EL DRAMA DE LA INMIGRACION / Medio centenar de subsaharianos partieron de Marruecos el miércoles de la semana pasada en una patera / El sábado se paró el motor y 15 personas murieron en total en cinco días a la deriva

De Marruecos salió con su bebé, a Almería sólo llegó el chupete

El Mundo, MIGUEL CABRERA / A. SEMPRUN, 11-07-2008

La tragedia vivida por las ocho madres subsaharianas que vieron arrojar al Mediterráneo los cadáveres de sus 9 hijos, durante los 5 días que pasaron a la deriva en una zodiac de seis metros, conmociona a la sociedad española «Por favor, traedme a mis dos niños». María del Carmen, una voluntaria de la Cruz Roja, no podrá olvidar a la mujer subsahariana que ayer, aún en estado de shock, se resistía a creer que sus bebés habían sido arrojados al Mediterráneo tras haber muerto en la zodiac en la que viajaban. Pero así fue. Sólo un pequeño sobrevivió a la travesía. De los nueve restantes, sólo los chupetes han alcanzado la costa de Almería.


La mujer se aferraba la noche del miércoles a los brazos de la voluntaria, implorándole entre sollozos que encontrara a sus pequeños, que ella pensaba perdidos entre la confusión y el caos que se apoderó de los ocupantes de la zodiac, de seis metros, en la que embarcaron en Marruecos siete días antes, apiñados, casi medio centenar de inmigrantes subsaharianos con el objetivo de alcanzar la costa española.


El pequeño superviviente permanecía ayer por la tarde en la UCI pediátrica del hospital de Almería. Sus grandes ojos inocentes e interrogantes llamaron en el puerto poderosamente la atención, entre las miradas de dolor y desesperación de sus mayores. También sorprendió a quienes le socorrieron al desembarcar que no lloraba; y ni una lágrima salió de sus ojos, a pesar de que tenía 40 grados de fiebre, problemas respiratorios y quemaduras en genitales y glúteos.


«Sólo comenzó a quejarse un poco cuando le pusimos el pañal porque le dolían las quemaduras», explica Juan Luis Sepúlveda, un voluntario chileno de la Cruz Roja que fue, junto a su mujer, Mercedes Moya, el encargado de trasladar al hospital al bebé, de unos 15 meses de edad.


Juan Luis piensa que el pequeño ni siquiera tenía fuerzas para llorar «porque estaba totalmente deshidratado». Por suerte para él, también tiene ahora razones para reír, porque se encuentra fuera de peligro y, como apunta su cuidador, «su madre también está en buen estado de salud». Juntos han conseguido superar la aventura que había comenzado cinco días atrás, cuando la lancha neumática en la que navegaban naufragó en alta mar.


«El sábado por la noche se paró el motor. Intentamos remar, pero nos quedamos sin comida ni agua y todo el mundo empezó a gritar. Sólo recuerdo gente gritando y gritando», decía ayer en inglés, llevándose las manos a los oídos como si aún escuchara las voces Samuel, un joven nigeriano, mientras era trasladado por un policía de una sala a otra del Centro de Internamiento de Inmigrantes del puerto almeriense.


«Tuvimos que tirar a los niños. Estaban muertos». Tamguor Lucas, un camerunés de 27 años, mantiene aún los ojos como idos, inyectados en sangre. Su caminar recuerda el de un zombie y habla con gesto inexpresivo, como si no tuviera ninguna conciencia de la tragedia que revelan sus palabras.


Los agentes llevan de un compartimento a otro a los supervivientes de la tragedia para ultimar los trámites de identificación. Entre ellos se encuentra Owen, otro joven nigeriano, que dice tener 15 años aunque aparenta algunos más. Se acerca cojeando, cogido del brazo por un policía, con el papel amarillo en el que están recogidas sus huellas dactilares. Tiene la mirada perdida y da la impresión de que aún no sabe exactamente dónde se encuentra.


«Había 11 bebés», asegura también en inglés, «pero murieron 10, cuatro niños y seis niñas». Y es que, pese a que la versión oficial habla de nueve menores muertos, algunos de los supervivientes ofrecen aún datos contradictorios. «Nunca podremos saber de verdad cuántas personas han muerto, aunque podamos acercarnos a la cifra real», decía ayer un dirigente provincial de la Cruz Roja.


Owen también dice que se lastimó una pierna al caer en la embarcación cuando trataba de remar para alcanzar la costa, una misión imposible porque en el momento en que rompió el motor, se encontraban a decenas de millas del litoral almeriense. «No podíamos soportar el calor, el hambre y la sed, y teníamos que beber agua del mar», explica mientras da pequeños sorbos a un zumo.


Sus palabras son corroboradas cuando los voluntarios de la Cruz Roja abren una de las puertas del centro y sacan en silla de ruedas a otro de los náufragos para introducirlo en una ambulancia que le llevará al Hospital Torrecárdenas. En el interior del vehículo, el superviviente muestra una expresión de angustia. No puede hablar y demuestra dificultades para respirar. «Ha dicho que bebió agua del mar durante cuatro días», explica el voluntario de la Cruz Roja que le traslada.


El precio que los inmigrantes tuvieron que pagar por cada lugar en la patera osciló entre 1.000 y 1.500 euros, según informa Ana del Barrio. «Pagamos 1.200 euros por el viaje», dice Adrano, otro nigeriano de 27 años que acompaña a Owen. Como su compañero de travesía, mantiene que permanecieron durante dos meses en Marruecos antes de conseguir el pasaje que ha acabado trágicamente con la vida de 15 personas.


elmundo.es


Patera: Vídeo


Así llegaron los inmigrantes.

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