REPORTAJE

Con la fe como único alimento

Los 20.000 musulmanes que viven en Euskadi practican el Ramadán adaptando sus creencias a la realidad de su nueva tierra de acogida

El País, KARIM ASRY, 15-09-2008

Matt, veintitantos años, de Gambia, mira el reloj. Son las dos de la tarde, la hora de la pausa para comer. Mientras sus demás compañeros de obra recurren al bocadillo de rigor, o se dirigen a alguno de los bares de la zona para probar el menú del día, él coloca en el suelo una pequeña alfombra y mata el tiempo con pragmatismo: “Una siesta y a seguir”. Lleva desde la noche anterior sin comer ni beber nada, pero no parece afectarle. Es su segundo ramadán en Euskadi, lejos de su país y de una familia que, gracias a su estancia aquí, vive el tradicional mes de ayuno con más prosperidad por los 150 euros que envía al mes.

Al igual que Matt, los 20.000 musulmanes que, según la Unión de Comunidades Islámicas del País Vasco, viven en Euskadi compaginan una jornada laboral normal con la práctica del ramadán, uno de los cinco pilares del Islam y, para muchos, el principal nexo que mantienen con la religión de sus orígenes. “El ramadán es como la repesca”, cuenta un marroquí que hace años dejó de hacerlo. “Hay gente que se pasa el año entero incumpliendo los preceptos del Corán, que beben alcohol y no rezan cinco veces al día, tanto en Europa o en Marruecos. Pero el mes de ayuno, lo cumplen”, remata.

Desde que amanece hasta que anochece, los musulmanes de todo el mundo deben abstenerse de ingerir cualquier alimento o liquido, así como de mantener relaciones sexuales. Este rito simboliza la sumisión del creyente a Dios. Evitar la mentira, la avaricia y la hipocresía también está incluido entre los imperativos. El mes sagrado depende del calendario lunar, 11 días más corto que el solar de 365 días, por lo que su llegada se va adelantando todos los años.

¿Cómo aguanta el cuerpo estos cambios de ritmo? “En mi opinión no supone nada, es tolerable y perfectamente aguantable, siempre y cuando se vaya acostumbrando al cuerpo poco a poco y la persona que lo haga no tenga ninguna enfermedad crónica o alguna dolencia que se lo impida”, relata el doctor Mohamed Nachet, de origen sirio y residente en Vizcaya. Aunque él ha dejado de hacerlo – “he perdido la costumbre” – como médico no ve ningún impedimento: “Pasar hambre no tiene por qué ser malo, cuando yo lo hacía me sentía bien. Las personas que lo hacen se crecen con la fe. Y el sentido de pertenencia a la comunidad ayuda mucho. Es como un régimen colectivo”.

Faltan algo más de tres horas para el Fitr (ruptura del ayuno). Mohamed, 29 años, nacido en Tetuán (Marruecos), regenta la barra de un restaurante de la calle San Francisco. Despacha sobre todo comida para llevar a estas horas. “Este mes sólo trabajamos para los españoles, se nota que en el barrio hay mucho musulmán”, cuenta. Un cartel en la pared recuerda que está prohibido consumir alcohol. Zumos, refrescos y kebabs son las recomendaciones de la casa: “El Ramadán se me hacía más largo en Marruecos. Aquí, trabajando, el tiempo se pasa volando. Me despierto a las doce, me preparo, llego al local a la una y entre que haces esto y aquello, ya se está poniendo el sol”.

En el Barrio de San Francisco, uno de los que tiene mayor concentración de población inmigrante y de origen musulmán, pasadas las seis de la tarde empieza a cundir la impaciencia en ciertos rostros. Los comercios y tiendas de comida empiezan a llenarse. La gente se acerca a hacer las compras de última hora para llenar la mesa. En paralelo, un grupo de chavales discute impaciente. “A mí no me molesta tanto lo de no comer. Lo que jode es no poder tomarte el café ni fumarte un cigarro. Estoy todo el día con un zumbido en la cabeza, como atontado”, relata Mohcin, de Casablanca.

Son las 8.15, Lahcen, marroquí, ya está contando los segundos para que llegue el momento de llevarse a la boca los dátiles con los que juguetea en su mano. Tiene 18 años, y es su primer ramadán en la calle: el día de su cumpleaños, le echaron del centro de menores extranjeros tutelados de Artxanda, en manos de la Diputación de Vizcaya. A partir de esa edad, el ente foral ya no tiene responsabilidad legal sobre los jóvenes. “Así fue, feliz cumpleaños, te vas a la calle”. relata. Ahora duerme un poco donde puede en cada ocasión. Un día, en casa de algún conocido. Muchos en la calle. “La verdad es que me costaba menos el ayuno en el centro. En la calle te apañas. Vengo a la mezquita para comer. Por ahora es lo que hay”, se resigna. sigue esperando. Llega la hora, 8:24, y ya se puede comer otra vez. Los que puedan permitírselo, cenarán en un par de horas.

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