No son los últimos

El Periodico, JOSEP MARIA FONALLERAS, 25-07-2008

Vuelven a repetirse las mismas escenas cada verano. Cayucos, barcazas, débiles canoas, pateras, el viaje recurrente y constante hacia la muerte. Y, a veces, escenas descarnadamente reales, en nada verídicas, como la de esos seres humanos agarrados a una especie de salvavidas gigante, la red circular de unos pescadores como oasis en medio del desierto atlántico. Situaciones nada verídicas si no fuera porque son absolutamente ciertas y verdaderas. De hoy mismo.
Vuelven los fantasmas, de nuevo mezclados, hechos un amasijo de cuerpos, en el que no se distingue el vivo del muerto, en el supuesto de que los vivos aún lo estén y ya no habiten, después de la travesía por esta laguna indigna y sin límites, sin orillas, en el mundo de los muertos. Les colocan en una especie de báscula, juntos, unos y otros, el amasijo. Báscula en la que se calcula el peso de las almas: pequeña, delicada operación, sutil, para poder desentrañar el secreto del aliento ante la evidencia de la rigidez.
“Al anochecer, apilábamos como si fueran trozos de madera aquellos que estaban a punto de morir y los que ya se daba por muertos. Era una pequeña torre alucinante que se movía, que casi crujía, pero con unos crujidos que eran quizá los últimos estertores”. Zoran Music, el pintor que estuvo en Dachau, describía así el paisaje que vio y que dibujó y del que extrajo algo parecido a una revelación y que se consolidó, con los años, en una obra singular, única, uno de los pocos testimonios en verdad artísticos del Holocausto. Viendo de nuevo la naturaleza muerta con cayucos, barcazas, débiles canoas y pateras pienso en él y el título de una de sus series: No somos los últimos.

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