Desde Dentro Ricardo Peytaví

Los términos del chantaje

El Día, 07-07-2008

No es fácil para un país como Mauritania controlar
sus costas. A decir verdad, ni siquiera las fuerzas de orden público destacadas
en Tenerife pueden controlar las costas de esta isla, mucho más pobladas que las
mauritanas y de menor tamaño en longitud. El hecho de que algunas veces aparezca
una barca abandonada con una tonelada de grifa resulta significativo en sí
mismo, aunque no menos que de vez en cuando sepamos que ha llegado un nuevo
cayuco cuando vemos a sus pasajeros caminando por la calle. Dicho de otra forma,
a las costas de Tenerife, o de cualquier isla, puede llegar quien quiera, cuando
quiera y a la hora que quiera a poco que se lo proponga. El escandaloso
espectáculo de un grupo de africanos preguntando en la base área de Gando por
dónde se salía a la calle, tras desembarcar con total anonimato en una
instalación militar, nos sitúa en el lugar grotesco que le corresponde a un país
de opereta, cuyo Gobierno bufo porfía en convertir las Fuerzas Armadas en una
ONG. Y lo está consiguiendo con la complicidad de algunos conspicuos mandatarios
de estos alrededores. Cada vez que se intenta, por ejemplo, instalar un radar,
personajes como Tomás Padrón se ponen a tocar el tambor del pacifismo, y vuelta
al principio.

En tales circunstancias, que nadie acuse al Gobierno
mauritano, y al marroquí, y al de cualquier otro país pobre de no controlar sus
costas. Empecemos nosotros por las nuestras. Dicho lo cual, no es menos cierto
que Mauritania, Marruecos y cualquier nación africana con territorio bañado por
el Atlántico desde el que pueda salir un cayuco, aprovechan el río revuelto para
acogotar a una España cuya errática política exterior – las desatinadas
decisiones de Desatinos – quintuplica el esperpento interior; que ya es decir.
Desde que instauramos el talante y propusimos la Alianza de Civilizaciones,
somos el hazmerreír del Universo.

Convendría que alguien hiciera públicas las cifras que
invierte la Cooperación Española en “ayudas” a Mauritania. Entrecomillo ayudas
porque cabe suponer que estas cosas se hacen de forma voluntaria, o no se hacen.
La limosna obligada no es una limosna; es un pago, un estipendio y hasta un
impuesto revolucionario, pero no una dádiva entregada con discreción para que,
de acuerdo con la recomendación del Evangelio, no sepa la mano izquierda lo que
ha hecho la derecha. Nuestra cooperación con África posee otro matiz. ¿Quieres
pescar en nuestras aguas? Pues eso cuesta tanto en euros al contado y tanto más
en cooperación. Al final, las carreteras, los hospitales, las escuelas y hasta
los cuarteles para la policía, amén de los coches y embarcaciones con que
patrulla esa policía, los ponemos nosotros. Porque si no los ponemos, no
pescamos y recibimos cayucos. Estos son los términos de la chantajista ecuación.
Para redondear el negocio, si alguna vez un periodista canario tiene que
fotografiar o filmar una escuela, una estación desaladora de agua o cualquier
infraestructura construida con el dinero del Gobierno de Canarias – con su propio
dinero – , también tiene que pagar un estipendio nada barato para que lo autoricen
a sacar la cámara de su funda. Un sumando añadido más al chantaje. Y lo dejo
aquí, porque si sigo calentándome no acabo en diez folios.

rpeyt@yahoo.es

 

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)