Historias de paso por Gipuzkoa

Las áreas de descanso de la A-8 se convierten estos días en pequeñas ciudades ambulantes con cientos de magrebíes que cruzan Europa camino de su tierra

Diario Vasco, ARANTXA ALDAZ, 27-07-2008

DV. Las áreas de descanso de la autopista A – 8 se convierten estos días en pequeñas ciudades ambulantes abiertas las 24 horas donde se cruzan miles de vidas camino de Marruecos. La Operación Paso del Estrecho, que espera este verano a 2,8 millones de ciudadanos magrebíes, tiene también su reflejo en Gipuzkoa, donde los particulares peregrinos realizan su primera parada de descanso en un trayecto desde cualquier punto de Europa que completan en dos días, tres a lo sumo, hasta llegar a su tierra natal.


Son las diez y media de la mañana y la cola de vehículos que cruza el peaje de Biriatou serpentea con inconfundible silueta. Furgonetas con la casa a cuestas, maleteros llenos como para ganar un récord, bacas con equipajes imposibles y también modernos turismos a los que delata la matrícula extranjera. Con la frontera en plenas obras de remodelación, la hilera de automovilistas continúa unos kilómetros más hasta llegar al área de descanso de Oiartzun, muy codiciada por ser la primera después de pasar la muga.


La zona de aparcamiento parece una pista de autos de choque que maniobran al ralentí en mitad del tumulto. La furgoneta de Achi Lakhdar sobresale por encima del resto. Con el capó levantado, el hombre revisa el motor que le acaba de dejar tirado en pleno trayecto. Suerte que ha conseguido llegar al restop. «Lo revisé antes de salir de París porque me daba problemas. ¡1.200 euros de factura para nada!», refunfuña este marroquí de Oujda, una ciudad a unos 150 kilómetros de Melilla.


Begoña y Samad, los dos trabajadores del punto de información instalado para los magrebíes, le intentan echar un cable. Pero al final hay que llamar a un operario de Bidelan y luego al mecánico del seguro. La espera al carrocero sirve para entablar conversación. Emigrado hace diecisiete años, Achi vive a las afueras de la capital gala, en Villeneuve la Garenne, junto a su mujer y su hijo recién nacido, del que presume en fotografías que lleva en el salpicadero del coche. Ellos han viajado en avión hasta Rabat, sobre todo por la comodidad del pequeño, mientras él se llevaba en la furgoneta «lo necesario» para pasar un mes de vacaciones junto a su familia. «En cuanto llegue, haremos una fiesta», anticipa en francés. Si el vehículo se porta bien, hoy ya estará junto a los suyos.


Begoña y Samad supervisan la reparación desde su puesto, uno de los nueve instalados por la dirección general de Protección Civil y Emergencias a lo largo de toda la Península dentro del operativo especial de la Operación Paso del Estrecho. Es una caseta prefabricada con todas las comodidades de una casa: recibidor, cocina, baño y un dormitorio para el trabajador del turno de noche. Desde el habitáculo atienden a todo el que se acerca, reparten mapas de carreteras, folletos con consejos para el viaje, «y lo que haga falta», dice Begoña, trabajadora de la Dirección General de Tráfico. El día está siendo «movido», aunque con menos aglomeraciones que en años anteriores. «El GPS nos ha quitado mucho trabajo», sonríe. Echarán la persiana el próximo día 4 de agosto. «Para entonces, el aluvión de automovilistas ya habrá pasado», pronostica Samad, uno de los dos intérpretes contratados. Habla un correcto castellano, algo de francés y, por supuesto, domina el árabe, su lengua materna. «No se trata sólo de informar. Nos implicamos en todo lo que podemos», asegura el joven. La semana pasada, por ejemplo, tuvieron que rescatar a una mujer portuguesa a la que su marido dejó abandonada en el área de servicio. «Le llamamos al móvil y cuando le dijimos que íbamos a llamar a la Policía, nos dijo que todo era una broma y que volvería a por su esposa. Tardó unas dos horas», cuenta abrumado.



El primer viaje

Pero la mayoría de historias que se les presentan, más de cien al día en jornadas de gran afluencia como la de ayer, son mucho más simpáticas. La de Giselle Chevalier es particularmente optimista. Vecina de Limoges, viaja en el asiento del copiloto junto a Mohamed y Nacira Elkhoti. En un segundo coche, les siguen en la ruta su marido, su hija y su yerno. «Estoy ansiosa por llegar», confiesa Giselle, que viaja por primera vez hasta Marruecos, invitada por el matrimonio Elkhoti, vecinos de portal. «En todos estos años nos hemos hecho muy amigos. Los últimos veranos nos han insistido mucho para que les acompañáramos a Marruecos y conociésemos sus raíces, pero nunca nos habíamos animado. Hasta este año», añade. El trayecto lo iniciaron ayer a las tres de la madrugada. Después de repostar en la gasolinera y de asearse, continuaron el camino. Su intención es cruzar el Estrecho desde Algeciras hasta Tanger; allí, cumplir con el papeleo administrativo y continuar hasta Rabat, donde les espera una cálida bienvenida con una cena especial para los invitados. Mohamed desvela el menú: «Pollo al limón, mucha ensalada, frutas y pasteles». El resto lo guarda para sorprender a Giselle. «Seguro que lo pasamos genial. Será como abrazar otra cultura», promete.

También paran en el restop Samira, Mohamed y Sirine, una joven familia de Alkmaar. Los 1.500 kilómetros que han recorrido en un día desde Holanda les empiezan a pasar factura. El cansancio se nota sobre todo en la pequeña Sirine, de dos años, que se estrena en la ruta sin saber casi lo que le espera al final del trayecto. Pero cualquier esfuerzo le vale la pena a esta familia con tal de llegar hasta la capital marroquí. En Rabat visitarán a sus tíos y primos, los únicos de la familia que no emigraron hace ya tres décadas. Samira, de hecho, representa a la segunda generación de la familia. Nacida en Alkmaar en 1982, se confiesa con el corazón partido: «mitad holandesa, mitad marroquí». Primero pasarán dos semanas con la familia y de vuelta, a mediados de agosto, se desviarán hacia Barcelona para ejercer de verdaderos turistas.

Las vacaciones del señor Eamarouchan se alargarán algunas semanas más. Jubilado nacido en Tánger, se conoce la geografía de media Europa. Ahora vive en Rotterdam, pero el trabajo le ha llevado a recorrer varias ciudades, incluidas Mondragon y Donostia, donde trabajó en varias fábricas. «Conozco un poco la zona. Muy bonito», dice tras bajar de un viejo Mercedes al que le pesan los años.

«Incha Allah»

«Lo de los coches es una de las mejores formas de comprobar cómo está cambiando todo», interviene Begoña desde la caseta de información. «Antes se veía cada cacharro por la carretera… Ahora siempre aparecen algunos vehículos viejos, de los que parece que no pueden ni circular, pero ahora la mayoría son coches buenos de inmigrantes que han podido escalar económicamente», reflexiona.

Mientras termina la frase, se acerca el coche de Giselle y el matrimonio Elkhoti. «Ya nos vamos», anuncian. Desde el puesto les desean un feliz viaje. «Llegaremos mañana – por hoy – . Incha Allah. Si Dios quiere», se despide Mohamed. aldaz

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