El Salvador resucita la memoria del 'Schindler' latino

El Mundo, RORY CARROLL. The Guardian / EL MUNDO, 20-06-2008

El cónsul en Suiza José Castellanos ayudó a escapar a 25.000 judíos de los nazis con certificados de nacionalidad falsos Fue el equivalente salvadoreño de Oskar Schindler, un hombre al que se le dio la oportunidad de hacer algo para evitar el Holocausto y la aprovechó. Pero han tenido que pasar seis décadas para que viera la luz la historia de José Castellanos, el cónsul salvadoreño en Suiza que ayudó a salvar a 25.000 judíos durante la Segunda Guerra Mundial concediéndoles certificados de nacionalidad falsos.


«La memoria de lo que hizo nuestro padre vuelve a estar de nuevo sobre la mesa», declaraba esta semana Frieda García, una de las hijas del diplomático, en una rueda de prensa en la embajada de El Salvador en Washington en la que apeló a Israel a honrar a su padre a título póstumo.


Castellanos, coronel del Ejército, sirvió como diplomático en Liverpool y Hamburgo antes de ser destinado a Ginebra en 1942, donde hizo amistad con un judío rumano, Gyorgy Mandl.


Para proteger a Mandl, creó para él el puesto ficticio de primer secretario, y corrigió su nombre para que tuviese un aire más latino: George Mandel – Mantello. Ambos empezaron a expedir certificados de nacionalidad en blanco en la Europa central ocupada por Alemania, especialmente en Hungría. Para que los documentos, firmados por Mantello, tuvieran un aspecto más auténtico, eran sellados por otros consulados en Ginebra antes de entregarse a sus agradecidos destinatarios, que rellenaban personalmente los detalles.


Los llamados «documentos de la libertad» proporcionaron así protección contra la deportación a los campos de exterminio nazi, y El Salvador pasó a encarnar realmente el significado de su nombre. Muchos de estos documentos fueron enviados a Budapest, donde Carl Lutz, el vicecónsul suizo, proporcionó asilo a millares de judíos en una fábrica de vidrio abandonada y conocida como La casa de cristal.


Ni Castellanos ni Mandl tenían autoridad para expedir tales documentos, y El Salvador se encontraba del lado de los aliados contra Alemania, pero aún así estos papeles ofrecieron cierta protección frente a las redadas nazis.


No planteó ningún problema el hecho de que algunos destinatarios nunca viajasen a su tierra natal, un pequeño país de selvas tropicales en la costa del Pacífico a más de 9.000 kilómetros de distancia, encajado entre Guatemala y Honduras, del cual, muy posiblemente, algunos de ellos no habían oído hablar nunca.


Castellanos y Mandl consiguieron convencer a los suizos recelosos y a los oficiales húngaros de que los documentos eran auténticos, y de que, efectivamente, existía una considerable diáspora salvadoreña en aquel rincón de Europa. Esta iniciativa recuerda a los esfuerzos de Raul Wallenberg, diplomático sueco, y del propio Schindler, empresario alemán, quienes arriesgaron, por separado, su vida y su fortuna para salvar a millares de judíos.


Acabada la guerra, Castellanos llevó una vida tranquila, y le restó importancia al papel que había jugado, según su hija: «El decía que cualquiera en su lugar habría hecho lo mismo. Para él no fue nada heroico ni espectacular».


El escritor Leon Uris localizó en 1972 al diplomático retirado, que cuatro años después concedió una pequeña entrevista en la radio, pero aparte de esto continuó en el anonimato y su labor no fue nunca reconocida. Murió en 1977, tres años después de que falleciera Schindler. Hasta ahora, la aportación más conocida de América Latina en el genocidio nazi fueron las ratlines, por la que escaparon importantes criminales de guerra, como Adolf Eichmann a Argentina y Klaus Barbie a Bolivia.


La historia de Castellanos se ha dado a conocer con un documental llamado La casa de cristal, dirigido por Brad y Leonor Marlowe, y con una campaña en El Salvador promovida por el ministerio de Asuntos Exteriores y la pequeña comunidad judía del país.

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