Mundo

Héroe sin patria

Diario Vasco, OLGA GUTIÉRREZ, 01-09-2008

EE UU concede casi 70 años después la nacionalidad a uno de los militares fotografiados con la bandera norteamericana tras la batalla de Iwo Jima.
Las barras y estrellas de la bandera norteamericana condensan los ideales de una cultura, por todos conocida, en la que el patriotismo es uno de sus rasgos distintivos y la gloria se materializa al alcanzar el ansiado sueño americano. Una sociedad con cierta tendencia a crear símbolos nacionales, sobre todo, si están relacionados con hazañas bélicas. Quizá una de las representaciones que mejor refleja este especial carácter es la emblemática imagen que tomaba el corresponsal de Associated Press Joe Rosenthal, durante la Batalla de Iwo Jima, el 23 de febrero de 1945, que enfrentó a las fuerzas de Estados Unidos y las de Japón en pleno apogeo de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico.
La fotografía, en la que un grupo de seis extenuados marines une sus esfuerzos para clavar la bandera estadounidense en la cima del Monte Suribachi, consiguió el reconocimiento internacional: ganó el premio Pulitzer al tiempo que colgaba majestuosa en cines, fábricas, bancos y otras tantas paredes repartidas por todo el mundo. Como resultado, los beneficios económicos alcanzaron cifras astronómicas y se creó todo un negocio en torno a la alegórica imagen.
A medida que crecía su notoriedad, también surgieron las primeras voces discordantes que aseguraban que la perfección de la instantánea hacía sospechar que no era fruto de la espontaneidad, sino que se trataba de una escena ensayada. Lo cierto es que nunca se ha llegado a demostrar esa teoría y más allá de las especulaciones, la imagen ha quedado grabada a fuego en la retina de sucesivas generaciones como la supremacía americana sobre el Imperio del Sol Naciente.
Un insigne sargento
Michael Strank fue uno de los rostros de esa emblemática estampa ya que fue el encargado de clavar en lo alto del volcán la enseña para que, tal y como había ordenado el Coronel Johnson, «todos en esta maldita isla puedan verla». Mike nació en Jarabina, una pequeña aldea de la antigua Checoslovaquia. Su padre, Vasil Strenk, emigró a Pennsylvania en busca de un próspero futuro y cuando consiguió reunir el dinero suficiente le siguió el resto de la familia. Con 20 años, Strank se alistó en los Marines y tras varios meses de entrenamiento y diversos destinos entre los que se incluyen Guantánamo, en Cuba, fue ascendido a sargento.
Su gran oportunidad para destacar en la carrera castrense llegó el 16 de febrero de 1945 cuando arribó a Iwo Jima con el objetivo de conquistar esta isla de apenas 20 kilómetros cuadrados, pero de vital importancia para el éxito norteamericano en el conflicto mundial. La isla de azufre gozaba de una posición estratégica para abastecer de combustible a los cazas estadounidenses que escoltaban a los bombarderos encargados de atacar Tokio.
La lucha cuerpo a cuerpo fue dura y el número de muertos ascendía a pasos agigantados en ambos bandos. Se antojaba difícil que algún hombre pudiera salvarse en aquella lluvia de plomo. A pesar de ello, Mike parecía estar protegido por un halo de fortuna infraqueable incluso para la metralla, pero nada más alejado de la realidad. Tras la caída del Suribachi se dirigió al norte de la isla con su unidad y el 1 de marzo, mientras trazaba sobre la arena las directrices de un ataque al enemigo, fue alcanzado por fuego amigo que atravesó su corazón y truncó su futuro. Su cuerpo fue enterrado en las entrañas de Iwo Jima aunque en 1949 lo trasladaron al cementerio nacional de Arlington en el estado de Virginia.
Merecido homenaje
Pese a que Strank recibió el reconocimiento de EE UU gracias a la popular imagen, uno de los héroes de Suribachi yacía en su tumba con un secreto que ha permanecido oculto desde la Segunda Guerra Mundial. A principios de este año, el interesante pasado del sargento de los Marines despertó la curiosidad de Matt Balis, guarda de seguridad en la Embajada estadounidense en Bratislava. El vigilante decidió estudiar la biografía de Strank y descubrió que, a consecuencia de un error burocrático, no figuraba como ciudadano norteamericano. El padre del suboficial había recibido la nacionalidad en 1935, por lo que se creía que él, que llevaba viviendo en el país desde los 3 años, también era estadounidense, pero lo cierto es que nunca llegó a recibir su propio certificado.
El Servicio de Inmigración y Ciudadanía (USCIS) ha rectificado 73 años después y el pasado miércoles Mary Pero, la hermana pequeña de Mike, recibió el documento póstumo que le reconoce como ciudadano de EE UU. Mary quiso rindir tributo a su hermano con otra imagen. Se fotografió con el certificado de Stark junto a la imponente estatua que recuerda a la escena sobre la cima de Iwo Jima. «Siento que es un momento histórico», dijo. El sargento ya no es un héroe sin patria.

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