«Al primer jefe que tuve tenía que rogarle para que me diera 20 euros a la semana»

La Voz de Galicia, María Cedrón, 27-07-2008

Algunos trabajadores cuentan cómo fueron tratados por ciertos empresarios

Algunos trabajadores cuentan cómo fueron tratados por ciertos empresarios

Los primeros días en Galicia fueron duros para Siro. Llegó a principios de enero, con el resto de peruanos del contingente del 2007. El trato recibido por parte del empresario para el que vino a trabajar lo obligó a pedir ayuda para buscar otro empleo cuando este lo echó, y lo dejó en la estación de tren de Lugo. Ahora está contento. Tiene un contrato con el que gana 900 euros al mes, la seguridad social y la casa en la que vive con otros dos rumanos corre a cuenta del empresario para el que trabaja, y dispone de los medios de seguridad que marca la ley para desempeñar su trabajo.

Cuando llegó a España su situación era muy diferente. «El primer día nos recibieron bien, el problema fue el día después, ahí se conoció qué tipo de empresa era», recuerda. Tanto él como otro compañero peruano fueron seleccionados en Perú para manejar la motosierra, pero lo que les dieron al llegar fue un sacho. «Fuimos a sacar verrugas, con cables por medio… Con lluvia o sin lluvia, igual trabajamos», explica.

Pero lo peor, tal y como argumenta, es que aquel empresario de la parte alta de la comarca de Os Ancares incumplió el acuerdo alcanzado para los que venían con el contingente. «Tenía que rogarle para que me diera 20 euros a la semana. El día que llegamos apenas teníamos un peso. Cuando empezamos a trabajar, para recibir veinte euros a la semana teníamos que esperar hasta las once o a las doce de la noche en el bar que tenía el empresario. En una ocasión, era sábado, a las once de la noche. Y claro, al día siguiente estaba todo cerrado, no podíamos comprar nada…», añade.

Este joven estuvo trabajando en la empresa unos veinte días, antes de que el empresario le dijera que ya no le servía y que tenía que marcharse. «Vine para trabajar con un contrato de un año, el cual no se respetó. […] Lo que hizo el jefe que tenía fue ponerme en la estación de tren de Lugo y decirme que podía marcharme. Tenía menos de tres euros en el bolsillo», explica.

El estado en el que se encontraba era desesperado, a miles de kilómetros de su casa. «Tuve que pedir ayuda, qué iba a hacer, ¿iba a ir caminando por ahí? (…) No vine a este país para buscarme la vida caminando, vine a trabajar», argumenta.

Trámites

Llegó con un permiso del Ministerio de Trabajo, pero nadie lo acompañó al llegar para tramitar el número de identificación de extranjeros (NIE). «Cuando llegué vine con el NIE para ir a la policía…, lo que nunca hicieron fue llevarme para hacerlo»..

Aquella llamada de auxilio hecha por este hombre venido desde el Amazonas peruano a Galicia fue rápidamente respondida por otro empresario maderero del valle del Neira, también en la provincia de Lugo. «Ahora estamos muy contentos por haber cambiado de empresa, lo único que pedíamos era un poquito de igualdad».

En la nueva compañía trabaja limpiando el monte, junto a las líneas eléctricas y quitando maleza. Pero todo lo hacen con el equipo de seguridad reglamentario. «Tenemos botas anticorte, casco, arneses…», explica.

Eso es algo que no pueden decir otros de los compañeros que llegaron en el contingente y que trabajan en otras compañías. Uno de ellos, que no ha querido facilitar el nombre, aseguró carecer de arneses para escalar a los árboles que tiene que podar para que las ramas no toquen las líneas eléctricas.

Trabajadores de Rumanía

Pero ese joven peruano abandonado en la estación de tren no es al único al que tuvo que echar una mano ese otro empresario lucense. Daniel es rumano. Vive en una casa compartida con su ya amigo peruano y con Adrián, otro compatriota que también trabaja en el monte limpiando las ramas que tocan con los cables de las líneas eléctricas.

Llegó hace poco más de un año como parte de un minicontingente de trabajadores reclamado por una compañía del área de Santiago que tenía urgencia de empleados. Pero cuando los trabajadores ya habían superado la selección en su país y ya estaban viajando en un autobús rumbo a Galicia, el empresario avisó de que ya no precisaba esa mano de obra y decidió prescindir de su servicio.

Avisado del problema, el dueño de la empresa en la que ahora trabaja el joven rumano se puso en contacto con otras firmas del gremio, se reunieron en un bar y acabaron contratando a los trabajadores que habían cruzado Europa en autobús para venir a limpiar montes a Galicia.

Los tres compañeros han visto ahora cómo la situación en la que se encontraban en un principio ha cambiado para mejor. Pero otros inmigrantes que trabajan en el sector forestal aún no lo han logrado.

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