"¡Qué vieja estás, mamá!"
Los Servicios Sociales de Burlada han llevado a cabo una investigación sobre cómo las mujeres inmigrantes reagrupan a sus familias. Muchas vienen solas, y ver por primera vez a sus hijos tras varios años suele resultar complicado. - Liliana Burbano vive con sus dos hijas en una habitación de un piso que comparten con dos familias - El estudio tomó una muestra de 35 mujeres de Latinoamérica y 13 chavales - Se comenzará un taller en septiembre con las familias que han participado en el estudio. HACE un año y ocho días, en el aeropuerto de Noáin aterrizaban las hermanas Marcela y Stephanie Martínez Burbano. La primera con 16 y la segunda con 17 años. Buscaban a su madre, a la que no habían visto en ocho años. Inútil. No la encontraban. "¿Dónde está mi mamá?", se preguntaba Stephanie.
Diario de Navarra, , 29-07-2008Liliana Burbano Reinosa, su madre, no se había olvidado de ir a recogerlas. Era sólo que el tiempo también había pasado para ella, y cuando por fin se reconocieron, lo único que pudo pensar Stephanie fue: “¡Qué vieja estás, mamá!”. Era una forma de suavizar las emociones de un encuentro largamente esperado durante ocho años.
Liliana tiene ahora 37 años. Lejos parece el día en que, divorciada ya dos veces a sus 29 años, se vio obligada a salir de Colombia por la dura situación económica y política. Habían tenido que comunicarse tirando de teléfono y de envíos de fotos por internet para no perder el vínculo. Atrás quedaron ocho años de distancia.
Pero también se quedaba atrás una vida cómoda llena de caprichos para las hijas de Liliana. El dinero que su madre enviaba cundía mucho más en Colombia; gracias a eso vivían permitiéndose todo lo que querían. “Pensé que en España podría tener aún más cosas”, confiesa Stephanie.
Poco tardó la realidad en poner las cosas en su sitio. De una casa de dos pisos en el valle del río Cauca pasaron a vivir en un piso. Unos meses después, el dinero apretaba y se vieron obligados a mudarse a un piso compartido. Tres habitaciones, tres familias: todas las pertenencias de Liliana, Stephanie y Marcela apretujadas en una habitación.
“Doy gracias por lo que tengo”, afirma Liliana con firmeza y claridad cristalina. Incluso da gracias por estar en paro. “Es el primer descanso que tengo en nueve años, puedo disfrutar hasta septiembre; entonces empezaré a trabajar en algo”, asegura. No es para menos, ahora puede tomarse un respiro de la dureza del servicio doméstico. Para conseguir un contrato, Liliana se vio obligada incluso a trabajar de interna en una casa, “viviendo día y noche con una anciana que tenía alzheimer por un sueldo de 600 euros”.
Y la situación no mejoraba cuando el contrato le permitía vivir en una casa propia, porque rara vez se pagan las horas extra en servicio doméstico.
Afortunadamente, la suerte sonríe a los que se esfuerzan, y al final, tras bastantes cursillos, Liliana encontró un trabajo fuera del servicio doméstico, en el Eroski. “Te piden muchos títulos y una experiencia previa muy difíciles de conseguir”, se queja. Por si fuera poco, los conflictos por el dinero que envían a sus países son bastante habituales, y los hijos se usan como arma arrojadiza.
Choque cultural
Stephanie cuenta una de sus experiencias más traumáticas. “El segundo día que estábamos en España, mi madre nos mandó a mi hermana y a mí solas a arreglar los papeles. Hasta entonces, siempre habíamos ido acompañadas, y ese día me morí de miedo. Todavía hoy me asusta un poco andar sola por la calle, y si he ido tranquila al colegio es porque me acompañaba una amiga todos los días”. Las calles de Burlada y Pamplona son seguras, pero no se puede decir lo mismo de Colombia, y cuesta cambiar el chip.
Junto con el económico, el choque cultural es el gran problema. El estado emocional que se crea al llegar a España es de ambigüedad. Tienen ganas de reencontrarse con su madre, pero aterrizan en una cultura completamente diferente. Adaptarse por completo en un año es, sencillamente, imposible.
Para que la vida en el nuevo país resulte más llevadera, la actitud de las madres es crucial. “Tengo que ser fuerte. No puedes conseguir que tus hijos estén bien si sólo piensas en Colombia. Pero lo más duro es conocer de nuevo a tus hijos”, asegura Liliana.
Uno de los grandes caballos de batalla son los estudios. Generalmente, llegan con un nivel bastante inferior al de sus compañeros españoles. Es el caso de Marcela, a la que han bajado un año a pesar de sus esfuerzos.
Stephanie tuvo algo más de suerte. Estudiando y trabajando a la vez ha logrado sacarse el curso de Servicios al Consumidor en el centro educativo Mariana Sanz, en la Rochapea. En septiembre hará prácticas, y apunta a un futuro como estudiante universitaria de Trabajo Social, para lo que están buscando becas con la ayuda de los Servicios Sociales.
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