La bromita de nuestros baloncestistas achinándose los ojos no es de buen gusto. Tampoco racista; pero hay que andarse con cuidado. Bastante tendría ya la Olimpiada si los abusos chinos no borraran el esfuerzo de los buenos olímpicos. ¿Quedarán suficientes después de los dopajes, el profesionalismo, los mercenarios, los anunciantes, los mercaderes en el templo, los falsos patrocinadores, el intrusismo y la desvergüenza echando hielo en la hoguera sagrada? Que los déspotas traten de imponer a sus súbditos el orgullo de serlo, sin mirar la miseria de abajo, es ya una historia milenaria. La Gran Muralla simboliza, como las pirámides, el poder de unos pocos. Pero también la humillación del resto.