¿A qué juega el Gobierno?

ABC, HASSAN ARABI, Escritor y Presidente de ASISI, 08-07-2008

La ambigüedad del Gobierno en inmigración no pasa inadvertida para nadie. Hemos acabado hace poco tiempo la primera legislatura y, como dice el refrán, ha habido más ruido que nueces y los problemas empeoran, bien por falta de medios humanos o por falta de una voluntad real para acabar con los sufrimientos de miles de ciudadanos que viven, trabajan y cotizan pero sin recibir a cambio un trato digno conforme a sus aspiraciones como personas.
Las renovaciones de las tarjetas de residencia tardan hoy más que hace cinco años; en el mes de junio, se tramitan los expedientes de agosto del año pasado. Parece una estrategia diseñada para mantener al inmigrante siempre asustado y preocupado por su situación administrativa, lo que siembra en muchos dudas de las verdaderas intenciones de este Gobierno.
También llaman la atención en estos últimos meses las quejas por el trato que reciben muchos inmigrantes en los Consulados de España en sus países de origen. Se les deniega los visados para la reagrupación familiar (al cónyuge y a los hijos) y también a los trabajadores contratados en origen después de que esos contratos hayan recibido el visto bueno por parte del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales. Y eso a pesar de que el Gobierno asegura que quiere una inmigración ordenada y legal. ¿A qué se está jugando entonces? Denegar los visados a las personas que han intentado entrar en España por la vía legal, es prácticamente un llamamiento a la vuelta de las pateras y los cayucos, es invitar a las mafias a calentar sus motores.
Pero lo más vergonzoso es el doble lenguaje. Cuando el líder del PP, Mariano Rajoy, presentó su famoso contrato de integración los socialistas se escandalizaron, como muchos de nosotros. Se equivocó Rajoy y ganaron los discípulos de la madre Teresa de Calcuta. Sólo tres meses después de haberse asegurado la segunda legislatura, los socialistas no dudan en dar un giro inesperado a su política. Su voto a favor de la directiva europea, calificada por muchos por la «Directiva de la vergüenza», es buena muestra de su hipocresía.

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