Tensión límite en Bélgica

El partido nacionalista flamenco tacha de "inmigrantes"a los valones de la región y les exige que "se adapten"

Las Provincias, IRATXE GÓMEZ, 02-08-2008

La unión de Bélgica pende de un hilo y el tiempo corre en su contra. Los mediadores políticos tienen hasta septiembre para diseñar una reforma de Estado y salir de la crisis que tiene sumida al país. Una tarea que parece cada vez más complicada, y más aún, cuando irrumpe una voz en la escena pública para echar más leña al fuego.

Esto es lo que hizo ayer el presidente del partido nacionalista flamenco (N – VA) – aliado al primer ministro belga, Ives Leterme – , Bart De Wever al declarar que no existe una minoría francófona en la región de Flandes, sino que son “inmigrantes que tienen que adaptarse” y aprender neerlandés.

“Tampoco les decimos a los marroquíes y turcos que como son numerosos convertiremos el árabe en lengua oficial”, añadió, agudizando más la polémica. Cabe recordar que el partido de De Wever desea una partición pacífica de Bélgica. Así lo hizo saber de nuevo el político a la radio francófona RTBF.

“Es completamente ridículo y no se acepta esta lógica en ningún otro país”, continuó el nacionalista. “Flandes da la bienvenida a todo el mundo y las personas pueden hablar el francés entre ellos, lo único que pedimos es que el idioma de gestión sea el neerlandés”.

En cuanto a Bruselas, que es una ciudad originalmente flamenca “que ha sido francofonizada”, De Weber opina que “es allí donde se encuentra la identidad belga inventada en el siglo XIX, y dado que es el hijo de Bélgica, ambos padres tienen que ocuparse de él”. Lejos de su imagen cosmopolita, Bélgica se muestra incapaz de dirimir sus conflictos.

Sus más de trece millones de habitantes viven en una tensión latente, que se prolonga desde hace siglos, disfrazada de prudencia hasta que se se produjo un vacío de poder de 192 días, un Ejecutivo ficticio para calmar las críticas exteriores y la renuncia hace unas semanas de Leterme.

Pero esta crispación se remonta a la independencia de Bélgica en 1831. Desde entonces, la nación se divide en dos comunidades lingüísticas: la flamenca, con seis millones de hablantes en neerlandés; y la francófona, con cuatro millones de belgas que emplean el francés. Así que se puede hablar de dos realidades nacionales: Flandes, al norte, y la pobre Valonia, al sur.


Libros a partes iguales

A pesar de contar con un Estado federal que vela por ambas, el país se encuentra seccionado en dos. El primer reflejo de este sentimiento se produjo en la universidad de Lovaina, que vio como el millón y medio de libros y manuscritos de su biblioteca se repartían en partes iguales entre flamencos y francófonos. Son un matrimonio en vías de divorcio. Pueden cohabitar bajo el mismo techo, pero nunca hablarán el mismo idioma. De hecho, leen diarios diferentes y sintonizan cadenas de televisión y radio distintas. En función de cómo sea la orientación de la brújula recibirán la correspondencia en neerlandés o francés, incluso avisos de pagos e impuestos.

Lo más grave de esta persecución sin tregua entre ambas partes es que alteren a su antojo las leyes que regulan el mercado interior de la Unión Europea.

Por ejemplo, en la localidad de Zaveten, a las afueras de Bruselas y sede del aeropuerto, se ha aprobado una nueva norma por la que los compradores de terrenos deben demostrar que hablan neerlandés o lo aprenderán en un período corto de tiempo.

Habrá que esperar un desenlace, pero ya hay expertos que apuntan a una total separación, no ahora, pero sí en un futuro próximo.

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