mafiosos locales, hay varios testigos. Unos africanos afirman que vieron a los asesinos llegar en un coche con luces de policía en el que iban cuatro hombres. Otros aseguran que los sicarios portaban chalecos de los carabineros.

“Sois unos racistas. Nosotros no tenemos nada que ver con la Camorra, trabajamos de la mañana a la noche”, gritaban ayer los amigos de las víctimas. Delante de la sastrería, el tío de una de ellas se desesperaba ante las cámaras de televisión: “Mi sobrino nunca ha hecho nada malo. Nosotros no somos camorristas”.

Ante el local de la matanza, situado en una carretera nacional, la vía Domiziana, que une Roma con Nápoles desde los tiempos de los romanos, se levantaba una barricada con contenedores de basura, colchones y muebles viejos.

El alcalde, Francesco Nuzzo, trató de calmar a los inmigrantes, sin éxito. “Están descontrolados, temo alguna cosa grave”, dijo por teléfono al jefe de la policía de Caserta, Carmelo Casabona. Unos cuantos inmigrantes intentaban poner fin a los desmanes. “Algunos han bebido, por eso se comportan así”, explicaba una mujer.

El Comité provincial para la Seguridad, reunido con carácter urgente, definió la situación como “alarmante”. El delegado del Gobierno, Ezio Monaco, no descartó la intervención del Ejército. “Lo que ha sucedido es el máximo. Nos enfrentamos a una emergencia criminal”, señaló.

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