La comunidad de San Egidio, en Roma, alimenta a 800 personas diarias, 200 de nacionalidad italiana

El Periodico, ROSSEND DOMÈNECH, 14-08-2008

Confusión el otro día al entrar en uno de los mayores comedores para pobres de la capital italiana. Reparten platos de cuatro a ocho de la tarde. Acuden los que no han almorzado y quienes prevén no cenar. Así, de una sola vez, se resuelve el día. El tíquet me lo dan sin abrir boca pero, dada la hora, no tengo hambre. Pido un queso. “Es muy poco, usted tiene que comer más”, insiste la voluntaria. Debe de estar realizando su buena acción diaria.
Me trae una vasija con pasta, tortilla de calabacín, el queso y una manzana. Para beber, agua. El vecino de enfrente es negro y, después de reflexionar largamente, dice que es siciliano. Debe referirse al lugar por donde entró en Europa desde África. Vaya, clandestino. Van 13.000 en lo que va de año, lo nunca visto.
Desde la puerta, otros voluntarios miran con sospecha, porque yo no he rellenado la ficha. En cierta manera es anónima, porque uno dice llamarse lo que quiere y vivir donde sea, pero ni eso había dejado. Los de San Egidio dan de comer y no preguntan. A 800 hambrientos por día, 200 de ellos de nacionalidad italiana.
Les planteo una situación hipotética aunque ellos no lo saben: que me estoy sacando menos de 582,20 euros al mes, donde se sitúa el umbral de la pobreza marcado por el Instituto Nacional de Estadística. El pan me ha subido el 12%; la pasta, el 25%; y la luz, el 13%. La gasolina, el 16%; y el gasóleo, el 31%, pero como no tengo coche, no me importa, aunque Giovanni, otro vecino de mesa, me explica que debería importarme, porque el pan y la pasta viajan con gasolina. Ha leído en un diario que la mitad de las familias italianas sobrevive con 1.900 euros al mes.
“¿Qué te ha pasado?”, me pregunta Luigi. Dice ser italiano y que si uno viene aquí es porque le ha “pasado algo”. “Seguro que te has divorciado – – adelanta – – porque ahora vienen muchos divorciados”. “La pensión al cónyuge y el alquiler se lo llevan todo”, explica con cara de saber. Y uno acaba aquí, en Vía Dandolo, número 10, Roma.
Rellenando otra ficha en otro lugar se puede acceder al supermercado de Cáritas y hacerse con lo básico gratuitamente: pagan los turistas que echan unas monedas en Trevi. Pero, en octubre, el Gobierno repartirá una tarjeta para pobres, que dicen que resolverá muchos problemas. La llaman Robin Hood tax porque se alimentará con un impuesto extra sacado a las petroleras para dar el dinero a los desafortunados. ¿Subes el precio de la gasolina? Pues, ¡zas!, te cobro más tasas. Luigi dice que “es un cuento”.

Cada comensal, una historia
Hay que ir cambiando de mesa para encontrar a otros comensales. María es una de las fijas del comedor. Ottaviano come solo, porque ya no lo aguanta nadie. El comedor tiene dos salas, instaladas en el patio interior de un edificio al que se accede directamente desde la calle. En el largo pasillo de la entrada hay unos bancos para descansar. En otro lugar de la ciudad ofrecen duchas y en otro, una lavandería y médicos, todo gratuitamente. En una salita adyacente al comedor se celebra, si uno lo pide, el “coloquio”. Sirve para entrar en el programa de ayuda y para tener una dirección en la ciudad, todos la misma, y recibir correo.
“Soy mecánico, ucraniano, vivo debajo de un puente en Pomezia y cada día voy a trabajar a una empresa; estoy aquí porque esta noche me han quemado la barraca y los documentos. ¿Qué puedo hacer?”, explica. Le crearán una identidad provisional.
Comedor aparte, los voluntarios también reparten comidas por las estaciones de metro, trenes y rincones urbanos, porque muchos se avergüenzan de acercarse hasta aquí. Cada noche, 100.000 personas en toda Italia duermen donde pueden, el 31% son jóvenes entre 27 y 28 años. Una cuarta parte son italianos. En Alemania los sin techo son 20.000; y en España, 21.000.
Mohamed y su familia ocupan una mesa entera y son taciturnos. Probablemente desconfían del forastero. Comen con mucha dignidad y se van en silencio inclinando la cabeza. Los rumanos se sientan en grupos de dos o tres, y el aumento de los afganos es la novedad de ahora.
Luigi me espera en la puerta de salida. “¿Has visto?”, dice, y me aplasta contra la página de un diario gratuito. De los 5.000 millones de la Robin Hood tax solo 260 millones para los más pobres, reza el principal titular de este diario.

40
euros mensuales
Explica que las tarjetas que repartirá el Gobierno llegarán a un millón de personas y tendrán un crédito de 40 euros al mes. Podrán ser utilizados para obtener descuentos en los recibos de la luz, del gas, comprar en los súper y muchas cosas más.
El diario escribe que las petroleras, bancos y seguros han declarado beneficios que oscilan entre el 25% y el 35%, pero no dice qué hará el Gobierno con los 4.740 millones restantes de la Robin Hood tax. Luigi se ha ido, tal vez asqueado por las noticias. Le habría pedido disculpas por mi mentira.

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