EDITORIAL

A la desesperada

Diario Vasco, , 11-07-2008

L os subsaharianos supervivientes que en la noche del miércoles pudieron arribar a la costa almeriense tras permanecer durante días a la deriva en una patera sacudida por un embravecido Mediterráneo narraron, en medio del agotamiento, la más estremecedora de las historias. El relato de cómo catorce personas, entre ellas nueve niños, fueron muriendo en alta mar; y de cómo tuvieron que echar sus cuerpos uno a uno por la borda. Cómo jóvenes madres vieron morir, impotentes, a sus hijos, y no pudieron más que contemplar que sus restos acababan en el agua. Hambrientos hasta la extenuación, quemados por el sol y el salitre pero tiritando de frío, deshidratados, llegaron probablemente los más fuertes, mientras que a los más indefensos se los quedó el mar. Toda una tragedia, como todas las que se desprenden de la impotencia y la desesperación, que puede repetirse en cualquier momento. Cientos de almas desesperadas como ellos aguardan ocultas en el norte de Marruecos, en la región de Oujda, a dar el salto definitivo a riesgo de morir en el intento. Cientos de víctimas de la pobreza extrema y de traficantes sin escrúpulos que se lucran sacando su mala suerte a subasta.
El mundo al que anhelan llegar, Europa, sabe qué debería hacerse para que no se vieran en la necesidad de emprender tan incierto éxodo: empeñarse en el desarrollo de sus países de origen. No lo está haciendo, y la brecha de la desigualdad puede volverse abismal a causa de la crisis de alimentos. No lo está haciendo, pero se sabe obligada a reforzar las barreras que contengan la avalancha de sur a norte. Hasta ayer, en la vana esperanza de que algún día los africanos empobrecidos dejarán de intentar vivir entre los europeos. Desde ayer, temiendo con razón que el flujo de la desesperación no se corte nunca. No mientras la mayor parte de África continúe distanciándose del mundo desarrollado.
El control de las fronteras constituye una necesidad ineludible que debe comprometer a todos los gobiernos europeos para primar la inmigración regular y disuadir lo máximo posible a las mafias y a quienes de lo contrario se sumarían en masa a tan temeraria travesía. Pero si la desgarradora tragedia conocida ayer no da de lleno en el corazón de Europa, no consigue remover su conciencia, es de esperar que cuando menos despierte su inteligencia y la Unión Europea, con España a la cabeza, se apreste a devolver a África ese mínimo de prosperidad que se precisa para que cada cual pueda permanecer en la tierra en que nació.

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