Lecciones de la historia

Gara, 02-08-2008

Ese mismo año, el 2 de enero de 1492, había caído Granada, el último bastión árabe en la península. 1492 también fue el año de la publicación de la primar gramática castellana (la primera europea en lengua «vulgar»). Según su autor, Antonio de Nebrija, la lengua era la «compañera del imperio». Inmediatamente, la nueva potencia continuó la Reconquista con la Conquista, al otro lado del Atlántico, con los mismos métodos y las mismas convicciones, confirmando la vocación globalizadora de todo imperio. En el centro del poder debía haber una lengua, una religión y una raza. El futuro nacionalismo español se construía así en base a la limpieza de la memoria.

Es cierto que ocho siglos atrás judíos y visigodos arrianos habían llamado y luego ayudado a los musulmanes para que reemplazaran a Roderico y los demás reyes visigodos que habían pugnado por la misma purificación. Pero ésta no era la razón principal del desprecio, porque no era la memoria lo que importaba sino el olvido. Los reyes católicos y los sucesivos reyes divinos terminaron (o quisieron terminar) con la otra España, la España mestiza, multicultural, la España donde se hablaban varias lenguas y se practicaban varios cultos y se mezclaban varias razas.

La España que había sido el centro de la cultura, de las artes y de las ciencias, en una Europa sumergida en el atraso, en violentas supersticiones y en el provincianismo de la Edad Media. Progresivamente la península fue cerrando sus fronteras a los diferentes. Moros y judíos debieron abandonar su país y emigrar a Barbaria (África) o al resto de Europa, donde se integraron a las naciones periféricas que surgían con nuevas inquietudes sociales, económicas e intelectuales. (1) Dentro de fronteras quedaron algunos hijos ilegítimos, esclavos africanos que casi no se mencionan en la historia más conocida pero que eran necesarios para las indignas tareas domésticas. La nueva y exitosa España se encerró en un movimiento conservador (si se me permite el oxímoron). El Estado y la religión se unieron estratégicamente para el mejor control de su pueblo en un proceso esquizofrénico de depuración.

Ahora, ¿quién derrotó a uno de los más grandes imperios de la historia, como lo fue el español? España. Mientras una mentalidad conservadora, que cruzaba todas las clases sociales, se aferraba a la creencia de su destino divino, de «brazo armado de Dios» (según Menéndez Pelayo), el imperio se hundía en su propio pasado. Su sociedad se fracturaba y la brecha que separaba a ricos de pobres aumentaba al mismo tiempo que el imperio se aseguraba los recursos minerales que le permitían funcionar. Los pobres aumentaron en número y los ricos aumentaron en riquezas que acumulaban en nombre de Dios y de la patria. El imperio debía financiar las guerras que mantenía más allá de sus fronteras y el déficit fiscal crecía hasta hacerse un monstruo difícil de dominar. Los recortes de impuestos beneficiaron principalmente a las clases altas, al extremo de que muchas veces ni siquiera estaban obligados a pagarlos o estaban eximidos de ir a prisión por sus deudas y desfalcos. El estado quebró varias veces. Tampoco la inagotable fuente de recursos minerales que procedía de sus colonias, beneficiarias de la iluminación del Evangelio, era suficiente: el gobierno gastaba más de lo que recibía de estas tierras intervenidas, por lo que debía recurrir a los bancos italianos.

El racismo, la discriminación, el cierre de fronteras, el mesianismo religioso, las guerras por la paz, los grandes déficits fiscales para financiarlas, el conservadurismo radical perdieron al imperio. Pero todos estos pecados se resumen en uno: la soberbia, porque es ésta la que le impide a una potencia mundial poder ver todos los pecados anteriores. O se los permite ver, pero como si fueran grandes virtudes.

© Alai – amlatina

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