M2 / VIOLENCIA EN LAS CALLES

Los vendedores están hartos de robos

El Mundo, PABLO HERRAIZ, 25-06-2008

En los últimos meses, por primera vez desde hace años, los chinos que venden bocadillos en la zona de Gran Vía han comenzado a denunciar robos, que dicen se suceden a diario Entre los policías es sabido que los chinos no suelen poner denuncias. Se sabe también que hay mucha más delincuencia en su comunidad de la que se conoce, pero es muy difícil acceder a ellos. Las mafias chinas o tríadas extorsionan e incluso matan, pero siempre a sus compatriotas.


Los delitos que no se denuncian y se quedan dentro de una comunidad cerrada, como es ésta, no generan alarma social, así que es como si no existieran.


Sin embargo, en los últimos meses han llegado muchas denuncias de vendedores de bocadillos a la Policía. Esto, según fuentes policiales, es un indicador del hartazgo que hay en la comunidad china.


Muchos vendedores no paran de sufrir robos y otros abusos, casi siempre por parte de los posibles clientes. Eso podría explicar una reacción como la de anteanoche, cuando cinco asiáticos fueron detenidos por matar a un brasileño que en teoría les había intentado robar.


Muchos clientes, sobre todo a altas horas de la noche, aprovechan la soledad del vendedor chino para llevarse cosas sin pagar. En otras ocasiones, incluso les llegan a atracar para llevarse su recaudación de la noche.


Los robos, según los vecinos de la zona, se suceden últimamente en las madrugadas de la zona de Fuencarral y Gran Vía, y los chinos son las víctimas principales.


Mafias en las esquinas


La situación de los vendedores de bocadillos siempre ha sido muy precaria. En los últimos años ha habido un gran número de puñaladas entre los vendedores, que tienen su particular manera de trabajar y organizarse.


Los vendedores suelen apostarse siempre en las mismas esquinas, y no las ceden así como así. Además, esas esquinas forman parte del territorio de las tríadas, que pugnan por expandirse y controlar más zonas de Madrid.


En el caso de Gran Vía, las esquinas son muy preciadas, porque siempre hay mucha gente y se vende bastante más.


Pero no siempre se respetan las zonas de los demás. Por eso en 2005, por ejemplo, se sucedieron tres o cuatro sucesos de reyertas entre chinos con armas blancas.


En todos los casos, las agresiones se produjeron en el entorno de Gran Vía, Fuencarral y Hortaleza, y se debieron a una lucha por controlar las esquinas de venta.


El mundillo de los bocatas nocturnos tiene muchas peculiaridades. Los escondites han sido claves, aunque ya se van dejando de usar. Como la normativa impide vender comida en la calle sin las correspondientes licencias y controles sanitarios, los chinos realmente no pueden vender comida en las esquinas.


Por eso escondían los bocadillos. Muchas veces, el mobiliario urbano les servía de despensa, porque solían utilizar los cajetines del cableado de los semáforos, los buzones de correos e incluso las papeleras que hay en las farolas. Para abrir esos lugares contaban con una llave que conseguían gracias a algún empleado municipal, con lo que podían abrir las papeleras y recuperar sus bocadillos en cuestión de segundos.


Otra modalidad


Pero del hombre parado en la calle con unas bolsas a lo de ahora hay un gran salto. Primero empezaron así, parados como pasmarotes en las esquinas, bolsas en mano. Después comenzaron a montar puestecillos en cajas de cartón y mesas plegables.


Lo último, aunque en barrios como Malasaña ya lleva mucho tiempo, es la venta ambulante en las puertas de los garitos. Cuando cierran los locales de copas o hay algunos demasiado concurridos para entrar, siempre hay un vendedor que oportunamente ofrece latas de cerveza, para pasar el trago entre copa y copa.


Los vendedores siempre acudían a una cocina clandestina, donde se preparaban los bocadillos y otros platos más elaborados, como arroz, tallarines o ternera.


Esa cocina estaba en la calle del Barco, en un piso a medio camino entre Malasaña y la Gran Vía. Allí acudían con mochilas y recargaban la mercancía varias veces por noche.


Los que trabajan en la calle suelen estar en lo más bajo del escalafón social chino, pues son los recién llegados a España, que a menudo han contraído deudas con la mafia para pagarles el pasaje de ida a España y conseguirles la documentación necesaria.


Como están recién llegados y no saben español, los ponen a trabajar en la calle, ya sea vendiendo rosas, bocadillos, o películas, aunque este último negocio está cada vez más en manos de subsaharianos y menos en las de chinos.


El crimen de anteanoche en Fuencarral pudo ser el colmo de la paciencia de los vendedores, hartos de que les exploten en la calle y además les roben casi a diario. No obstante, esa teoría todavía está pendiente de comprobar por parte de los agentes de Homicidios, que ayer estaban comenzando a tomar declaración a los implicados en el crimen.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)