¡Cuidado con lo que lleva en su maleta!

Odisea de un viajero

El Universo, 27-08-2008

Cuando viajamos a Europa y Estados Unidos, podemos pasar un vía crucis. Entiendo la paranoia norteamericana después de los brutales ataques, pero otra cosa es atentar contra nuestros derechos humanos, y en esto han encontrado aliados en Europa; ¡si nuestro Presidente fue vejado en migración de Miami, imagínense lo que sufrí como modesto ciudadano que tengo bastante teñida la piel!

Pero en nuestro país se inicia el maltrato con nuestros agentes que faltando cinco minutos para zarpar el avión, lo hacen a uno bajar y lo obligan a abrir las maletas, para casi siempre descubrir que nuestros compatriotas “trafican”: un caldo de salchicha congelado, dos cebiches de camarón, una tarrina de cangrejo, dos libras de mote y tres de choclo; y medio litro de aceite achotado. En mi caso “traficaba” una funda de cocadas y dos unidades de borojó. Luego de elevar el índice nervioso al máximo nivel, autorizan su partida y uno cree que el vía crucis terminó.

Al llegar a Miami, lo llevan una habitación de migración, le hacen preguntas en su mayoría racistas, y dejan entrever que es probable que lo retornen a su país. Después del interrogatorio que puede durar horas (en mi caso solo duró una) pude tomar mi avión hacia Europa, objetivo de mi viaje. Siempre pensé que los europeos serían agradecidos de los americanos (no los del norte) que les permitimos apoderarse –en nombre de la civilización y el poder durante más de 500 años– de nuestras riquezas, no pagando nada o muy poco como hoy. Holanda, mi destino, no era la excepción de ese pensamiento mío.

En Europa fui sacado de la fila de migración y llevado a un cuartito, hasta que apareciera un funcionario que hable nuestro idioma para interrogarme junto a otros tres ecuatorianos interandinos. Terror teníamos los cuatro de que vayan a descubrir el “tráfico” de mote pillo…, y mis cocadas y borojó. Nuevas preguntas, análisis a los pasaportes… y ante la prueba número once que presenté de la buena intención de mi viaje a Holanda, me autorizaron ingresar al país, mientras los tres compañeros no podían convencerlos. Así pasé luego cuatro días en Holanda y después al salir, en el aeropuerto de Schiphol, cerca de Ámsterdam, al querer ingresar al avión (era segundo en la fila), otra vez fui sacado por funcionarios de la aerolínea, de manera indelicada. Vi pasar a todos y pedí murmurando con temor, que me atendieran, habían pasado más de 40 minutos. Más tarde, otro funcionario dijo algo que parecía un llamado, y trajo a un caballero que en español me hizo preguntas, colocó un adhesivo que aún conservo en mi pasaporte, y autorizó mi salida hacia Estados Unidos.

Nuestras cancillerías, embajadas y Defensorías del Pueblo deben alertar a los ecuatorianos y prepararlos qué deben llevar y protestar por el trato de quinta clase que dan, aunque nuestros pasajes sean de primera categoría.

Jorge Guzmán Mancilla,
ingeniero, Guayaquil

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