Sin papeles

ABC, , 28-08-2008

Sobrevivir es un acto de lo más sospechoso. Vean el caso de los veinticinco negros, perdón, quise decir subsaharianos, rescatados por un buque de carga en alta mar. Han llegado a tierra firme después de navegar varios días a la deriva. Los más débiles fueron muriendo y, cuando la patera empezó a hacer agua, se hizo necesario soltar lastre: como no había botellas ni fiambreras, dejaron caer los cadáveres por la borda. En la fosa común del Atlántico estarán los excedentes del festín de los tiburones. Los arqueólogos del futuro buscarán en esos huesos la explicación a unas exequias tan despreocupadas, impropias de una civilización sofisticada como la nuestra.
Las crónicas subrayan el hecho inconcebible de que los rescatados hayan ofrecido versiones contradictorias sobre cuántos viajaban a bordo: setenta, según algunos; cincuenta y tres, según otros. Entre líneas, entre imágenes, se sugiere que mienten: narran una fábula sobre su supervivencia para conseguir el premio de unos papeles. En otras travesías funestas, de ésas en las que muchos «mueren tratando de convertirse en vuestros esclavos», como nos decía anteayer la enigmática Ada VI en su sms diario, el Gobierno ha hecho una regularización extraordinaria. No descartemos que la sospecha haya partido de algún cubil del Ministerio del Interior, donde sólo lo registrado por escrito es real y lo indocumentado se juzga peligroso. No hay lista del pasaje para cotejar el relato de los náufragos, no hay albarán del patrón de la patera. Sin pruebas, no podemos creer que se trate de supervivientes. Por eso los cronistas insisten: a esa mujer que ha desembarcado sin fuerzas, sin comer, sin beber, sin su marido y sin sus tres hijos, la llaman «sin papeles». Cautelas del periodismo.

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