Señoritas de compañía

La Verdad, CÉSAR OLIVA, 08-07-2008

Hace años hubiera sido un despropósito ver a un señor de edad, más que a una señora, del brazo de una chica mucho más joven que ellos. El caso de la señora pudiera ser menos raro: siempre había una nieta que la acompañaba a la farmacia o a un recado. Pero el señor de buen ver, normalmente trajeado, rondando los ochenta, de ganchete de una buena moza con rasgos exóticos, no era del todo frecuente tropezarse por la calle. Hoy, sí. Hoy es de lo más habitual del mundo ver tan extrañas parejas. Parejas no unidas por vínculos sentimentales, sino económicos. En ellas, el señor paga a la chica, o sea, a la señorita de compañía.

Esto, hace años, hubiera sonado raro. No en el caso de las señoras, repito, que se hacían acompañar por señoritas así llamadas. Pero los señores Se hubieran oído voces así:

¯Ya se ha echado don Antonio una buena hembra

¯¿No le dará vergüenza ir con una así?

¯¿Qué diría su santa esposa, que Dios la tenga en la gloria!

Hoy, no. Estamos en una sociedad en la que se paga todo. Hasta la compañía decente. Y con gusto. Y esto es así porque las familias de ahora son menos dadas a custodiar a los mayores. Y como hay dinero (a pesar de la crisis), ¿bien se puede pagar a esas pobres inmigrantes que lo necesitan! ¿Que queda menos dinero para la herencia? Pues, que quede. ¿Qué más da! ¿Y lo tranquilo que se vive sin tener que llevar al viejo a tomar el sol!

Esto es así. Y tiene su gracia. Lo que me gustaría, francamente, es saber de qué hablan los señores con sus señoritas de compañía. Pongamos que les cuentan sus batallas, pues aún tienen buena memoria para recordar cosas de juventud, aunque no se acuerden de si el café con leche de esa mañana lo tomaron con bollos o con tostadas. ¿Y ellas? ¿De qué hablarán? Estoy por apostar que apenas de sí mismas. ¿Qué demonios le importará al señorito lo que ellas están pasando por la supervivencia de sus familias? Él, que no le afecta un ardite gastarse un euro y pico diario en el periódico, que deja buena propina al camarero, que consume pastillas y pastillas sin saber bien para qué, ¿qué le importa si la chica manda dólares a su familia?

A esas extrañas parejas no se les ve hablar cuando pasean. No. Si la cara de ellos rebosa felicidad, la de ellas, expresa nada. No miran más abajo por no tropezar con los semáforos. Simplemente, han alquilado sus brazos. Y no lo otro. Son decentes y limpias. Se prestan a un oficio novísimo. Propio de colectivos muy desarrollados. Mire usted por dónde ahora comprendo mejor eso de la sociedad del bienestar.

A propósito de esto, recuerdo ahora un sucedido que presencié el otro día, por casualidad, en el servicio de urgencias de un ambulatorio. La mayoría de los clientes eran madres jóvenes con niñas mocitas. Los nervios de los exámenes, los primeros calores serios combatidos por ingesta de helados, un mal paso al salir de la bañera, consumían la mayoría de las consultas. Pero en un rincón de la fría sala, había uno de esos señores mayores, esta vez sin mucama. Solo. Excedía los ochenta con enorme dignidad. Pero allí estaba para algo. Solo. Lo vi hurgar en el móvil:

No os preocupéis. No pasa nada. He venido por mi pie. Me ven enseguida. Creo que no será nada. ¿Que vas a venir? Ni se te ocurra. Llevas el bañador mojado, claro. Y la comida estará enseguida. ¿Cómo vas a sacar ahora el coche? Si no será nada. Yo te cuento. Y llamaré a un taxi cuando todo acabe

No seguí su conversación pero vi que los ojos se le llenaban de lágrimas. Me conmovió el puñetero. Seguramente los dos pensamos a la vez que una mujer de allende los mares le hubiera venido muy bien en esos momentos. Aunque le costara más de seiscientos euros al mes. ¿Para qué se quiere el retiro? Pues eso.

Las ciencias adelantan que es una barbaridad, decían en La verbena de la Paloma. Y yo digo, y los tiempos. Vivimos en la felicidad más absoluta. Lo tenemos todo. Los niños, ¿qué les voy a decir que no se sepa! ¿Ya no les caben más mp4 en el cajón de la mesilla! ¿Y los viejos ? Los viejos tienen menos cosas. Por eso han inventado las nuevas señoritas de compañía. De compañía decorosa, no como antes. Antes, en los hombres esa expresión era un eufemismo de algo prohibido pero que se usaba con más frecuencia de las que oían las paredes de los confesionarios. Hoy, no. Son compañías para superar soledades. O, simplemente, para sobrevivir.

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