Los bosques de las afueras de Moscú se han convertido en campamentos clandestinos de miles de inmigrantes

El Periodico, DMITRI POLIKÁRPOV, 27-07-2008

A mi vecina de dacha (casa de campo rusa), la abuela Liuba, desde hace unos días le da miedo ir al bosque a recoger setas. Tampoco se lo recomienda a los vecinos del pueblo. El fin de semana pasado Liuba, de 78 años, tuvo un incidente desagradable cuando se dirigió al bosque cercano a donde todo el mundo tradicionalmente va a recoger bayas y setas en verano. Regresó a toda prisa y contó a los vecinos que el bosque estaba lleno de gente sin hogar que había levantado un campamento. “Me acorralaron, hijo. Me exigieron dinero o comida. ¡No vayas al bosque, hijo!”, repetía la asustada viejecita.
La abuela Liuba estaba realmente impresionada, pero la historia de los nietos de Robin Hood escondidos en un soto en las afueras de Moscú me pareció una exageración inspirada, tal vez, por alguna copa extra de los variados licores caseros que abundan, más que las moscas en verano, en el sótano de la casita de la pensionista. Sin embargo, un grupo de hombres decidimos hacer una inspección, por si acaso.
Al adentrarnos un poco en el bosque, efectivamente encontramos unas chabolas construidas con tablas, troncos, ramas de árboles y cartones. Algunas incluso tenían pequeños huertos con patatas y verduras. Una de las casitas tenía una placa de cartón en la que alguien había esculpido la palabra kabak (taberna). Y en la taberna se encontraban unos trabajadores de la construcción ucranianos recién llegados a Rusia.
“Un cuñado mío me había prometido trabajo para varios meses. Íbamos a construir un chalet. Pero cuando vine a Moscú a este ya le habían echado”,cuenta Oleg, de 23 años, albañil de la ciudad ucraniana de Dniepropetrovsk. Unos compañeros de infortunio a los que conoció en la estación de Kievski de Moscú le invitaron a su “campamento de verano”, escondido a solo unos 50 kilómetros del centro de Moscú.
Este verano, los bosques que cercan la capital moscovita se han convertido en clandestinos campamentos en los que se alojan miles de personas que vinieron a la capital en busca de trabajo. Hay obreros de zonas remotas de Rusia, así como de varias antiguas repúblicas de la Unión Soviética, que viven en comunas, divididos por nacionalidades. Aunque quisieran, la mayoría no tienen dinero para regresar a casa. Sin embargo, pocos quieren.
La historia de Slavka es típica. Un hombre sin hogar de 58 años que cada verano se instala en un bosque al norte de Moscú para “vivir a cuerpo de rey”. “Con lo que gano, me emborracho cada noche, me compro ropa buena, consigo ligar con chicas locales. Para mí, es como unas vacaciones de verano”, presume Slavka.
Cada mañana, los obreros del bosque cogen un tren de cercanías y cada noche regresan a sus miserables chabolas. También ofrecen sus servicios a los habitantes de las dachas vecinas. Los que tienen menos suerte, roban.

“No hay mujeres”
Alquilar un piso o una cama es demasiado caro para ellos, y aprovechan las altas temperaturas de verano para ahorrarse el alquiler. “Cuando tengo trabajo, normalmente los dueños del piso me dejan vivir en él hasta que termine las obras. Pero ahora solo tengo encargos temporales”, se queja Yuri, un ingeniero electricista procedente de la península de Crimea, en Ucrania. Cuenta que en su ciudad natal tiene un “negocio redondo”. Vende artículos de bisutería a los turistas que veranean en la costa del mar Negro. Si hay suerte, en Moscú ganará en tres meses lo que gana en un año en su país.
Según los colonos, el principal problema que tienen es que “no hay mujeres” que los cuiden. “Vivimos como unos monjes”, resume Yuri, mientras muestra una foto de su mujer con dos hijas gemelas.
Otro mal del que se quejan los obreros sin techo es de la policía moscovita, que les espera en todas las estaciones de ferrocarril. Muchos agentes aprovechan que no tienen permiso de residencia ni de trabajo para extorsionarles.

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