«¿Dónde está mi hijo?»

Las madres supervivientes de la patera de Almería no recuerdan que a sus nueve bebés muertos los tiraron por la borda La zodiac pasó siete días a la deriva sin agua ni comida Quince de sus ocupantes murieron

La Razón, F. de la Peña, 11-07-2008

F. de la Peña
ALMERÍA – «¿Dónde está mi hijo? ¿dónde está mi hijo?», repetía entre la inconsciencia y la desesperación. Ni siquiera era capaz de recordar que el cadáver del niño se fue por la borda con los de otros trece ocupantes de la zodiac en la que viajaban rumbo a España. En sus ojos se reflejaba con toda la crudeza la tragedia de siete días a la deriva, sin agua ni comida, a pleno sol, mientras el horizonte de la soñada Europa, de El Dorado occidental, se desvanecía entre olas de cuatro metros y vientos de setenta kilómetros.
Ayer, esta mujer, sus 33 compañeros supervivientes y un cadáver llegaban a las costas de Almería tras ser rescatados a 30 millas de su objetivo. Exhaustos, perdidos, agotados, achicharrados, hambrientos, sedientos, con la mirada nublada por la bruma que produce estar mucho más cerca de la muerte que de la vida que esperaban, no lograban ponerse en pie en el puerto. Uno de los inmigrantes sólo acertaba a gritar machaconamente «¡siete días, siete días!», los que les separaban ayer de su salida en la costa de Alhucemas, cargados de sueños pero vacíos de víveres. A mitad de camino se estropeó el pequeño motor de 25 caballos de la ridícula zodiac de seis metros de eslora en la que se apiñaban los 48 viajeros. El tiempo pasaba y la navegación a la deriva se hacía insoportable. El arreciante viento y la olas como montañas no ayudaban.
No se acuerdan de cuándo, pero las terribles condiciones comenzaron a matar a los tripulantes. Primero los más pequeños, nueve niños de entre uno y cuatro años, incapaces de luchar contra la hipotermia, la inanición, la insolación y las quemaduras. Tras ellos otras cinco personas, mujeres, hombres, que no se sabe cuándo habían salido de Nigeria, Gambia, Kenia, Camerún y Senegal.
Dos de sus compañeros de viaje fueron encargados de deshacerse de los cuerpos. Los arrojaron por la borda, mientras otros muchos comenzaban a vagar entre la consciencia y el sueño profundo del agotamiento total. Ni siquiera en tan dramática situación quisieron utilizar el móvil para dar la alarma, para pedir auxilio, porque tenían poca batería y preferían guardarla para cuando vieran tierra, preferían «ahorrar».
A las seis de la tarde del miércoles intentaron la primera comunicación, a la que seguirían otras dos, pero la conversación se cortaba. Aun así, habían conseguido que se comenzara a movilizar el dispositivo. La dificultad residía en localizar exactamente la posición de la patera a la deriva, algo que sólo ocurrió cuando un velero la avistó y dio las coordenadas a las autoridades, comenzando el final de una pesadilla que ha vuelto a conmover a una sociedad demasiado acostumbrada a las fotografías de inmigrantes desnutridos por travesías imposibles, en el momento exacto en que todos los políticos europeos se pelean por una política migratoria más o menos dura.
Incluso los propios responsables de Cruz Roja que les atendieron en tierra eran incapaces de creer lo que veían. Ellos, profesionales acostumbrados a las tragedias, lo narraban como la «más indescriptible y lamentable de los últimos años.
Tal era el calibre del drama que las camillas que había preparadas en puerto para trasladar a los que estuvieran peor no fueron suficientes. Muchos de los guardias civiles, de los miembros de Cruz Roja y de los voluntarios decidieron entonces coger a los desfallecidos navegantes en brazos.
De los 33 inmigrantes que llegaron vivos a España, cinco de ellos fueron trasladados inmediatamente a la Unidad de Cuidados Intensivos de Torrecárdenas en estado crítico. Entre ellos, una mujer embarazada que perdió el niño que esperaba. Y también el único bebé que sobrevivió a la travesía, con quemaduras en todo el cuerpo. Éstas eran comunes entre los pasajeros de la patera: «Eran como para perder el conocimiento, no entiendo cómo han aguantado», reflexionaba el coordinador provincial de Cruz Roja, Francisco Vicente. Pero uno de ellos no lo logró y falleció en la embarcación de Salvamento Marítimo poco después de haber sido rescatado.
Visto lo visto, el Gobierno no descartaba ayer un «tratamiento excepcional» de los supervivientes, según lo dicho por el delegado del Ejecutivo en Andalucía, Juan José López Garzón, aunque aclaró que sólo sería un medida excepcional.
Y con estas nuevas muertes se eleva a al menos 69 los fallecidos en el mar en lo que va de 2008 al intentar llegar a la Península. Pero la cifra es todavía más trágica si se tiene en cuenta que en tan sólo tres días de julio han perdido la vida 29 personas, nueve de ellas niños. Estos datos se hacían realidad el mismo día en que se conocía que las autoridades españolas interceptaron el año pasado un total de 690 pateras con inmigrantes que intentaban arribar de forma clandestina a las costas de nuestro país. 
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