Un guía entre hispanos

El religioso alsasuarra Francisco Javier Fernández de Garayalde Arregui dirige el "Catholic Diocesan Center", de Fort Worth, en el estado americano de Texas, un referente para inmigrantes hispanos - "Todo inmigrante tiene derechos naturales, anteriores a los emanados de las leyes"

Diario de Navarra, NATXO GUTIÉRREZ . ALSASUA, 06-09-2008

FRANCISCO Javier Fernández de Garayalde Arregui rebosa tanta pasión como locuacidad en la explicación de los hitos que marcaron su devenir de capuchino y que, – como explica con un argumento de fe – , determinaron su actual destino de misionero en Estados Unidos. Irlanda, Filipinas y finalmente el país norteamericano trazan su trayectoria de entrega hacia los demás en puntos alejados de su Alsasua natal.

Con 74 años, de ellos 50 como sacerdote de la orden religiosa de los Capuchinos, un talante de acogida y un acento marcadamente norteamericano, desde hace nueve años dirige el “Cathlolic Diocesan Center”, en Fort woeth (Texas), un referente para personas en busca de orientación espiritual y humana. En sus más de 25 años de funcionamiento, más de 14.000 personas se han acogido a sus prestaciones de asesoramiento y acompañamiento; de ellas “el 80%, de origen hispano”.

Por ser mayoría y en atención también a sus 31 años anteriores como titular de una parroquia de fieles oriundos de Latinoamerica, Fernández de Garayalde es conocedor de los afanes y penurias que deben sortear cuantas generaciones franquean la frontera mexicana para abrazar el sueño americano.

En el centro de renovación de la diócesis recalan “jóvenes solos, que necesitan de orientación y encuentran un ambiente acogedor; matrimonios con deseos de realizar un retiro o fieles que buscan crecer en la fe”.

En el caso de las parejas, la orientación humana y espiritual persigue reforzar los lazos de sus miembros en un país en el que la mitad de los matrimonios desembocan en divorcio, según observa el religioso alsasuarra.

El proyecto, en su conjunto, concreta el sentir de su “alma mater” de unificar respuestas a necesidades humanas y a inquietudes profundas. En cada escala a su periplo misionero, Fernández de Garayalde ha concebido sus acciones altruistas con un sentido “integral”. “A la persona se le ayuda como persona en su conjunto”, observa. Comenzó a fraguar esta idea con mayor ahínco en su experiencia de Filipinas, donde conoció de primera mano el azote de la pobreza. En el barrio populoso de Pineda, en el que se hacinaban miles de personas, forjó su principio unificador de la doble dimensión de la persona: la humana y la espiritual: “La misión de la Iglesia y la mía es completa. En esa misión, existe una dimensión social, pero la hay también espiritual. Siempre digo que no soy una trabajador social, que soy algo más, que trato de ayudar a las personas al estilo de Jesucristo”.

Un viaje a los ranchos

En un afán de profundizar en el origen y las razones de su actual misión, aprovechó un año sabático para conocer de primera mano las raíces de sus destinatarios. Un itinerario por ranchos de Mexico le predispuso a conocer sus condiciones de vida. “De ahí viene nuestra gente”, pensó. “En las zonas donde viven no hay nada, nada de nada…”, fue su conclusión. En estas circunstancias extremas, la emigración al país vecino se advierte como una salida. “En Estados Unidos, hay 14 millones de hispanos indocumentados, no ilegales”, aclara.

Desde los principios que guían su conducta y a partir de la realidad que acostumbra a contemplar, entiende que “todo inmigrante tiene derechos naturales, que son anteriores a los positivos, a los emanados de las leyes”.

Texas aparece como la última parada de un largo caminar de un religioso de espíritu inquieto, que despertó a la vocación impregnado por el ambiente familiar y cultural que se respiraba en Alsasua hace seis décadas. Si bien acabó vistiendo los hábitos de una de las órdenes de San Francisco de Asís, fue en el colegio de los Corazonistas donde recibió sus primeras sesiones catequéticas. Un día, "después de escuchar misa de aurora, de desayunar y de jugar al "marro"", el pequeño de nueve hermanos de los Fernández de Garayalde se decantó por la vida religiosa. “Me voy fraile”, proclamó en alto para asombro de sus cercanos. “En el subconsciente”, como confiesa, planeaba el poso que habían dejado las operetas misionales que los Capuchinos ofrecían en el desaparecido cine Bengoetxea o las sesiones catequéticas de sus educadores Corazonistas.

Ingreso en el seminario

Ingreso en el Seminario menor de Alsasua y estudios de Filosofía en Zaragoza le colocaron ante su primer dilema: “En Zaragoza estudiaba gente de Alsasua, que me animaba a dejarlo todo. Hasta en tres ocasiones llegué a manifestar al director que lo dejaba”. “Dios te ha dado la vocación”, fue la respuesta obtenida y que hizo que reconsiderase su decisión para empujarle, con los años, a tomar los hábitos en la localidad irlandesa de Calshomove. En 1954, en la profesión de fe de capuchino, recibió el nuevo nombre de “Patricio”.

Cuando ya hubo realizado su ingreso en la orden, encaminó su futuro a Filipinas, donde halló cumplida respuesta a los sueños de juventud de misionero en el barrio de Pineda. Los cambios obrados en Filipinas, en un tiempo de renovación eclesial con el Vaticano II, no minaron un ápice sus convicciones, las mismas que hoy sustentan en Texas su entrega a personas en busca de sentido.

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