Menudo trago

La Verdad, 23-08-2008

Se le ha hecho un hombrecito de golpe al armador José Ruso, que ni se lo esperaba, su hijo Héctor, de 20 años, hermosa edad, por primera vez al frente como patrón del pesquero Clot de l’Illot, con base en Santa Pola, con el que se dedicaba tan tranquilamente a la pesca de la quisquilla hasta que, menudo susto, menudo marrón, menudo tostón, menuda tragedia en tus narices, y menuda papeleta en alta mar, a cien millas de nada de la Trípoli de Muamar al Gadafi, en aguas internacionales para más señas, 49 inmigrantes, hechos una pena y una lástima, se le aparecieron sedientos, sobre una patera sembrada de hambre y, claro está, fueron rescatados y subidos a bordo uno tras otro: hombres, mujeres y niños con un pasado durísimo y un futuro que, la verdad, nada parece indicar que vaya a ser de dulce, ni a estar muy claro.

Siempre hay una primera vez para todo, y a Héctor Ruso, que no sé si habrá leído La Iliada, que le vendría bien para aprender lo mucho de bueno que tiene lo contado por Homero del príncipe Héctor, y La Odisea, que todo buen marino o pescador debería llevar tatuada en su pecho, le ha llegado este mes de agosto y a lo grande. Su barco, preparado para los once tripulantes que en él faenaban, a la espera de llegar a primeros de septiembre a costas alicantinas con las bodegas llenas, se vio de pronto convertido en hospital de campaña, en tierra de salvación y en un ejemplo, de carne y hueso, de que no hay nada más humano, más necesario y más educativo que tener que dar, a toda leche, de comer, al hambriento, y de beber, al sediento. Hambrientos y sedientos que en los últimos días vieron morir a algunos compañeros de viaje y cuyos cuerpos no tuvieron más remedio que arrojar sin mortaja de flores al mar, que lo devora todo.

Héctor Ruso ha visto también claro el desinterés de las gentes de tierra por hacerse cargo del muerto que suponen para todos estos 49 inmigrantes, vivos de milagro, a los que los italianos de Lampedusa no querían conocer, ni en fotografía, y con los que los libios de Gadafi se hacían los suecos a ver si, mientras ponían unas cuantas pegas, el Clot de l’Illot desaparecía con ellos en cubierta por arte de magia. Ya han desembarcado: nerviosos, asustados, sin hogar. No creo que Héctor, que se ha hecho un hombrecito el tío pasando este trago, se olvide de ellos.

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