Refugiados de la pobreza, prisioneros del aburrimiento

El CETI abre sus puertas en el Día del Refugiado con actividades lúdicas y deportivas Los inmigrantes participaron ayer en actividades lúdicas coordinadas por Cruz Roja de Ceuta

Diario Sur, J. SAKONA, 21-06-2008

«Aquí no hay nada que hacer, todos a esperar, estamos todos muy cansados», explica Hafeez, pakistaní, 31 años. Hace catorce meses que llegó al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes. (CETI). Su hartazgo, su desesperación y el terror a ser repatriado son comunes a cada uno de los 325 compañeros que viven hoy en el CETI a la espera de que se les conceda el estatuto de refugiado y puedan ser trasladados a la Península. «No sé qué problema hay con los papeles, no llegan», explica Hafeed en un esforzado español que ha aprendido en las clases matinales que imparten en el CETI. Unas actividades pensadas para su formación (también dan clase de informática y de salud e higiene) pero también para combatir al gran enemigo de los residentes del CETI: el aburrimiento.

Para combatir ese aburrimiento que acompaña a los refugiados, el CETI organiza actividades lúdicas y formativas. Y ayer, con motivo del Día Mundial del Refugiado, esas actividades fueron coordinadas por Cruz Roja que hizo especial hincapié en la cooperación y el trabajo en equipo. Argelinos, hindúes, pakistaníes, africanos… todos juntos.

Tricky Jones llegó hace seis meses al CETI desde Liberia. Habla bien el español y luce unas divertidas patillas con arabescos. «Nos divertimos, jugamos, en el CETI se está bien, gracias a Dios, pero nos aburrimos mucho cuando no hay nada qué hacer», explica mientras bota un balón de baloncesto. John en cambio llegó al CETI desde Somalia hace ya un año y dos meses y recomienda «paciencia» para «sobrevivir» en el CETI. Lo dice mientras pega la espalda a la pared para ponerse a salvo del sol de mediodía.

John es uno de los muchos que aguarda su turno para jugar al ping – pong y sabe que si no buscas algo que hacer «te vuelves loco» y llega el «stress» y los problemas y las peleas. John se busca la vida haciendo de gorrilla en los aparcamientos de los hipermercados de la ciudad.

«Sólo quiero trabajar»

«Aquí estamos bien, los guardias buenos, la gente buena, pero estamos aquí sentados todo el tiempo», explica Hafeed apuntando que ya ha aprendido a hablar árabe, inglés, algo de español… «pero yo no quiero más escuela, no soy un niño, quiero trabajar». Pero sólo hay un trabajo para ellos: aparcar y vigilar coches a cambio de 20 céntimos de limosna.

El de ‘gorrillas’ es el otro punto en común en la vida diaria de los inmigrantes a su llegada a Ceuta. Pero no es fácil, explica un somalí que se muestra reticente a dar su nombre. «Ya están cogidos los sitios», explica señalando a quienes monopolizan el mercado: los argelinos. «No tocar eso», dice con cautela. En un día sacan tres o cuatro euros, una miseria también para ellos que, con suerte, puede alcanzar los seis euros en un buen fin de semana.

La única marroquí

Amal es la única marroquí del CETI. «A los marroquíes no les dan papeles», explica esta mujer nacida en FEZ hace 42 años y que entró en el Centro de Estancia Temporal para ser tratada de tuberculosis. Eso fue hace tres años y dos meses y no ve «ninguna salida» a su situación. Pero no desespera. «Sólo necesito una ayuda, que me den un hilo y yo ya sigo sola», reclama Amal en un correctísimo español que no oculta su hartazgo.

Pero Amal ha conocido en el CETI ceutí algo que no sabía que existía: el respeto por la mujer. «Aquí algunas mujeres flotan», dice en un extraño juego de palabras. «Aquí las respetan y dejan las cosas claras desde el principio, no las pegan y no las insultan», reconoce Amal, que explica que en el CETI se imparten clases contra el machismo.

«Dile a Zapatero que queremos papeles», dice Joy Richards, somalí, 20 años. Joy no es tan optimista con su situación y mucho más crítica con el CETI. «Estoy igual que en África, no ha cambiado tanto mi situación», dice en un atropellado inglés. A su lado, Jennifer, 22 años, asiente mientras de fondo suena una rumba en el aparato de música de un subsahariano. «Me gusta la ‘spanish music’», dice mirando hacia otro lado cuando ve una cámara de fotos.

Ayer era su día, el de los refugiados. Y para celebrarlo se aburrieron menos que otros días.

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